Un un libro de excepcional calidad reflexiva, Beatriz Sarlo sostiene que con el asesinato del general Aramburu, en 1970, "la Argentina no iba a ser la misma". "Muchos creyeron -acota- que se iniciaba el desenlace de una época que concluiría con la victoria revolucionaria. Sobre todo, se creyó que había sonado la hora de la justicia. Quienes se movían por esas convicciones no se preguntaron entonces si la justicia que se había ejercido sobre Aramburu podía reclamar ese nombre. Tampoco se preocupaban por que otros pensaran que esa justicia tenía forma de venganza. Sustancialmente lo que se había hecho estaba bien por razones históricas y políticas. Por eso, la muerte de Aramburu no obligaba a resolver ningún problema moral, sobre todo porque la idea misma de un problema moral parecía inadecuada para entender cualquier acto político". (1)
Sigamos con Sarlo. Destaca entonces que "lo que fue un problema en 1970 hoy necesita explicaciones: entender el caso Aramburu como capítulo de una historia cultural de la política revolucionaria en Argentina. ¿Por qué el caso Aramburu y no otro, por qué un solo asesinato y no una serie, como la de los dirigentes sindicales que le siguieron? ¿Por qué el caso Aramburu y no el atentado en el que murió Augusto Vandor en 1969?".
Y remata Sarlo: "Los asesinatos de Vandor, primero, y de José Alonso y Rogelio Coria después, son ajustes de cuentas ejemplificadores que se agrupan en una serie abierta (la consigna que se cantaba en las manifestaciones los incluían como amenaza a cualquier otro 'burócrata sindical': 'Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor'); el secuestro de Aramburu, en cambio, es un hecho único. No se trató de un acto que pudiera repetirse, porque había muchos dirigentes burócratas pero sólo un ex presidente de la revolución que había derrocado a Perón condenándolo al ostracismo (que se reflejaba en la represión de su pueblo) y robado el cuerpo mítico del movimiento nacional, encarnado en el cadáver de Eva".
Es decir, Sarlo apunta a la singularidad -término que utiliza- que tiene el asesinato de Aramburu en la saga de violencia política que signa los '70 argentinos.
Sin embargo, cuando se lee "Operación Traviata. ¿Quién mató a Rucci?", de Ceferino Reato (Sudamericana), este asesinato también se revela con fuerte impronta de singularidad.
También marca un antes y después en aquellos terribles años. ¿Por qué? Porque, como señala Pilar Calveiro en sus sólidas lecturas sobre aquel tiempo, hay violencias que clausuran la política pero la política responde en términos extremos. "La política desaparecida por decreto" del onganiato había reaparecido a "pedradas y tiros". Y, ya cruzando el '73, "la ingenuidad en la valoración de la figura de Perón y el peronismo" que formulan las organizaciones armadas se transforma en carencia de política, vacío que se cubre con violencia". Una dialéctica que lleva a Calveiro a dos reflexiones contundentes:
" "La derrota de las organizaciones armadas fue política primero y militar después, no a la inversa".
" "La causa de la derrota no fue vincular lo político con lo militar sino reducir lo político a lo militar".
Impecable a la hora de las definiciones, en "Operación Traviata" el verborrágico Julio Bárbaro describe el trágico arco cubierto por Montoneros: "Nacieron generando un hecho político: la muerte de Aramburu; desaparecieron por olvidarse de la política: la muerte de Rucci". Entre uno y otro hecho, una inmensa rifa: el capital político acumulado, en este caso, por Montoneros.
El libro de Ceferino Reato no apunta a reflexionar sobre toda esta dialéctica. No le es ajena, pero sólo incursiona tangencialmente en el tema. Su mérito es otro y muy positivo: reunir y sistematizar la información suelta sobre el asesinato del sindicalista.
