Uno de los rasgos de los movimientos populistas de América Latina ha consistido en su amplia pluralidad ideológica. Forjados alrededor de liderazgos personalistas y dotados de un difuso programa "nacional y popular", pudieron acoger en su seno las más variadas corrientes ideológicas. Este fenómeno se ha ido diluyendo lentamente en los países del Cono Sur y subsiste como una anomalía en la Argentina, donde pese a todos los pronósticos el peronismo continúa gozando de buena salud.
A diferencia del esquema europeo, que tendía a agrupar a los partidos en una coalición de centroderecha enfrentada a otra de centroizquierda, en el populismo latinoamericano la izquierda, la derecha y el centro coexistían en un mismo partido o movimiento. Esto dotaba a la agrupación de una enorme capacidad de atracción de los más variados y diversos sectores sociales. Pero la ambigüedad ideológica no siempre era sustentable y en ocasiones estallaban conflictos en el seno del movimiento populista cuando éste ocupaba el poder.
El sangriento enfrentamiento que vivió el peronismo en la época de Isabel Perón, con el aliento oficial a un movimiento parapolicial como la Triple A para aniquilar el ala izquierda de Montoneros, llevó al paroxismo el antagonismo interno en el seno del movimiento. Se demostraba así que la ambigüedad ideológica no siempre permitía sortear las dificultades que aparecían en el devenir de la lucha política.
Otro inconveniente de la presencia de un fuerte movimiento populista ha sido la distorsión del debate democrático. Para que se produzca un debate en la plaza pública, frente a todos los ciudadanos, hacen falta partidos ideológicamente homogéneos que defiendan sus propuestas y alternativas con algún grado de coherencia interna. Algo opuesto a un partido tan versátil como el peronismo, que podía adoptar políticas neoliberales con Menem o cruzar a la vereda de enfrente para apuntalar políticas neodesarrollistas con Duhalde y Kirchner.
Lo cierto es que en Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, donde los movimientos populistas no alcanzaron a tener la fuerza del peronismo, los partidos políticos se fueron acomodando paulatinamente a un esquema
europeo. De esta manera aparecen configurados claramente dos bloques ideológicamente enfrentados: una coalición de centroizquierda debe esmerarse para no perder el poder frente a una alternativa consolidada de centroderecha.
Las dificultades para que la Argentina se sume a ese necesario proceso de clarificación ideológica han dado lugar a numerosos estudios con variadas interpretaciones. Recientemente, dos ensayos políticos, provenientes de autores que se ubican en espacios ideológicos bien diferentes, abordan nuevamente la cuestión. Lo notable es esta coincidencia entre intelectuales de izquierda y de derecha, que abogan conjuntamente por acabar con esta anomalía argentina.
En "Ideas para una nueva etapa en la política argentina" (Editorial Corregidor), Torcuato Di Tella lamenta la ausencia de una expresión socialdemócrata representativa de las clases populares en la Argentina, reemplazada por un movimiento populista como el peronismo.
Considera que, en contraste con esta situación, lo más homologable a un sistema político moderno sería la formación de una bipolaridad, con un polo de centroderecha y otro de centroizquierda. Señala que cada uno de estos polos puede estar formado por un partido o por una coalición.
Di Tella opina que en la Argentina hay varias formas para llegar a esa bipolaridad futura a partir de la clásica división entre peronismo y radicalismo. Desde la pura lógica deberían desaparecer ambos, pero considera que no es probable que esto ocurra con el peronismo en un futuro previsible. Por consiguiente, piensa que se va a dar una alianza entre un peronismo renovado y grupos de izquierda moderada, incluyendo algunos restos del radicalismo. Enfrente se formará una coalición conservadora encabezada por varios partidos de reciente formación como los dirigidos por Mauricio Macri o por Ricardo López Murphy.
Las expectativas de Di Tella están puestas en una división del peronismo, en donde el Partido Justicialista conducido por Kirchner se vaya "limpiando" de elementos conservadores para dar lugar a un partido de centroizquierda como el Demócrata de Estados Unidos, con fuertes bases sindicales y de organizaciones populares como las de ex piqueteros, más una importante fracción de la clase media progresista que se expresa en grupos más pequeños de izquierda moderada y fragmentos del radicalismo.
La aspiración de Di Tella se aproxima a reflotar la idea original de Kirchner de construir un partido "transversal" sumando el ala izquierda del peronismo y del radicalismo y algunos partidos socialistas. Sin embargo, la asunción de Kirchner en la presidencia del PJ, fortaleciendo su alianza con los intendentes del conurbano bonaerense y la CGT dirigida por Hugo Moyano, parece haber enterrado definitivamente ese proyecto.
Desde una posición ideológica opuesta, en "Los presidentes" (Grupo Editor Latinoamericano) Enrique Peltzer reclama la creación de un vigoroso partido político de centroderecha en la Argentina. Señala que dentro del partido radical y del partido peronista las líneas más afines con la centroderecha no han podido prevalecer ni dar forma a una corriente permanente que tuviera esa orientación. De esta manera, no ha surgido un nuevo partido que represente y defienda los valores e intereses de esos amplios sectores que se sienten perjudicados por la demagogia y el populismo.
Peltzer considera factible que se forme una agrupación de centroderecha a partir de una escisión nacida en algunos de los partidos populistas. Sin embargo, sostiene que "no es fácil que exista un partido de centroderecha vigoroso si no se reforma el régimen presidencialista, y un régimen parlamentario sólo será viable si todas las corrientes de opinión no populista lo impulsan abiertamente".
En opinión de este autor, se debería reflexionar sobre si una de las causas de la decadencia argentina no ha sido la influencia perniciosa derivada de la atribución de un inmenso poder legal a los presidentes. El sistema presidencialista alimenta los excesos de los gobiernos fuertes y agranda las dificultades de los débiles. Los populismos aniquilaron la mediación política de las organizaciones partidarias y del Parlamento y convirtieron el diálogo directo entre el líder y la masa en la única fuente de poder.
Según Peltzer resulta utópico pensar que los partidos populistas, dueños de un enorme capital electoral, vayan a aceptar y aprobar la sustitución del régimen presidencialista vigente desde 1853. Esa reforma los privaría del privilegio que ha significado la posesión de la presidencia y de su transformación en un inmenso poder hegemónico. Sin embargo, no hay alternativa. Para Peltzer y muchos que pensamos como él, la única solución que permitirá deshacer los hilos de la enmarañada política argentina consiste en mandar a un museo, con todo cariño y respeto, el sillón de los presidentes.
ALEARDO F. LARÍA
Especial para "Río Negro"