Mucho de su trabajo académico e incluso su último libro -"En torno a lo político"- hacen hincapié en el conflicto como una de las esencias de la política. Usted conoce muy bien a la Argentina y...
-...no tanto, no tanto...
-...pero lo suficiente como para preguntarle qué impresión tiene de las características del conflicto político que sacude hoy a la Argentina.
-Me parece prudente no hablar de las razones, de las motivaciones... no puedo hacerlo debido a que si bien estoy informada sobre esos contenidos, bueno, tampoco lo estoy tanto, máxime tratándose de una cuestión cuya naturaleza está muy cruzada de intereses que no siempre están muy explícitos. Pero, en relación con la pregunta, me parece que el conflicto se está desplegando en forma creciente, incluso, en el marco de la inquietante forma de amigo-enemigo. Este tipo de relación entre las partes estresa a la sociedad, la parte y la sitúa en un estado de ánimo de manejo complejo. Esto conlleva incluso que en determinado estadio de desarrollo del conflicto se vayan perdiendo las razones que lo fundaron y se amplíen las motivaciones que lo siguen reproduciendo.
-Eso está sucediendo en la Argentina por estos días...
-Le aclaro que yo no reniego del conflicto, lo creo uno de los datos más vitales de la política. Sé que esto no es compartido por ciertas visiones que miran la política desde un racionalismo muy... muy exigente.
-¿Son las visiones que según usted procuran que en el tratamiento del conflicto a la hora de la solución nadie pierda?
-Sí, sí. No se puede pedir todos queden conformes. Es posible que eso se dé y también que no se dé. No todo se resuelve en términos tan racionales como suele reclamarse. Generalmente, a la hora de zanjarse un conflicto siempre hay algo de una de las partes que queda excluido, que la solución no contempla. Así es la dialéctica de la política en términos de conflicto; lo dice la historia.
-¿Qué es lo que hay que evitar en el tratamiento de un conflicto?
-Que derive en un antagonismo irreductible, o sea, el punto en que se sólo se piensa en sacar del juego al "otro". Si esto pasa, se ingresa en un estadio muy peligroso ya que se demoniza al "otro" y el "otro" responde en los mismos términos. En todo esto, en las percepciones que se van construyendo las partes en pugna suele pesar la historia de ambos.
-¿Lo que han tenido callado pero que aparece en la crisis?
-Sí, sí. La historia cuenta y las percepciones sobre ella pueden eventualmente jugar negativamente a la hora del tratamiento de las diferencias.
-Eso está pasando en la Argentina de cara a la presente crisis. ¿Usted cree que la Argentina es un caso muy particular en lo que hace al peso de la historia?
-Bueno, es un país con mucha historia de desencuentros. Pero no me parece un caso muy particular.
-¿Las partes van muy rápido a los extremos?
-No quiero aparecer aquí juzgando a la Argentina en términos muy rígidos. Lo que es evidente es que están marcados por muchos desencuentros y que no siempre han tenido un método, una forma de manejar esos desencuentros sin que los mismos los lleven a sumar más desencuentros.
-¿Qué pierde la lucha política cuando entra en trance de blanco o negro?
-Reconocer en el "otro" un espacio a convencer, un punto a derrotar mediante el convencimiento sobre el conjunto de la sociedad. La argumentación, la fundamentación de ideas, su defensa, su renovación, ir de la duda a la certidumbre en el desarrollo de una idea integran la parte más rica de la política que, por otra parte, no tiene por qué no ser blanco de pasiones.
(*) La entrevistada es belga. Entre otros libros, junto con el académico argentino Ernesto Laclau -profesor de Historia en la Universidad de Essex, Inglaterra- ha escrito "Hegemonía y estrategia socialista".
AGENCIA BUENOS AIRES