La cárcel es un submundo. Allí no existen otros códigos que no sean los que los propios internos establecen para su supervivencia, a menudo la muerte se paga con muerte y un hecho de extrema violencia termina otorgando a cualquier recluso un posicionamiento frente al resto de los internos que le permite obtener no solamente mayor jerarquía sino también prestigio y poder.
Es matar o morir, así de simple. Y así de crudo. "Si no estás preparado para esto te pueden pasar dos cosas: morís acá adentro o pasás a formar parte de los débiles, que son los que permanecen en esa casta que está al servicio de los más fuertes", relataba hace algunos años un interno del Establecimiento de Ejecución Penal 2 de Roca en referencia a su vida tras las rejas.
Tal vez en este contexto, y con esta crudeza que puede estremecer hasta al más fuerte, se pueda explicar la situación en la que quedaron
Raúl Avilés (25) y Oscar Jara (28), dos internos que hace una semana fueron condenados a cadena perpetua por el crimen de otro recluso pero que ya se encontraban purgando penas de 14 y 18 años de prisión por hechos de extrema violencia.
Al parecer, el motivo de la salvaje agresión fue simplemente una revancha. Estos reclusos que "ajustaron cuentas" por mano propia entendían que la víctima había participado en Cipolletti del crimen de otros dos sujetos que eran sus amigos y eso, según sus "códigos", se paga con la muerte.
SENTIDO DEL ENCIERRO
¿Cuáles son esos códigos? ¿Cómo se manejan? ¿Cómo se puede quedar atrapado (condenado) en medio de un sistema donde la ley más fuerte es la de la violencia? Ésos fueron algunos de los interrogantes que le trasladamos al psicólogo y docente Daniel Sans.
Para este profesional que en los últimos años estudió la vida en los penales desde distintas áreas, cualquier sujeto que se encuentre en ese contexto (de encierro) está obligado a buscar un sentido a su vida, aunque sea en la peor cárcel. Es por eso que necesita proyectarse en el tiempo, buscar un "para qué".
"La cárcel es una institución que tiene códigos explícitos que ya están instituidos. Pero hay otros que son establecidos por los propios sujetos que están internados, que establecen una jerarquía, y se enmarcan en códigos internos más o menos violentos".
Para Sans, las condiciones en las cuales se encuentra un recluso son determinantes a la hora de establecer una posibilidad de lograr la reinserción en la sociedad. Existen cárceles que cuentan con programas de capacitación para los internos, lo que les permite proyectarse a corto o largo plazo, con una posibilidad concreta de formar nuevamente parte del sistema social.
Pero aclara que cuando la situación es tan grave como la de los sistemas carcelarios en nuestro país todo individuo termina proyectándose en esa misma institución. En definitiva, necesita sobrevivir en medio de un cuadro en que el poder de la violencia es determinante. "Matar o morir se impone para una jerarquía. Para la institución forma parte de un prontuario, pero hacia el resto de los sujetos es prestigio", dice Sans.
ZAPATILLAS Y PODER
Y como ejemplo asegura que, entre los presos, perder un par de zapatillas no solamente significa estar descalzo sino, además, pasar a formar parte de los desplazados, que resultan ser el último de los escalones.
"Se pierde todo derecho entre sus pares y es un pronóstico de muerte. En el campo de concentración nazi, perder la cuchara no solamente indicaba que se podía morir de hambre por no tener con qué comer sino que se iba a ser abusado por todos los compañeros -de infortunio si se quiere-, que sabían que no se iba a poder defender", sostiene y agrega que en realidad "resulta una copia del sistema. El que no se sabe defender muere".
Ésos son los códigos "tumberos", según los cuales a veces el silencio (no declarar un hecho) puede ser el límite entre la vida y la muerte.
Pero esas jerarquías se fueron modificando en los últimos 10 ó 15 años, explica Sans. Antes se establecían a partir de la "experiencia" y la edad, pero el fenómeno se fue transformando con el ingreso de jóvenes cada vez más violentos que fueron tomando el control interno por su capacidad de agresión.
Otro dato tiene que ver con la organización interna en los penales: a menudo los servicios penitenciarios, por escasez de personal y recursos, delegan la disciplina interna en los propios presos, lo que aumenta la conflictividad.
En una entrevista reciente con "Debates", Roberto García -coordinador de la Comisión contra la Tortura, que supervisa las cárceles bonaerenses- señaló esta cuestión: "En la jerga se conoce a estos internos como el 'limpieza', que por ser más 'pesado' o 'duro' controla que el pabellón ande bien y es intermediario entre los presos y el servicio penitenciario, que
se ahorra el control de los conflictos. El que termina aplicando la disciplina, peleando, es el 'limpieza', con dos o tres ayudantes" (1).
Según el informe "El sistema de la crueldad", elaborado por la Comisión Provincial por la Memoria de la provincia de Buenos Aires, en el 2007 las muertes traumáticas representaron el 57% de los decesos acontecidos en lugares de encierro. Un 34% correspondió a muertes por herida de arma blanca; un 20%, a suicidios y un 3%, a paros cardiorrespiratorios por ahorcamiento. Ese año murieron 23 personas en peleas en las cárceles bonaerenses.
El hacinamiento, el ocio y la falta de alternativas laborales o educativas terminan generando un clima de tensión permanente que estalla ante cualquier motivo. "Un hueso sin carne, un par de zapatillas, una provocación o algún objeto, viejas enemistades, son causas que obligan a muchos a armarse con facas o arpones y pelear hasta que otro caiga muerto"(2).
(1) Entrevista a Roberto García y Ana Cacopardo, de la Comisión por la Memoria de Buenos Aires, en "Debates" del 8 de junio de este año.
(2) "El sistema de la crueldad III". Informe sobre violaciones a derechos humanos en lugares de detención de la provincia de Buenos Aires 2006-2007.
LUIS LEIVA
luisleiva@rionegro.com.ar