La semana pasada, la ciudad festejó su 106º aniversario sumergida en un tibio clima de campaña electoral que todavía no logra despertar mayor interés en el grueso de la sociedad.
La situación no es nueva. El año pasado, en medio de una fuerte puja con la provincia por la fecha de los comicios que definieron la reelección de Alberto Icare, el gabinete municipal llegó a suspender el desfile para no exponer al malogrado mandatario y candidato.
En rigor, suman más de 15 los años signados por una debilidad institucional que muy pocos parecen advertir, aun cuando la falta de conducción y de proyectos claros de gobierno dilapida el presente y el futuro de la ciudad, una crisis que se perpetúa merced a la indiferencia social y al olvido que permite la bonanza económica.
A fines de los noventa, la gestión del justicialista César Miguel terminó en piloto automático, con un municipio paralizado y un intendente ausente. Su desorientado sucesor, Atilio Feudal, se estrelló a mitad de camino contra la crisis social y económica que expulsó a la Alianza del gobierno nacional.
Ese quiebre traumático dio lugar al vecinalista Alberto Icare, que en poco tiempo se convirtió en una figura excluyente de la política local pese a su debilidad gubernamental. Pero no pudo terminar su segundo mandato por los mismos problemas de salud que lo obligaron a dejar vacante la reelección alcanzada el año pasado.
En este escenario, consentido por todos los actores sociales, la mayoría de los políticos que pugnan por el sillón del Centro Cívico parece no haber advertido los cambios profundos que vivió la ciudad en los últimos años ni tener respuesta para la singular coyuntura que atraviesa.
No hay propuestas concretas para planificar la constante expansión social registrada en un ejido con casi todos los servicios colapsados. Tampoco hay percepción del cambio de eje económico registrado en los últimos años y mucho menos, soluciones para la profunda brecha que separa los sectores más empobrecidos de la clase media acomodada.
El último esbozo de distribución territorial, que quedó inconcluso como la gestión de Icare, reproducía sin mayor innovación la ciudad trazada por los intereses inmobiliarios.
Esta frágil construcción social fue desmenuzada por el prestigioso sociólogo local Wladimiro Iwanow, que expuso algunas de sus facetas menos visibles en un enriquecedor diálogo.
En el inicio el profesional advirtió que su lectura de la realidad iba a estar condicionada por su definición política –integra el equipo de trabajo de la candidata del ARI, Sandra Guerrero– lo que, a la luz de lo expuesto, no resta validez a su pensamiento.
–Llevamos algo más de una década de discontinuidad institucional, el gobierno de César Miguel concluyó pero mal...
–Sí, porque César no tenía un proyecto. El último gobierno que tuvo un proyecto concreto, aunque en un mal momento histórico, fue el de “Chiche” (María del Rosario Severino de Costa); “Chiche” y Guillermo, porque ahí un factor importante fue el marido. Los dos venían de adentro de la municipalidad, la conocían bien; los dos tenían criterio político y un proyecto claro. César se quedó ahí, a medio camino, y a partir de él ni que hablar: no hubo ningún proyecto y sí grandes cambios en Bariloche durante este tiempo, cambios que el sector político no leyó ni les encuentra solución.
–Lo inquietante es dónde se para la sociedad frente a esta realidad. Durante la crisis de 2001-2002 había una cierta conciencia sobre la necesidad de producir un cambio, fuertemente vinculada con la depresión económica. Pero a la par de la reactivación del turismo la gente retornó a sus negocios y se “olvidó” de participar. Hoy el desinterés y el olvido son casi absolutos...
–Eso es válido para el sector que cuando explota parece que explota el país, que es la clase media... que también tiene su correlato con lo que pasó en Buenos Aires. Bariloche depende cultural, política y económicamente de Buenos Aires. La particularidad local es que desde las décadas del ’60/’70 en adelante ya se empieza a abrir en dos sociedades que no se tocan: el alto y la zona del lago. Hay una fractura que se profundizó fuertemente. Entonces las crisis que se producen en la clase media no tienen nada que ver con las crisis, que no son tales porque son situaciones permanentes, de los sectores marginales o pobres de los barrios altos que, por supuesto, sufren los vaivenes de la clase media.
–¿Y cómo se insertan los barrios altos en el modelado de la sociedad, qué reclaman?
–En ese mismo tiempo, en esa década y media se profundizó el clientelismo, por lo que esa gente no reclama sino que espera, salvo por alguna situación extrema que se transforma en estallido. Como es absolutamente dependiente y cuanto más abajo más dependiente, la participación se reduce a una cuestión de sobrevida. Y cuando hablo de clientelismo no me refiero sólo al político sino también al de las ongs, de las iglesias... hay varias formas de clientelismo.
–Da la sensación de que la sociedad y su dirigencia están dejando pasar un momento de bonanza y expansión sin solucionar los problemas de la ciudad. En una economía cíclica y tan dependiente de las variables externas que ya evidencia un amesetamiento de su crecimiento eso parece peligroso.
–Sí, éste es el momento de pensar, de tener un proyecto. Coincido en que hay un amesetamiento, pero creo que (ese fenómeno) se va a mantener un tiempo y luego va a mejorar el nivel socioeconómico de la gente que venga a Bariloche porque va a mantener su fuente de ingresos fuera de la ciudad.
–Pero esos recursos difícilmente tengan una distribución equitativa y desplacen la dinámica especulativa de los negocios turísticos e inmobiliarios. Además, van a profundizar la brecha social.
