Pobre sería nuestro papel como seres pensantes si reservásemos la memoria a determinadas fechas o circunstancias personales, colectivas o universales. Según el crítico Andreas Huyssen, "hay hechos dramáticos que las sociedades deben reelaborar, y las políticas de la memoria son el modo en que las sociedades se responsabilizan por su historia". Para hacerlo no es suficiente recordar nuestras historias personales o colectivas, sean dramáticas, felices o sencillamente nostálgicas. Al decir del poeta, "De vez en cuando camino al revés/ Es mi modo de recordar/ Si caminara sólo hacia adelante/ Te podría contar cómo es el olvido/ pero no cómo es la memoria".
Y en este microcosmos de montaña todos necesitamos caminar al revés, ir y volver a lo largo de los años para entender con nuestro corazón -que impulsa la sangre que alimenta al cerebro que contiene los recuerdos- la importancia de mantener viva la memoria como medio insustituible, casi único, para buscar la verdad. Nadie garantiza que la hallaremos, pero sin recordar seguramente habremos perdido el camino.
Aunque sin duda un asombroso proceso cerebral, la memoria que recorre distancias y siglos no es sólo fisiología, neuronas y corrientes eléctricas. Entenderla significa conocer de dónde venimos para saber hacia dónde nos dirigimos; defenderla es el arma de los pueblos para vencer a mentirosos y opresores.
El ejercicio de la memoria permite la justicia. Pensando en términos de memoria más justicia, Bariloche tiene una historia difícil que vuelve -para algunos día a día, para otros sólo en determinadas ocasiones- para recordarnos quiénes somos y con quiénes convivimos.
Desde hace tres décadas el mes de julio nos exige mantener la memoria para no olvidar a Juan Herman o, desde fechas más recientes, el atentado a la AMIA o la caída de "un vecino" (Priebke). Y desde ahora también nos llamará a recordar otra cosa; no precisamente la visita de Efraim Zuroff, cuya fotografía en nuestra ciudad dio la vuelta al mundo, sino otra imagen, la de cuatro personas (dos judíos y dos alemanes) sentadas alrededor de una mesa. Una mesa redonda de igualdad y mutuo respeto. Porque la foto de Zuroff quedará como un ladrillo en el edificio universal de la búsqueda de justicia. Pero la otra será, para quienes quieran ver, el cimiento del reencuentro.
Aunque como comunidad judía organizada existimos hace algo más de dos décadas, algunos quizá recuerden a aquel primer judío cuya existencia se registra en Bariloche, un hombre duro que a comienzos del siglo XX pasó en nuestra ciudad las primeras películas cinematográficas. Corrieron los años y poco a poco llegaron otros, una familia o dos, y hacia mediados de siglo, algunos más. Por esta ciudad que atrae y expulsa al mismo tiempo pasaron muchos; algunos se quedaron y otros se fueron. Los nombres revolotean en esa misma memoria que escribe la historia y particularmente viene a mi mente el de don Boris Furman, el gran filántropo de nuestra ciudad. Pero él es una historia aparte...
Desde entonces han ocurrido muchas cosas, propias y ajenas. Y esta sociedad barilochense que alguien describió como un conjunto de círculos que se cruzan pero no se unen fue creciendo sin dejar aún de ser pueblo.
Ya es tiempo de construir un nuevo futuro, no el que en elección tras elección prometen algunos, sino nuestro futuro personal y colectivo, íntimo pero de todos, sin cometer la ofensa de querer borrar el pasado sino buscando la forma de reforzar entre todos la memoria que debemos dejar a nuestros hijos y nietos.
ROBERTO ZYSLER
MAURICIO KITAIGORODZKI