¿Por qué los Di Tella para un libro?
-Porque tienen una impronta muy particular entre las familias de la burguesía argentina. Aspiraron a una Argentina crecientemente industrial; hicieron de la cultura y su promoción todo un objetivo. El Instituto Di Tella, la Universidad Di Tella, el Instituto de Desarrollo Económico... Una familia que buscó compartir mucho de lo que la Argentina le dio. Fabricaron desde máquinas de amasar hasta autos con licencia británica, pasando por surtidores, lavarropas, heladeras...
-Hay un psiquiatra argentino que sostiene que los Di Tella tienen algo de los Kennedy, en el sentido de darles valor, al menos en este país donde los sectores hegemónicos son muy brutales en la percepción de la vida en relación con los demás. ¿Qué opinás?
-Los Di Tella nunca dejaron de sentirse en relación con el resto. Torcuato (el padre de Torcuato, el sociólogo, y de Guido, que fue canciller), al llegar a la Argentina en 1892 aproximadamente, venía de una familia con importante bagaje cultural. La relación de esta familia con la cultura es interesante. Sus dos hijos, Torcuato y Guido, heredaron esa formación. Gente de dinero que se convierte en mecenas del arte, algo no habitual en Argentina....
-¿No es raro que, siendo Torcuato padre un hombre con espíritu tan abierto, recién enviara a sus hijos a la escuela a los 10 años?
-Puede ser raro, pero esa decisión formó parte de los desdenes que tenía Torcuato padre por muchos de los estilos y costumbres de la clase alta argentina. Torcuato y Guido no fueron al colegio hasta como los 10 años y se educaron con profesores privados. Con los años terminaron ingresando a la Escuela Argentina Modelo que es, si se quiere, un colegio conservador, más bien catolicón. Pero fueron un poco perro verde. Porque tenían más plata que sus compañeros y aparte eran más cultos que sus compañeros. Cuentan que durante la Segunda Guerra, la mayoría de sus compañeros y algunos profesores tenían simpatía con el Eje, mientras que los Di Tella estaban muy imbuidos en la resistencia a Mussolini.
-Un embajador francés dijo que los Di Tella eran los únicos librepensadores que había conocido en su paso por Argentina. Después de trabajar sobre ellos, ¿los ve así?, ¿había mucho de librepensador en ellos?
-Sí, ése es un término que los define muy bien. Incluso desde muy jóvenes, en muchas ocasiones, ambos se mostraron provocativos en los términos en que se expresaban. No era una provocación gratuita y en alguna medida se prolongó en el tiempo. Tal vez había cierta gratuidad en Guido, cuando siendo canciller hablaba de "relaciones carnales con Estados Unidos". También habría que analizar esto en clave psicológica, porque siempre su provocación tenía un trasfondo revulsivo hacia un lugar al que él quería ir. Cuando en relación a Malvinas Guido dijo lo de Winnie the Pooh, tenía muy claro lo que estaba haciendo. Y él lo dijo: "Prefiero que los kellpers piensen que somos boludos antes que peligrosos". Había un
pensamiento, una idea política detrás. Esto creo que tiene que ver con el origen de esta familia. Los Di Tella son perros verdes en la política y en la cultura.
-¿Ahí encaja la sospecha que siempre les tuvo el pensamiento más conservador, más dogmático?
-Probablemente. Por eso cuando crearon el Instituto Di tella, todo un capítulo formidable en materia de arte, los persiguieron, especialmente la dictadura de Juan Carlos Onganía. Pero los peronistas no entendían a Guido. Los kirchneristas no entendían a Torcuato. Cuando en la misma mañana del 24 de marzo del '76 los militares se los llevaron presos y a Guido lo torturaron duramente en su propia casa antes de trasladarlos al buque "Granderos", de donde los rescató Martínez de Hoz a quien le avisó Augusto Conte McDonnell, ya que eran todos amigos, un oficial de 24 de la Armada les dijo: "Ustedes son de izquierda pero son ricos y peronistas...". No cuajaban. Se salían un poco del lugar común de lo que puede ser la Argentina. Para los progresistas eran niños ricos. Para los niños ricos eran provocadores. Para la izquierda eran frívolos y poco comprometidos. Para la derecha, inmorales. Los Di Tella siempre estuvieron en un lugar de provocación. Los dos se tuvieron que exiliar...
