Hay partidarios acérrimos del determinismo biológico. Por caso, un estudioso de la conducta, Richard Dawkins, propone justamente en su obra "El gen egoísta" que estas minúsculas partículas de información ya están programadas antes que nada para sobrevivir y replicar la especie a la cual se pertenece. Para este etólogo "una gallina es simplemente el método que usan los huevos para hacer más huevos".
Los animales en general matan por defensa o por necesidad de sobrevivencia y se cuidan instintivamente entre sí para asegurar la reproducción de su especie.
Los hombres, supuestamente al vértice de la pirámide de la vida, sin embargo tienen otras motivaciones para contradecir reglas naturales, que los llevan a aniquilarse entre sí ya no como método de defensa sino como forma de obtener la satisfacción de otros deseos: poder, dominio, riqueza, ser amado, ser elegido son algunas de las tantas motivaciones que llevan a un hombre a eliminar a otro. El hombre lobo del hombre, según el determinismo cultural.
Estas variables explican en todo caso por qué matar, pero la pregunta también apunta al por qué no. ¿Qué impide al hombre matar?
Volviendo a las frases de origen, se podría decir que una fuerte motivación es justamente la autodefensa, es decir que desde el gen egoísta hasta el hombre en su totalidad como animal social se genera un código de convivencia entre los hombres por el cual se prohíbe matar como garantía de no ser muerto por otro.
Después la culturización arropa esta conducta primaria con fines altruistas, religiosos o jurídicos pero, en esencia, es una regla elemental de autoprotección. Yo no mato para no convalidar que me maten a mí.
La creación de una prohibición presupone dos actitudes posibles: aceptación de la norma o transgresión de la misma. De esto deviene otro método de contención convenido socialmente: el castigo a quienes no cumplen con la ley.
Las conductas humanas se producen, entonces, obedeciendo a un cada vez más complejo sistema de premios y castigos que refuerza positivamente la realización de determinadas acciones e inhibe otras.
Yo cumplo con la ley para evitar el castigo y porque obtengo beneficios del sistema si estoy integrado en él.
Se dice que en las cárceles están los transgresores, pero tan verdadero como eso es que la mayoría está por marginal, por pobre, por analfabeto, por migrante o, simplemente, por distinto.
Y las cárceles de nuestro país, que por manda constitucional sólo deberían existir para reclusión y no para castigo, suponen en realidad múltiples mecanismos de castigo para el penado.
A las condiciones de carencia en que se desenvuelve la vida carcelaria y la falta de actividades para una posible reinserción se les agregan códigos propios de convivencia que replican lo peor de las condiciones externas.
Para no ser destruido en una cárcel hay que estar dispuesto a destruir; la lógica de la defensa de la vida se transforma en una lógica que incluye la posibilidad de la muerte al otro para evitar la mía.
La cadena de acontecimientos que suele comenzar en la marginalidad, que significa la difícil obtención de beneficios estando dentro del sistema, empuja hacia la transgresión; ésta, hacia la cárcel y, finalmente, dentro de la misma pierden sentido tanto la posibilidad de obtener beneficios como la de recibir un castigo.
En estas condiciones matar es sólo una probabilidad, tan circunstancial y trivial como la de morir.