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  Domingo 13 de Julio de 2008  
 
 
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  EL CONFLICTO CON EL CAMPO
  Lo que no harán los Kirchner con la economía, según la historia

El matrimonio presidencial se enrola en la corriente de quienes piensan que a la Argentina le ha ido mal vinculada con el mundo. Al revés de Perón en 1952, no parece dispuesto a enmendar el rumbo en pos de una economía sustentable.

 
 
 
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Nicolás Shumway, actual director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin, le ha llamado la atención la persistencia de ciertos paradigmas retóricos en la historia política argentina. Uno de ellos, nos dice, es la relación de la Argentina con el resto del mundo.

Por un lado están los que sostienen que la Argentina debe ser un país autosuficiente, con una economía cerrada sobre sí misma. Aldo Ferrer sintetizó esta orientación con un eslogan: "Vivir con lo nuestro". Para quienes sostienen esta postura, asimismo, el exterior representa una amenaza. Nunca han dejado de otear en el horizonte el peligro del imperialismo, manifestado en su imaginación de mil formas.

Del otro lado, en cambio, está la gente que dice que la Argentina debe estar inserta en la economía mundial y que ve el exterior como un horizonte de oportunidades. Son ellos los que insisten en que los mejores momentos de la historia de nuestro país fueron aquellos en que la Argentina se insertó en el mundo. Ésta fue, resaltan, en cierto momento de su historia, "una próspera nación de inmigrantes".

Esta querella que recorre gran parte de la historia política de nuestro país no parece haber concluido. Así lo pone de manifiesto la reciente revuelta del campo frente al aumento de los derechos de exportación aplicado por el gobierno de los Kirchner. La política económica de los últimos años ha tenido, en forma evidente, el sesgo del cierre. Los Kirchner piensan que a la Argentina le ha ido muy mal cuando estuvo inserta en el mundo. De ahí las diatribas de Cristina Fernández sobre la época del centenario. Fue una Argentina para pocos, sostiene, tocando su voz el timbre del patetismo.

Los historiadores nos caracterizamos por mirar para atrás en nuestros análisis políticos. Si tenemos que buscar un antecedente de la actual política económica, resulta muy obvia la comparación con los primeros años peronistas, un período caracterizado por la bonanza económica. Bonanza que por cierto duró muy poco, de 1946 a 1949, pero que dejó una marca indeleble en el imaginario de muchos argentinos.

Juan Carlos Torre, uno de los más lúcidos estudiosos del peronismo en la Argentina, ha puesto de manifiesto que no todas las apuestas políticas de Perón en su camino hacia el poder y durante el ejercicio del mismo tuvieron un desenlace exitoso.

Recordemos. Perón surgió a la vida política del país como uno de los coroneles integrantes del Grupo de Oficiales Unidos (GOU) que realizó el golpe de Estado de 1943. Pero no fue un militar más.

Perón aportó, de manera sumamente oportuna, dos cosas a la revolución de junio: un programa económico y social y una apertura hacia grupos estratégicos de la sociedad, especialmente el movimiento obrero. De no ser por este aporte, los hombres de dicha revolución habrían corrido una suerte parecida a la frustración vivida por Uriburu en 1931.

La apertura laboral iniciada desde la Secretaría de Trabajo fue seguida por una convocatoria realizada por Perón a los sectores empresarios para colaborar con ella. El Estado debía tutelar las relaciones del mundo del trabajo y esto debía ser aceptado por los empresarios. Si éstos querían evitar la agudización de los antagonismos de clase debían estar dispuestos a sacrificar algo de su poder patronal, debían ceder algo para no perder todo.

Esto fue lo que les dijo Perón a los empresarios en el famoso discurso de la Bolsa de Comercio en agosto de 1944. Sin embargo, no era su intención elaborar una propuesta corporativa. A comienzos de 1945, con el casi seguro triunfo de los ejércitos aliados, el régimen militar se ajustó a los nuevos tiempos. Declaró la guerra a Alemania e Italia y en el plano interno fueron restablecidas las libertades públicas, los partidos volvieron a la legalidad y se hizo un llamado a elecciones para 1946.

Fue en ese contexto que Perón se preparó para gravitar en la próxima transición democrática. Habló con todos, con los radicales y con los conservadores.

Éstos, en su imaginación, podrían aportar la eficacia de sus maquinarias electorales. Barrunta, en fin, convertirse en el líder de una gran coalición tendiente a conseguir el orden y la paz social. Para ello recibió el aporte de los sindicatos y la colaboración de los sectores patronales. El apoyo del Ejército y la bendición de la Iglesia completaron el andamiaje político que pretendía construir para presidir la Argentina de posguerra.

Concebido de esta forma, nos dice Juan Carlos Torre, su proyecto político terminó en un completo fracaso. La política social y laboral, presentada por Perón como una estrategia preventiva para evitar la agudización de la lucha de clases, no tuvo la recepción que esperaba en los sectores empresarios. Es más, si había alguna preocupación en éstos era precisamente la propia gestión de Perón quien, en nombre de la justicia social, alentaba la movilización obrera y exasperaba las tensiones laborales. Algo parecido sucedió con importantes sectores de la clase política a la que Perón intentó incorporar a su proyecto. ¿Por qué iban a embarcarse en la aventura de una figura que tenía los días contados, a juzgar por la evolución de la coyuntura internacional?