-De tu libro se desprende que Guido fue más que Torcuato a la hora del manejo de las empresas. ¿Por qué?
-Porque a los 17 años Torcuato le dijo a su padre que quería ser político, que le gustaban los libros y que no le importaban las empresas, lo cual le causó un gran disgusto a Torcuato padre. Guido sí asumió esa responsabilidad de manera tardía y sin el entusiasmo del padre, que era un ingeniero apasionado por la industria, tanto que iba los domingos a trabajar a la fábrica. A Guido le interesaban los campos, comprar y comprar campos... Ya por los '60 pensaba en inversiones en las Malvinas. Siempre le gustó innovar en la cría de ganado. Pero antes que nada era un intelectual y un político. Lo del campo le interesó mucho, pero esa parte nunca fue pública.
-¿Cómo fue el manejo de las empresas desde el punto de vista sindical?
-Tuvieron un par de episodios en Siam, que era un lugar importante para la UOM. Hubo una negociación después de una fuerte huelga, pero no tuvieron en su historia enormes despidos ni grandes conflictos más allá de lo típico de la época. De hecho Guido buscó que el Estado le salvara las empresas porque, si se caían, se iba la fortuna familiar y ellos quedaban muy comprometidos.
-¿Con qué argumento lo hizo?
-El argumento que utilizó Guido frente a los sucesivos gobiernos fue que, si quebraba la fábrica, quedaba una gran cantidad de obreros en la calle. Lo que ocurrió es que Siam dejó de pagar impuestos y cargas sociales, acumulando una deuda cada vez más monstruosa. Se refinanció y le dieron crédito. Era tan grande la deuda que el Estado la cambió por acciones y le puso una cláusula gatillo. Si la empresa no cumplía con los pagos, el Estado pasaba a tomar la firma haciéndose cargo de las acciones que tenía en su poder. Siam incumplió nuevamente. En los '70 la empresa estaba en una situación calamitosa y el Estado definitivamente se hizo cargo de ella.
-¿Qué significa eso?
-Con el gobierno de Illia empezó la negociación y Lanusse terminó nacionalizando la empresa. Pero no
fue una toma hostil. Era la salida que estaba buscando Guido, porque él tenía comprometidos todos sus campos como garantía de las deudas. Básicamente, a esa altura lo que Guido hizo fue traspasarle al Estado una gran deuda. Guido protestó y, cuando vino Perón, logró que le dieran unos puchitos en Siam Brasil y en Siam Chile.
-¿Qué le quedó a la familia?
-Hoy le quedan campos y no mucho más que eso. Guido hizo una división entre sus hijos. Supongo que Torcuato habrá hecho lo mismo. Deben tener algunas acciones en algunas empresas pero ya es una familia de más apellido que otra cosa. Ya no son lo que fueron. Les queda más apellido y fama que poder. Hay gente mucho más poderosa que ellos hoy.
-¿Cómo fue la relación entre Torcuato y Guido?
-Muy compleja. Guido era el menor pero sin embargo fue el heredero. Torcuato tuvo una relación compleja tanto con Guido como con su padre. Eran una familia italiana: siempre lo primero es la familia. No hay quiebre ni rupturas. Torcuato decía: "Guido siempre fue mi cafishio". Le pasaba un cheque a fin de mes a Torcuato, que escribía sus libros pero prácticamente nunca trabajó. La relación fue compleja también en otros sentidos.
-¿Por ejemplo?
-A Nelly, la viuda de Guido, nunca le gustaron las separaciones de Torcuato. Ella es muy católica y reservada. Ellos han tenido diferencias políticas también. Guido se fue corriendo a la derecha. Su gran estrellato fue el peronismo conservador de derecha con Menem. El de Torcuato, con Kirchner. Hay como una especie de juego de espejos muy notorio entre ellos dos. Tenían diferencias en cuanto a la Universidad Di Tella. Torcuato pretendía una cosa con mayor función social y lo criticaba a Guido porque hacía una universidad para niños ricos. En realidad el que hacía era Guido, que siempre fue el patriarca de la familia.
