El Mayo Francés ya es pieza de museo. Pero las puertas del museo no se cierran, y entonces permiten que aquellos días de París del '68 tampoco se desvanezcan en la bruma. Son referencia -movida y colorida referencia si se quiere-, en un momento dado, de malestar con el poder. El poder en sus mil expresiones. Reales o imaginarias, pero el poder como expresión en escenarios entrelazados: la política, la cultura, la economía y toda la trama de relaciones que condiciona o libera.
Malestar protagonizado fundamentalmente por jóvenes universitarios en cuya intimidad germinaba lentamente la convicción, no de no tener futuro, sino de tener futuro condicionado por el sistema establecido.
No fue un malestar exclusivamente francés. De una u otra manera, en tiempos distintos, se manifestó aquí y allá. En medio de aquellos calientes días de París, desde la por entonces influyente "Primera Plana", Mariano Grondona -uno de los mentores intelectuales que liberaron el camino para instalar la dictadura de Onganía- escribía: "Como sociedad industrial avanzada, Francia asiste a un fenómeno que se manifiesta a lo largo de toda la frontera del mundo desarrollado y que afecta por igual a los países capitalistas y a los países socialistas: la aparición de una nueva fuerza, de una nueva fuerza social que no encuentra aún su lugar en las estructuras existentes. Esta clase, esta fuerza nueva, son los investigadores, los técnicos, los profesores y los estudiantes: todo un complejo mundo que se mueve en torno a la universidad".
Y la universidad es sinónimo de juventud. Y juventud en acción es precisamente la impronta más fuerte, más nítida del Mayo Francés. Es lo que impide que aquellos días ingresen en la bruma que conlleva el olvido. Porque el Mayo Francés tiene en esa politización de alcance planetario su sello más fuerte.
Por aquellos días de Barrio Latino, Alain Touraine tenía poco más de 30 años y saltaba de una barricada a otra con su mirada de sociólogo. Y escribía: "A pesar de la contraposición de las actitudes, ya sea que se admire la súbita liberación de fuerzas y de los deseos reprimidos por la civilización técnica y la sociedad capitalista, ya sea que enfurezca ver en acción a la sinrazón y la irresponsabilidad que ignoran los requerimientos de la economía y de la vida intelectual, el análisis, de hecho, es el mismo. En uno y otro caso la crisis aparece como el choque de una sociedad con lo que ella misma reprime y que unos consideran estúpido y otros admirable. Como el propio movimiento, sobre todo el estudiantil, proclamó en sus asambleas y en las paredes de las facultades su deseo de ruptura, pero no tuvo ni un programa ni una organización, resulta aún más tentador quedarse en la fascinación o la indignación".
En ese momento, Raymond Aron estaba en Estados Unidos
-No se trata de una revolución. No hay muertos: o sea, no hay revolución. Nadie mata ni quiere matar. Sólo se trata de un "a modo de" -le dice Kojève.
-Pero tengo que volver, quiero ver los hechos de cerca -le responde Aron.
-¿Realmente tiene ganas de ver esta payasada? -le pregunta el célebre intelectual ruso exiliado en París.
Y Aron vuelve. Se pasea por el Barrio Latino sabiendo que los estudiantes no lo quieren. Para ellos es, como mínimo, un reaccionario. Se sustrae de la simpatía que genera entre no pocos de sus colegas de cátedra de La Soborna la espontaneidad con que los estudiantes se han lanzado a la calle.
Luego escribe en "Le Figaro" tras reflexionar sobre la parálisis que muestra el sistema político francés ante los hechos. Charles de Gaulle, presidente, nada menos que síntesis de poder y leyenda, el novio de Francia como le gusta definirse, está desaparecido de escena. El Parlamento es más expresión de carencia de gravitación e ideas que sostén de la estructura institucional del país; los partidos no se sabe dónde están o, en todo caso, sólo el PC está activo: cuestiona a los estudiantes por provocadores pero da luz verde para que la CGT francesa mande a 10 millones de trabajadores a la huelga general.
Recordando sus notas en "Le Figaro", Raymond Aron dice en sus memorias: "El discurso ideológico de Mayo, ya fuere el de los estudiantes como el de los obreros, contrataba vivamente con los programas de los partidos. El libro de Heber Marcuse "El hombre unidimensional" contenía la mayor parte de los temas que provocaban indignación: la sociedad mercantil, el consumo forzoso indispensable para el aparato de reproducción, la contaminación, la represión social, el despilfarro enfrentado a la miseria, etc. Los revolucionarios también hicieron amigos popularizando una ideología que no se confundía con la de ningún partido: la calidad contra la cantidad, la amabilidad de la vida antes que el nivel de vida. El culto de los índices de crecimiento cayó en el desprecio público".
Y Mayo siguió hasta mediados de junio, con Jean Paul Sartre parado sobre un barril alentando a los estudiantes y escribiendo en "Le Nouvel Observateur", desde donde advertía que Charles de Gaulle estaba a punto de transformarse en un nazi. "Tenemos en la cúpula la política de la cobardía, pero al mismo tiempo se lanza a las bases a la incitación al crimen, pues el llamamiento de De Gaulle a la creación de comités de acción cívica es exactamente eso. Es una manera de decir a la gente: agrúpense en su barrio para moler a palos a los que según su criterio expresen opiniones subversivas o muestren una conducta peligrosa para el gobierno".
Ya a comienzos de junio los obreros dejaron solos a los estudiantes: lograban mejoras en sus sueldos y otras reivindicaciones salariales. Mayo comenzaba a languidecer.
Y quizá no le faltaban algunas razones al filósofo Alain Finkielkraut cuando por estos días afirmaba que aquel Mayo Francés "fue sólo una pantomima".
Pero es fácil hablar del partido del domingo con el diario del lunes en la mano. Porque aquel Mayo, aun en su confusión de ideales y de herencias, fue -como mínimo- un canto a la libertad.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com