Fueron, entonces, estas circunstancias las que redefinieron el proyecto político de Perón. A partir de ese momento su retórica se radicalizó. Proclamó el advenimiento de la era de las masas y el fin de la dominación burguesa. Su llamado a los trabajadores a defender la obra social de la revolución de junio contra el complot reaccionario que la amenazaba concluyó con el 17 de octubre de 1945, un episodio destinado a signar la segunda parte de la historia política argentina del siglo XX.

Pero algo más, sin duda, había cambiado entre el primer proyecto de Perón y este otro que nacía en medio del hostigamiento de las clases medias y altas: el sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores en el movimiento que a partir de entonces lideró.

Este último dato es de suma importancia porque condicionó en gran parte las opciones de política económica de los dos primeros gobiernos de Perón. Así, durante el primero de sus gobiernos -afirman Pablo Gerchunoff y Damián Antúnez- el principal objetivo de la política económica fue, más que desarrollar una cierta estrategia de industrialización, defender la industria "realmente existente".

Lo que el gobierno buscó resguardar a cualquier precio fue el pleno empleo. La base social con la que Perón ganó las elecciones de febrero de 1946 eran los seis millones de ocupados y muy especialmente el millón y medio de trabajadores industriales que habían cambiado la fisonomía de las ciudades. Toda la política económica del primer gobierno, en definitiva, estuvo destinada a no perder esta base social.

Una serie de circunstancias favorables que no volverían a repetirse le permitió a Perón desarrollar una política expansiva en términos del gasto público y de los salarios. Esto dio a la economía peronista un contenido nacionalista y distribucionista destinado a pervivir en la memoria colectiva como lo más significativo de ese primer peronismo. Una de esas circunstancias favorables fue que la Argentina tuvo por esos años, con el aumento de los precios agropecuarios internacionales, los mejores términos del intercambio del siglo XX.

Perón estableció con el Instituto para la Promoción del Intercambio (IAPI) una virtual nacionalización del comercio exterior. A través del mismo el gobierno peronista capturó recursos que utilizó para aumentar el gasto público con fines redistributivos y desarrollar una política crediticia destinada al sector industrial.

El IAPI llegó a establecer derechos de exportación del orden del 50%. Fijaba un precio para los productores agropecuarios locales y vendía en el exterior a precios internacionales. De esta manera, asimismo, se conseguía apreciar el salario real de los trabajadores al desenganchar el precio de los alimentos en el mercado interno de los precios internacionales.

En gran medida la bonanza de los años peronistas, puede decirse, fue pagada por el campo argentino.

 

EL FIN DEL "MUNDO FELIZ"

 

El "mundo feliz" del peronismo duró muy poco. De 1949 a principios de 1952 los términos del intercambio cayeron un 36%. Pero, además, el campo argentino sufrió durante los años 1951-1952 severas sequías que provocaron la caída de los saldos exportables. Perón se vio, entonces, obligado a cambiar. La bonanza conquistada no podía ser sostenida en el tiempo. Hoy diríamos que no era una economía sustentable en el largo plazo. Perón se dio cuenta de que ya no le servía la estrategia de sacar a unos a para dar a otros. La etapa de Robin Hood había concluido. Para repartir era necesario agrandar la torta. Ése fue el sentido del Plan de Emergencia elaborado por su nuevo ministro del área económica, Alfredo Gómez Morales. Este último frenó la puja distributiva con el congelamiento de precios, salarios y tarifas públicas por dos años. Hoy diríamos que enfrió la economía. A partir de ese momento para Perón el lema argentino de la hora era "Producir, producir, producir".

Perón también cambió su política hacia el campo. Una nueva política crediticia fue elaborada para favorecerlo, cambiando la dirección de los recursos que hasta ese momento se dedicaban a la industria.

Asimismo, Perón había llegado a la conclusión de que sostener la bonanza económica a más largo plazo requería dos cosas: promover el ahorro interno y la llegada de capitales extranjeros destinados, sobre todo, al desarrollo energético y al crecimiento de la infraestructura del país. Con ese propósito es que se firmó el tan conocido convenio con la California Argentina de Petróleo.

Volvamos al presente. Cuando llegó al ministerio, Alfredo Gómez Morales era un joven de 40 años de formación técnica y universitaria y con experiencia, a su vez, en la función pública. La designación de esta figura por parte de Perón fue algo así como si hoy los Kirchner nombraran ministro de Economía a Alfonso Prat Gay.

La apuesta de Perón fue corregir con un poco de ortodoxia económica todo lo que fuera posible su historia de heterodoxia. Había un límite para la nueva orientación económica: la base social del peronismo. Pero, además, Perón fue víctima de su propio esquema doctrinario inicial que con tanta eficacia había logrado instalar en las mentes de sus seguidores. El contrato con la California nunca fue aprobado por el Congreso.

Hoy resulta difícil imaginar que los Kirchner se decidan a cambiar si no se ven obligados por las circunstancias. El énfasis puesto por éstos con respecto a la cuestión de la equidad puede traer como consecuencia que el país pierda las oportunidades de crecimiento económico que le ofrece el mundo.

 

Bibliografía consultada

Juan Carlos Torre (dirección de tomo): "Los años peronistas" (1943-1955) y "Nueva historia argentina" (Tomo 8), Buenos Aires, Sudamericana, 2002.

 

MARCELO PADOAN (*)

mpadoan@fibertel.com.ar

(*) Historiador. Especialista en historia de las ideas políticas argentinas

   
   
 
 
 
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