El autor de "Los Di Tella. Una familia, un país" describe al clan como atípico dentro de la burguesía argentina, ya que siempre apostó a un país con desarrollo industrial y promovió la cultura en varios ámbitos, contrariando muchas veces corrientes ideológicas de su época.
Un general, un miembro
“El Instituto Di Tella fue uno de los más acabados exponentes del clima de apertura que la Argentina vivió en el primer lustro de los sesenta. Aquellos fueron los años en que la revista ‘Primera Plana’ renovaba al periodismo argentino, la editorial Eudeba publicaba textos clásicos a precios accesibles y las novelas de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez batían records de ventas. Eyectado el peronismo, la clase media con pretensiones intelectuales se ilusionaba con el desarrollismo y su promesa de progreso y modernidad. El Di Tella era un satélite fundamental de aquel universo y su propuesta de vanguardia acortaba las distancias siderales que hasta entonces Buenos Aires padecía con los centros de producción artísticos. Pero todo había comenzado a desvanecerse en 1966, tras el golpe de Onganía, un católico ultramontano, contra el gobierno de Illia.
”Onganía supo construirse una imagen de caudillo impetuoso mientras trabajaba desde las sombras en el desgaste de Illia. Una vez en el gobierno se reveló como un líder autoritario y reaccionario. Apenas entrenado en el poder intervino la UBA y ese gesto marcaría la impronta de su gestión, obsesionada con el control de la moral y las buenas costumbres. El instituto Di Tella atentaba contra las concepciones más conservadoras y comenzó a sufrir el acoso constante de la policía. Ya como ex presidente, Onganía explicitó el concepto que tenía el Instituto: ‘Yo me acuerdo que alguien me contó que en la pared del Di Tella había un miembro pintado y que exhibía baños. Bueno, la idiosincrasia argentina no está preparada para este tipo de cultura. Estos intelectuales traían la cultura de afuera. Pero es una cultura penetrante, alimentada por una intelectualidad exquisita. Para mí la cultura debería ser una consecuencia de lo que pasa en el país, un proceso mucho más suave’.
”Preocupado por la fama que estaba adquiriendo el Instituto, en 1967 Guido Di Tella decidió invitar al jefe de la SIDE, Roberto Marcelo Levingston, a la sede de Florida. ‘Me sentí como en la Inquisición’, rememoró Guido ante un periodista de ‘Página/12’. Levingston, que tres años después asumiría como presidente, terminó la recorrida en un cóctel en lo de la madre de Guido y recién entonces se sintió un poco más a gusto. Al final, habrá pensado el general mientras admiraba la colección de arte de la mansión de Belgrano R, los Di Tella eran burgueses y capitalistas como él”.
(“Los Di Tella. Una familia, un país”. Nicolás Cassese. Buenos Aires: Aguilar, 2008.
Págs. 174 y 175)
EL ELEGIDO
Nicolás Cassese tiene 35 años. Cursó estudios de Comunicación en la Universidad Austral y en la Universidad de Londres hizo un máster en Política Latinoamericana. Ha trabajado en “La Nación” –sección Política– y en la revista “Noticias” y publicado en “El Mundo”, de España; “Newsweek”, de Estados Unidos, y “Rolling Stone”. Actualmente es secretario de Redacción de la revista “Brando”. En el 2001 ganó la beca Chevening, otorgada por el British Council.
El libro de Cassese es una interesante y dinámica exploración sobre una familia con proyección muy particular en la vida argentina, un núcleo que él define como integrante de una “burguesía esperanzada” que apuntó a ser industrial e ilustrada, que sintió la necesidad de promover la cultura desafiando mucho del pensamiento dominante.
Un día de finales de diciembre del 2001 Cassese estaba en Londres. De este lado del Atlántico la Argentina ardía. “Angustiado y lejos de casa –dice en el prólogo de su investigación– buscaba claves para entender el fracaso de la Argentina en los estantes latinoamericanos de las bibliotecas londinenses; allí me crucé con la biografía que Torcuato Di Tella, el hermano de Guido, había escrito sobre el padre de ambos, que también se llamaba Torcuato y representa la contracara exitosa del país que entonces se derrumbaba”. Hojeando esa biografía nació la idea de ir por los Di Tella.
JUAN IGNACIO PEREYRA
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CARLOS TORRENGO
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