Desde esa perspectiva, la investigación es acentuadamente orientadora. No tiene déficits en cuando a desmalezar los entramados que cobijaron los intereses políticos que llevaron a esa muerte, pero tampoco se detiene mucho en ellos. Por el contrario, Reato, con prosa propia de periodista experimentado, camina rápido a la mecánica del atentado y a la inmensa saga de actores vinculados en distintos grados con aquel tiempo.
Reato trabaja todo el material con sentido práctico. Escribe con autonomía de las interpretaciones que genere la lectura de su investigación. No hay en él apetencia de singularidad excluyente para lo que ha escrito. Mucho menos de verdad única.
-El subtítulo -comenta Reato a "Debates"- habla de "la verdadera historia". Y sí, es la historia que yo he logrado conformar y que creo que se ajusta a lo sucedido. Desde ahí, desde mi convencimiento luego de años de trabajo, es que es "verdadera". Es mi verdad sobre el asesinato. Si el día de mañana alguien aparece con otra explicación, bueno, ésa es otra cuestión.
Por supuesto, Reato no hace más que confirmar con solidez de fuentes la autoría del asesinato: el grupo Montoneros. A partir de fuentes vinculadas con el atentado incursiona en detalles, en algunos casos, desconocidos. O, en todo caso, existentes en el arcón de la historia debido al recrudecimiento sin solución de continuidad en que se fue hundiendo el país de aquellos años.
El ataque fue a Rucci, pero el mayor blanco rentable fue Perón. En esto no hay nada nuevo en el libro de Reato. Sí lo hay en la trascendencia que él -sin duda acertadamente- le da a un libro sobre el que pivoteó permanentemente para organizar y dar forma a su investigación: "Ezeiza", de Horacio Verbitsky.
-Todo lo que fue sucediendo escalonadamente después de aquel 20 de junio explica por qué sucedió ese enfrentamiento... ¡todo, absolutamente todo y a lo largo del tiempo, de años! Coincido con Verbitsky en que Ezeiza es la síntesis de un punto de partida para los días por venir: la Triple A, el asesinato de Rucci, Isabel... ¡todo! -dice Reato.
En 1984, un coronel parco pero amable prestaba funciones en la Casa Rosada. Se llamaba Eusebio González Breard, artillero devenido en oficial del arma de Inteligencia, de la que fue jefe durante el Operativo Independencia entre 1975 y 1976. Escenario: los montes tucumanos. Objetivo: aniquilar la guerrilla allí instalada.
González Breard fue uno de los oficiales del Ejército que ya muy temprano en su carrera -siendo un joven subteniente- comenzaron a estudiar las posibilidades que ofrecía la Argentina para que, en algún momento, la guerrilla ganara espacio. De toda esa labor sigilosa y muy personal han quedado interesantes trabajo suyos.
Un día del '84, en un pasillo de la Rosada fue presentado a quien escribe estas líneas. Al periodista la ficha le cayó rápido: sabía de quién se trataba. Hubo más preguntas que respuestas.
Pero una de éstas al periodista le quedó grabada:
-Mire, a los montoneros y al ERP había que dejarlos que se excedieran, que fueran siempre por más, pero en democracia, claro. Que acumularan y acumularan extremos, pero insisto: siempre en democracia y nada menos que contra Perón. Para nosotros, los militares, era una cuestión de paciencia y de pagar costos... y eso es lo que hicimos de la mano del gobierno de Perón: dejar que ellos se sintieran los hacedores definitivos de la historia. Y fueron por ahí, desde ese convencimiento. Entonces facilitaron lo que vino luego -sentenció el coronel y negó cualquier ulterior contacto para seguir con el tema.
"Operación Traviata" se articula precisamente en eso: hablar de quienes -en términos de aquel coronel- se sentían hacedores definitivos de la historia. Y es, además, un libro impecable para que el autor enriquezca de cara al futuro.
(1) "La pasión y la excepción: Eva, Borges y el asesinato de Aramburu", Beatriz Sarlo, 2003, Edt. Siglo XXI, páginas 134 y 135
CARLOS TORRENGO
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