-En su libro anterior, "El tiempo de Kirchner", usted aborda un tema que sigue siendo objeto de reflexión y de debate cuando se explora la historia argentina: la frustración o el "quede" argentino en relación con su desarrollo, lo que pudo ser y no fue y...
-Lo que yo llamo "la anomalía".
-¿Qué nos pasó? Usted habla de la anomalía como originalidad.
-Sí, sí. Uso el concepto de anomalía en relación con la originalidad, originalidad en tanto ingresamos en el siglo XX entre las muy pocas naciones que sin ser potencias con raigambre colonizadora de carácter industrial -Inglaterra por caso- se insertan en un mercado mundial muy abierto. Y se insertan siendo necesarias, algo que en ese tiempo no era fácil de lograr... Canadá, Australia y algún otro muy vinculado con Gran Bretaña, pero no más. Desde esa perspectiva, la Argentina fue una "anomalía". Consolidadas sus fronteras interiores mediante la superación de sus problemas internos y una hegemonía política de la elite aristocrática vinculada con la tenencia de la tierra, bueno... el país se transforma en términos muy significativos en puñados de años. Es más, comienza el siglo XX siendo una opción ante Estados Unidos.
-¿Opción de ser qué?
-Una potencia emergente de primer rango o algo muy parecido.
-Pero no lo fue. ¿Por qué?
-Creo que esa originalidad no se plasmó en una realidad más firme porque no se cumplen determinadas etapas, se dan procesos políticos y económicos que dificultan la continuidad del proceso de crecimiento. Yo tengo la certidumbre de que 1930 es un dato muy singular en todo ese proceso ya que, si bien y muy a pesar de la crisis el progreso no se frena, no tiene la flexibilidad necesaria para engarzar una economía agraria fundada en la explotación extensiva y latifundista en manos de un plano minoritario de la sociedad argentina, con un proceso más vinculado con la industria que, por la naturaleza de la actividad, integrase más aceleradamente a la sociedad. Me parece que por ahí pasa parte de la respuesta a la frustración nacional de haber podido ser y no ser. De todas maneras, a lo largo del siglo XX hubo intentos destinados a dar por tierra con esta anomalía devenida en originalidad. El proyecto que encarna Arturo Frondizi es quizá uno de los más serios que se han direccionado en ese sentido, pero ese intento de modernización económica también se frustró por las mismas razones: problemas internos que debilitaron la gobernabilidad y desautorizaron el poder en términos permanentes.