Sonidos que sólo describe la velocidad, sueños de triunfos y medallas, esfuerzo superlativo y rostros, muchos rostros que esperan, confluyen en un instante. El resto es soledad, en la ruta, en el velódromo, en donde a menos que se corra una carrera de bicicleta estarán sólo el corredor y su bici, nada ni nadie más que contribuya a un triunfo. Porque el marco puede ser enorme o pequeño pero, a la hora de los resultados, sólo cuentan el que mueve esa máquina y su soledad. Sólo cuentan su estado físico, su estrategia hablada mil veces por muchos pero llevada a la práctica por esos protagonistas de horas y horas de pedaleo.
Ése es el entorno de un ciclista, ése fue el que tuvieron Juan Curuchet y su socio olímpico, Wálter Pérez, en China al ganar el oro que nadie esperaba o, mejor dicho, que sólo ellos en su intimidad veían como posible. Y de lo que pintaba para el gran fracaso en la disciplina se pasó casi por arte de magia al éxito sin límites, a entrevistas impensadas, a banderas flameando y a un regreso soñado al país.
Para Curuchet fueron décadas de espera. Para el segundo un poco menos, pero con idéntico sueño. Años de bochinche y barullo en la partida y de banderas agitadas o soledad en el regreso, según fuera el resultado. Porque a los triunfadores los esperan muchos pero a los derrotados, apenas sus familiares.
Así vive un ciclista su carrera silenciosa. Entrena, corre y gana o pierde en soledad. Porque en todo caso lo que se comparte es el éxito o el fracaso, no el esfuerzo traducido en sonidos a la hora de una carrera.
El clásico ruido de los tubos que al rodar por el asfalto indican velocidad, el crujir de una cadena y el andar como un reloj de un piñón son la compañía más cercana cuando se está sobre la bici y pasan una tras otra las líneas blancas de la ruta, como si tragarlas fuera un modo de llegar a destino.
Pero llega un punto en que no hay marca ni calidad de la bici que hagan lo que el ciclista no hizo, no existe nada mágico que implique un resultado si el que va arriba no tiene los recursos para lograr ese sueño.
Wálter Pérez y Juan Curuchet son campeones olímpicos. Los vio el mundo entero, los disfrutó el país que no había creído en una disciplina de segundo orden para nosotros... pero tendrán la íntima satisfacción de que el logro obtenido es sólo de ellos, de ellos y su soledad, porque aunque miles y miles los rodeen llega el momento en que están solos, como estuvieron en China a la hora de competir.
El ciclismo es eso: soledad, esfuerzo. Es ponerle sello y firma a una lucha que se traduce en andar y andar, a veces con destino cierto y otras, apenas con los sueños a cuestas.
Walter Pérez y Juan Curuchet ganaron en China como todos los ciclistas: apenas acompañados por el sonido de la cadena o el piñón y la visión interminable de la pista. Hoy los aclama el país.