–Sí, porque la especulación no tiene ningún tipo de reglas o parámetros que la orienten. El sector de las tomas es la consecuencia de esta situación de especulación. La gente que ocupó terrenos no llegó de otro lado, es la gente que se reubicó porque la especulación que produjeron el crecimiento turístico y la última ola de inmigración generó una revalorización tal de tierras y viviendas que resultó insostenible para el resto de la sociedad. Esa expansión no pudo absorber el crecimiento vegetativo de la población local y terminó proyectándolo en las tomas, y ni la provincia ni el municipio fueron capaces de resolverlo.
–¿Qué otro aspecto importante de este crecimiento, doloroso para unos y auspicioso para otros, se le escapa a la dirigencia política?
–El poder manejar la distribución de la ciudad. Primero, porque no hay un planeamiento eficiente; planeamiento que los técnicos de la municipalidad hicieron y que políticamente se cajoneó en función de negociar cada situación particular a medida que se presentaron las distintas iniciativas privadas. Y aquí volvemos otra vez al gobierno de “Chiche”, porque el último que lo tuvo fue Guillermo Costa; está dibujado pero no está sancionado.
–¿Se refiere al inconcluso código de 1995?
–Sí, ese código del ’95 establecía zonas, delegaciones, y cada delegación tenía que elaborar su minicódigo para definir las reglas de cada sector de la ciudad. La parte técnica de los minicódigos se hizo pero nunca se sancionó (*).
–¿Y dónde se da el corte entre la sociedad y su gobierno? Porque los malos gobiernos que pasaron fueron fruto de una sociedad desatenta, desinteresada y sin compromiso con su presente y su futuro...
–Es un problema nacional y universal que nace en la generalización de la ideología neoliberal; son el individualismo, el inmediatismo y la ruptura de los lazos sociales promovida por esa ideología. Todos los canales de vinculación, partidos políticos, sindicatos y agrupaciones de todo tipo, perdieron sentido y valor. No es algo que nos pasó a nosotros y que sea muy distinto de lo que ocurrió en el resto del mundo. Son olas.
–Pero igual cuesta entender que después de la profunda crisis vivida a principios de siglo la ciudad no pudiera darse un nuevo orden institucional, social y político. Con el auge del turismo la gente retornó a sus negocios y se olvidó de que seis años atrás había prendido fuego el Centro Cívico como forma de decir basta...
–Sí, porque uno vive para hacer guita (risas)... ¡qué jodido! ¿No? A uno que vivió en los ’60 más o menos una vida de adulto le cuesta creer semejante cambio cultural.
–Desde su visión de sociólogo, ¿percibe que la gente tenga la inquietud de generar un nuevo proyecto de ciudad?
–No, creo que la gente ve la necesidad pero el individualismo caló tan hondo que no se entiende lo imperioso que es juntarse con el otro para arreglar lo que le aqueja a todo el conjunto. Cada uno trata de solucionar lo inmediato sólo en la medida en que se lo permite el bolsillo.
–¿Bariloche está muy lejos de articular un proyecto social?
–Sí, y se ve a través de todas las organizaciones desde las juntas vecinales en adelante. No hay margen de participación en pos de un objetivo común, y si no mirá la Fiesta de la Nieve...
–Y sí, la Fiesta de la Nieve es un buen ejemplo de que nada nos pertenece y nada nos importa. No hay una identificación ni un arraigo.
–Es que acá no es el propietario o el productor el que maneja el negocio sino un gerente; en Bariloche tenemos una sociedad de gerentes, y el gerente está de paso.
(*) La normativa que dio marco al código del ’95 promovía, además, un grado de participación vecinal tan importante que podía cambiar el esquema de representatividad con una saludable oxigenación del sistema político. Esto fue visto con recelo por la dirigencia; tal vez por eso dejaron inconclusa la iniciativa general reduciéndola a una expresión insuficiente y ambigua.
Una sociedad heterogénea, crítica e impredecible
En materia política, Bariloche se perfila como una sociedad heterogénea, crítica e impredecible, distanciada del devenir provincial y fuertemente ligada a las expresiones de Buenos Aires. Esas características, que se mantuvieron intactas hasta la profunda crisis del 2001, sufrieron algunas variaciones en los últimos testeos electorales. Pero nadie sabe a ciencia cierta cómo jugarán en los comicios del 18 de mayo.
Sometido al desgaste de cuatro elecciones en un año y desatento a su propio futuro –al punto de elegir un intendente incapacitado para gobernar–, el electorado local no es inmune a los aparatos clientelares que en cada oportunidad negocian favores y ofrecen apoyo al mejor postor.
Los pronósticos hablan de una fuerte polarización entre los candidatos del Frente para la Victoria y la Concertación, sin arriesgar ganador ante la que perciben como una “compulsa reñida”.
En una rápida revisión de la historia reciente, Wladimiro Iwanow destacó que “siempre la relación directa de Bariloche es con Buenos Aires; hay una dependencia cultural, política y económica”.
–¿En lo político sigue habiendo una dependencia tan clara como la que existía en la crisis del 2001?
–Durante las décadas del ’80 y del ’90, en los resultados de las elecciones aparecían y desaparecían las mismas olas y había realmente un paralelismo total con la situación en Buenos Aires. Primero había una tercera fuerza siempre fuerte, como una constante que no es permanente: la época del PI en Buenos Aires se reprodujo acá, igual que la UCD, el Frepaso, el Frente Grande... Bariloche siempre tuvo un comportamiento muy semejante hasta en los números de los resultados electorales. Últimamente hay diferencias.
–Los últimos seis años estuvieron dominados por los movimientos vecinalistas, que se perfilaron como alternativas propias...
–Sí, pero fijate en Buenos Aires, con el PRO. No hay una correlación tan estrecha como la hubo en épocas anteriores pero sigue habiendo un vínculo fuerte.
–¿Cuáles son los cambios más salientes?
- Que se despega en algunas elecciones, por ejemplo Cristina Kirchner, que acá ganó y en Buenos Aires no.
(M. B.)