Cargados de múltiples identidades, algunos de nosotros nos vemos inmersos en ciertas complicaciones de la historia sobre las cuales las nuevas generaciones piden precisiones. Lejos de los hechos que a lo largo del siglo XX ensombrecieron la rica historia de Alemania y habitantes ya de un nuevo país, las inquietudes sobre el pasado, sin embargo, persisten. Bariloche, mi ciudad natal, a la que mis padres llegaron en 1952 desde Buenos Aires y que además vio nacer a mis hijos, no deja nunca de estar en el ojo del huracán con respecto a ciertos temas de ese pasado. Por ello, a medida que pasaron los años y los hábitos institucionales de las organizaciones locales que representan ese fragmento de mi identidad optaron por el silencio y mientras mis hijos crecían, comencé a intuir que en todo este rompecabezas faltaba una pieza.
Transité entonces mi propio camino en la búsqueda de evidencia, reconstruyendo con las cartas, los álbumes de fotos y los recuerdos familiares el camino recorrido por los míos a través de la etnicidad enfermiza, el racismo y los prejuicios que se acumularon en la historia de la tierra de mis abuelos a lo largo del siglo XX. Sin conciencia de que en algún momento llegaría la necesidad de alguna explicación, comenzó la reflexión. Inútil detenerse en los detalles que hacen a las discusiones estériles y en los frágiles argumentos de aquellos que sostienen que el pasado a nadie le importa, que no fueron 6 millones y que por algo habrá sido. Tal vez sean explicaciones razonables para sus hijos, seguramente no para los míos ni para los muchos hijos de esta ciudad.
Difícil es hoy ignorar la abrumadora evidencia. Está en los libros, las revistas y el cine y en los últimos días, por cuestiones que son de dominio público, en la televisión y la radio. Mis hijos, con un fragmento de identidad europea en sus almas, no pueden sustraerse del agobio que les produce ver el rostro y escuchar de los hechos tenebrosos de un alemán, como sus abuelos. Necesito tener a mano una explicación, separar la paja del trigo y transmitirles otra historia, una más dulce y más humana.
Preguntas que quedan sin respuestas son malas consejeras. ¿Daddy, qué es un judío? ¿Daddy, qué hizo ese nazi? ¿Daddy, quién es Zuroff? ¿Daddy, por qué está en Bariloche? ¿Daddy, quién es Juan Herman? Yo hice preguntas parecidas hace muchos años y en una ciudad que desde la mirada actual parece otra. Hubo algunas respuestas, tibias explicaciones y algunos indicios de conmoción frente al horror. No fueron suficientes y crecí bajo las sombras de un silencio que a mí, a medida que pasaban los años, se me antojaba cómplice. Comencé entonces con la investigación y luego con mi libro (próximo a editarse). Lo hice sin pensar en ellos, mis hijos, los que llegaron a este mundo, desprovistos de todas esas dudas que me asaltaron a mí a lo largo de los años. Para mis adentros, y sin una cabal conciencia del círculo interminable en que estamos inmersos, pensé que en el futuro nada de todo ello les llegaría a preocupar.
Me equivoqué. Se acerca nuevamente la fatídica fecha de la desaparición de Juan, Zuroff está en el pueblo y mis hijos ya comenzaron a hacerse eco de los comentarios que circulan entre la gente. Observo sus rostros y percibo que pronto comenzarán las preguntas. Intuyo que quieren dilucidar cómo se comportan los hombres entre ellos, qué sueños son capaces de soñar, qué crímenes son capaces de cometer y, finalmente, qué es eso que los adultos llamamos "justicia". Ya saben que los niños tienen ciertos derechos, que hay algo sagrado en cada ser humano y que hay leyes que nos protegen de la cuota de maldad que se esconde en el alma de algunos hombres. Como fue mi caso, esperan de las instituciones y de sus padres algún indicio con respecto de todos estos temas.
En Alemania, a lo largo de las décadas se sucedieron los gestos simbólicos de arrepentimiento por parte del liderazgo de la nación, como la caída de rodillas del canciller Willy Brandt en 1970 frente al monumento por los caídos durante el levantamiento del gueto de Varsovia en 1942 o el último gesto de la canciller Angela Merkel en el Yad Vashem de Jerusalén y frente al Parlamento israelí, este año.
Es difícil saber si todo el pueblo alemán lo comparte pero, con el gesto, el liderato de una nación volvió a dar una señal. Eran gestos que se encuadraban dentro del proceso que llevaba el nombre de "Vergangenheitsbewältigung", algo así como "la superación del pasado". Con el tiempo comenzaron a aparecer las placas, los monumentos y los recordatorios. Alemania se pobló de ellos. Observar hoy una fotografía del "Monumento admonitorio a los judíos asesinados en Europa" en Berlín, en la que se distingue a lo lejos el emblemático edificio del Reichstag donde una vez funcionó el cerebro criminal de la Alemania nazi, despierta en el que la mira una extraña sensación de zozobra y un cierto temor ante la recurrente fragilidad de los procesos históricos. "La superación del pasado", un concepto que encerraba ciertas connotaciones de olvido, pasó a llamarse con el tiempo "la reflexión sobre el pasado" (aufarbeitung der vergangenheit) y todo el proceso se enmarcó luego bajo el lema de la "Cultura de la memoria" (errinnerungskultur).
En el pueblo donde nací y respecto de estos temas y algunos otros, las cosas fueron diferentes y sospecho que las instituciones de mi ciudad no han hecho lo suficiente. Está claro que hay una deuda pendiente y no hay duda de que un cierto clima de incertidumbre nos invade cuando el tema reaparece.
La emblemática foto de Efraim Zuroff que circula por el mundo es elocuente: lo muestra sosteniendo con su mano derecha una imagen de Aribert Heim, un verdugo de triste fama. No es una foto más del aluvión que nos llega día tras día sino una foto que no olvidaremos fácilmente en el pueblo porque es un recordatorio de que la justicia está en camino, de que podés correr pero difícilmente esconderte, de que a pesar de todos los años transcurridos y toda la impunidad acumulada la guerra, como piensan muchos de los míos, no fue solamente la guerra. Es cierto: ambos bandos pelearon batallas, tuvieron sus muertos y también sus héroes. Pero ésa es otra historia. En esta última foto el impasible rostro de Zuroff es solamente el de un mensajero de las víctimas del Holocausto y el de Heim, una inconfundible imagen de los verdugos.
HANS SCHULTZ (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Antropólogo, miembro de la colectividad alemana de Bariloche y autor de varios libros sobre inmigrantes de ese origen que se establecieron en la región)