A veces me pregunto cómo será caminar las calles para alguien que es discriminado. Porque todos en algún momento de nuestras vidas hemos percibido en una mirada o en un gesto de nuestros semejantes algún dejo de desagrado frente a nuestra presencia o a lo que representamos. Yo nací rubio y de ascendencia alemana, rasgos que hicieron creer a muchos que Dios estaba de su lado. ¿Dios estaba de su lado? No pareció estarlo en la oscuridad de los campos de la Segunda Guerra, como se pregunta una de las sobrevivientes del documental.
Ya durante mi infancia y temprana juventud en las calles de mi pueblo se comenzaba a perfilar la sutil distancia que separa los universos de las tribus. Entre los europeos y sus descendientes traían desde otras tierras miles de razones para marcar diferencias; entre ellas, sus particulares historias, su cultura, sus guerras y sus idiomas. Por otro lado, los habitantes originarios parecían habitar en los márgenes del pueblo, algún otro universo, uno que se deshacía lentamente ante la consistencia de la marginación deliberada a que eran sometidos y la negación del reconocimiento de su identidad. Los judíos, por otro lado, parecían inexistentes o se mantenían invisibles. Todo en aquel pueblo parecía estar en su lugar, porque en la superficie las heridas europeas no se manifestaban y la normal escala de las discriminaciones era aceptada por todos en una clara actitud de silencio sumiso o en un frágil pacto de convivencia. Sin embargo, en las profundidades de muchas almas parecían ocurrir otras cosas. Ése era el latido del corazón muerto de la ciudad, el de la sangre helada.
Pasaron los años y, como normalmente sucede, las cosas cambiaron. Sin embargo yo me hago una pregunta: ¿cambiaron las cosas? Porque cada generación que nace abreva en los viejos prejuicios de la anterior y pareciera no lograr liberarse nunca del oscuro hechizo del corazón muerto, aquel que a su vez abreva en esa otra sangre, la que corre en las venas oscuras de la noche de los tiempos, la que alimenta los prejuicios irracionales. Como muchos otros yo también comencé a coleccionar mis propias vivencias sobre el tema, a las cuales se agregó esta semana la proyección del documental "Mujeres de la Shoa", que remite a las discusiones en el interior de mi propia tribu, las que son de otra especie y ocupan otro lugar y son sin duda el origen de mi propia obsesión con el tema.
Pero la vida te ayuda y te enseña y ahora que el pacto se resquebraja respecto de la discriminación, la xenofobia y el antisemitismo yo ya estoy comenzando a sentir en carne propia, a mis espaldas, su frío aliento. Por ello me vuelvo a preguntar cómo será caminar las calles de mi pueblo para alguien que sufre la discriminación. Hace un tiempo Sandro, un amigo mapuche, en una charla frente a algunos alumnos esbozó su teoría local de la escala de los valores: en un extremo los europeos y en el otro, los mapuches. ¿Y los judíos?
Rasgando la superficie, todos parecen estar presos de la enfermedad ancestral que traza un círculo sagrado alrededor de los suyos, dejando afuera a los otros, una enfermedad que bien administrada produjo la Shoa. Todos parecen estar agazapados detrás de la puerta cerrada del terror a los diferentes y pocos se expresan con claridad. ¿Cómo será caminar por un mundo en donde la mayoría de las puertas está cerrada o comienza a cerrarse lentamente?
Algunos de mis amigos insisten en que se trata de una obsesión personal. ¿Lo será? Son los que dicen que ahora todo es diferente y que Bariloche ya forma parte del nuevo mundo cosmopolita en que todos son aceptados, que la xenofobia ya dejó lugar al cordial encuentro de los diferentes, que todos juntos estamos marchando hacia un nuevo amanecer y que ya vivimos en el paraíso de la diversidad cultural. Los jóvenes son distintos. ¿Es así?
En conversaciones informales, en comentarios al pasar, en opiniones lanzadas sin reflexión y hasta en algunas decisiones institucionales sigo percibiendo el latido sordo del corazón muerto de la vieja aldea, aquel en el que anidan agazapados todos los prejuicios. Todos sabemos que los protagonistas de los tiempos oscuros del Holocausto se están yendo de nuestro lado, pero no las consecuencias de sus decisiones. Nadie nace por generación espontánea: todos tenemos una historia para contar y una identidad que honrar. Somos el resultado del camino recorrido por nuestros antepasados y de sus decisiones y nadie lo puede negar. Hijos y nietos -y de esto sabemos algo en nuestra tierra- seguimos buscando en el entramado familiar de nuestros antepasados algún indicio, alguna revelación, alguna enseñanza que nos ayude a seguir con nuestra vida cotidiana y nuestras tribulaciones. Hay un pasado a registrar, un pasado que nos enseña y que nos consuela y otro que nos aterra. Incluso si decidimos huir de él sólo nos iremos convirtiendo en fugitivos y en la huida arrastraremos a otros. Si callamos será aún peor, porque el gran olvido sobre algunos hechos nunca llegará. Yo nací argentino, como mis padres y algunos de mis abuelos, pero a la noche cuando nos dormíamos nos acunaban en alemán. De algunas palabras de nuestro idioma tan terribles como "Ravensbrück", "Buchenwald", "Arbeit macht frei"o "Totenmarsch", que aparecen en el documental, como destellos entre el horror, poco se habló.
Por ello, escuchar en Bariloche durante la proyección, junto a miembros de la comunidad judía y cientos de alumnos jóvenes de nuestras escuelas, de boca de otro joven alemán, representante de la Embajada de su país, palabras oficiales de empatía con las víctimas y de reconocimiento a aquel gran crimen del siglo XX arroja algo de luz sobre los tiempos futuros que nos quedan por vivir a los que compartimos la vida cotidiana en esta ciudad. Ya es hora de comenzar a conocerse y de abrir las puertas que han estado cerradas, porque mientras más esperamos todos corremos peligro de continuar con el proceso de seguir convirtiéndonos en lo que ya somos. El arduo camino recorrido por judíos y alemanes en otras latitudes, para construir puentes a partir de los horrores del siglo XX, bien puede señalar una senda posible de tomar para otros, a pesar de la indiferencia y el silencio con que una mayoría de los que me rodean recibe estas propuestas.
HANS SHULZ
juanschulz@yahoo.com