El sol caía a modo de plomo hirviendo en aquel mediodía de diciembre del '76.
El piso de cemento de la Plaza de Armas del Comando del V Cuerpo de Ejército con asiento en Bahía Blanca hacía el resto para que la cara de ese cura de sotana negra fuera sólo transpiración.
-¡Quiero saber dónde está Eduardo Chironi! ¡Sé que lo tienen ustedes acá adentro! -gritó y machacó el entonces obispo de Viedma Miguel Esteban Hesayne. Mirada castigada por el sol, rostro de indio enojado. Brazo derecho en alto. Acusador.
-¡Yo lo acompañé a que se entregara a la Policía Federal en Viedma! ¡ Eduardo Chironi es un joven valiente, luchador, un cristiano íntegro, un hombre de convicciones e ideales dignos! ¡Los hago responsables de todo lo que le pueda pasar a "Bachi"! -chilló más fuerte ese ser corajudo e íntegro que es don Esteban.
Horas después la dictadura legalizaba la detención de Eduardo Chironi. Y de la sala de tortura -otra famosa "Escuelita" como la Famaillá o la de Neuquén- lo llevaron a la cárcel de Villa Floresta.
El 25 de diciembre le sacaron la venda con que le habían cubierto los ojos no bien lo habían sacado de Viedma rumbo a Bahía. Le desataron las manos. Comida tirada en el suelo. Arrastrarse para llegar a ella. O casi no llegar, porque de tanta picana y golpes el cuerpo era una masa lacerada.
Picana y golpes a cargo de la omnipotencia pasional de dos fieras institucionales: uno, el "Tío" Cruciani; otro, el teniente coronel Corres. Arrogantes. Hombres de botas y correajes. Cruz en pecho. Valientes y seguros ante cuerpos agobiados y sufrientes. Sólo ahí valientes. Eso sí: ninguno de los dos robó chicos. Todo un mérito.
Delirando llegó Eduardo "Bachi" Chironi a Villa Floresta.
-Voy a ir a la esquina a tomar el colectivo para volver a casa -decía circunspecto y amoratado ante un abanico de desconcertados compañeros.
En aquella cárcel resistió dos paros cardíacos. Y dos presos comunes se encargaron de cuidarlo en la enfermería: "Dos reos bárbaros... me llevaban al baño, me lavaban...".
Fue por esos días de enero del '77 que lo visitaron sus padres, su hermano Fernando y Cristina, esa joven con la que con los años apiló cinco hijos que a su vez les apilaron un montón de nietos.
Formado en la fría solemnidad del selecto Colegio Marín de San Isidro, la emoción desfigura aún hoy el rostro de Fernando cuando recuerda aquel encuentro.
-El "monje" es capaz de emocionarse... sí, sí... mi hermano es hombre del régimen radical pero tiene corazón -solía ironizar "Bachi".
Y de Floresta a Rawson.
-Ahí ya estaban veraneando a la sombra varios de mis compañeros de militancia en la JP de Viedma, entre
otros Oscarcito Meilán -solía recordar.
Y un año después, la libertad. Fue a las dos de la mañana de una noche negra y fosca como la de algún "cuento de Edgar Alan Poe".
En un colegio salesiano lo esperaban sus padres. También Cristina.
-Yo tenía ganas de tomar vino y hacer el amor... un cura me trajo vino conventual pero cuando vio los ojos lujuriosos con que miraba a Cristina nos dijo: "Bueno, chicos, todo muy lindo, pero ésta es la Casa de Dios, así que ustedes se van a dormir a habitaciones separadas y mañana, cuando estén lejos, será otra cosa...".
Ya en libertad, "Bachi" volvió a la política. A los barrios, a la militancia en un peronismo que abandonó con los indultos de Carlos Menem.
Y en ese andar se ratificó en un compromiso contraído en la celda: luchar por la vida y la justicia social.
-¿Sabés? Creo que, a pesar de todo, la política siempre te da la oportunidad de conocer cierta belleza, cierta belleza plena. ¿Sabés cuál es esa belleza? Luchar por la gente, ayudarla a mejorar... hermano, de eso se trata, de defenderla ante los excesos del poder, ante la injusticia, de eso se trata -le dijo una madrugada a este diario en el Bar 43 de Roca mientras un mozo apilaba sillas sobre las mesas vecinas a modo de invitación a partir.
Y "Bachi" cumplió. De cara a esa promesa cumplió con creces.
Como legislador del ARI durante dos períodos, promovió investigaciones sobre decisiones muy oscuras del oficialismo rionegrino.
Y en el campo de la defensa de los derechos humanos huelgan las palabras.
Fue un baluarte en el aliento a los Juicios por la Verdad y un cancerbero fiscal de la situación siempre dramática de las condiciones de la población carcelaria rionegrina.
A la hora del recuento de su conducta vale el impulso que imprimió en procura de poner luz a crímenes que aún ofrecen mucha niebla en cuanto a autorías.
Estilo directo pero suave, casi cansino. Culto a la amistad. Ajeno a los extremos. Reflexivo. Ironía deslizada con un dejo de pudor.
Eduardo Chironi murió esta semana.
El cáncer le ganó la partida.
Le ganó "a este negro de pasado peronista que soy", como a él le gustaba definirse.