Carlos Rozanski estuvo en Roca invitado para hablar sobre "Derechos humanos en democracia". Didáctico, con un profundo conocimiento de la psicología, empezó su disertación con una pregunta: "¿Qué queda de la experiencia de los Juicios por la Verdad y cómo siguen?".
El hilo que une el pasado con el presente está en saber que "somos parte de una cultura forjada durante la dictadura y que aún no ha sido desactivada", contesta. Cultura de la que tenemos que ser conscientes para hacer intervenciones adecuadas desde el lugar que nos toca.
La experiencia de los Juicios por la Verdad ha sido positiva para la Argentina y otros países que han atravesado dictaduras, lo que no quiere decir que haya transcurrido sin dificultades. "Aun así -recuerda el juez- la Argentina fue el único país de la región que hizo este tipo de juicios. Pese a ello -cree- queda mucho por delante y cuando se terminen todos los procesos por fin se podrá decir que dimos vuelta esta página de la historia".
"¿Qué queda de esta experiencia?", preguntó Rozanski, presidente del tribunal que juzgó al ex comisario Etchecolatz y al ex capellán de policía Christian von Wernich. Lo primero que quedó es una certeza: "Hay que hablar de paradigmas para entender este proceso -explica-. En nuestro país hay viejos paradigmas activos como el autoritario, que se exacerbó durante la dictadura. Es hora de empezar a estudiar en serio las marcas que dejó el Proceso. Si no entendemos eso, no vamos a intervenir bien desde el lugar que a cada uno le toca", advierte.
El terrorismo de Estado marcó todas las instituciones y las conciencias.Y aún late. Hay consecuencias visibles de esa cultura impuesta: en los prejuicios activos, como el clásico "por algo será"; en la pérdida de la sensibilidad ante la injusticia y en su naturalización y en la anomia reinante. Otras características son la pérdida de empatía, esa capacidad de ponerse en los zapatos del otro, y la aplicación de lo que se conoce como "doble estándar", asegura el magistrado, que además es un referente en materia de abuso de menores (ver págs. 2-3).
Otro de los puntos que destacó como una consecuencia de esa cultura que pervive aun con 25 años de democracia es el elevado índice de impunidad reinante. "Nuestra sociedad posee un alto índice de impunidad -afirma-. Se esclarece un 2,3% de los delitos denunciados (en el caso de abuso de menores estima que de cada 1.000 abusos denunciados se esclarece uno y sólo se denunciaría un 10% del total). La explicación a estas cifras negras y escalofriantes es que"no se denuncia por la impunidad vigente y el que menos denuncia es el más pobre. Ésta es una alerta muy importante que la sociedad y los funcionarios deberían tener muy en cuenta".
Entiende que estas pautas culturales se vinculan con el largo período del terrorismo de Estado, pero ¿cuál es el hilo conductor con el presente? Contesta: "Freud decía que el ser humano hace cosas determinadas si sabe que no va a ser sancionado". Si no juzgamos los crímenes del pasado, los multiplicamos en el presente. La impunidad deviene en anomia.
Pero esos viejos paradigmas se contraponen con los nuevos. Entre los nuevos paradigmas en materia de derechos humanos, afirma, la Argentina tiene una real protección teórica de los mismos: "Tenemos una legislación extraordinaria, pero parece que no alcanza. ¿Por qué? Porque hay obstáculos para que esa normativa baje. A mi criterio, hay dos grandes grupos de obstáculos para hacer efectiva la ley: el primero tiene que ver con lo personal, con la ideología, con nuestro sistema de creencias. Un juez juzga desde una cosmovisión. El segundo obstáculo es de orden institucional y las instituciones han sido atravesadas por la ideología autoritaria. El problema de revisar el plano institucional es medular", explica.
Con respecto a los Juicios por la Verdad, ¿cómo se sigue? "La Argentina es el único país de la región que hizo este tipo de juicios. Y en rigor, se trató de una revisión de la propia Justicia.
Habíamos hecho los Juicios a las Juntas, pero después vinieron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos. Hablábamos de impunidad, recordábamos a Freud. Con esas leyes se garantizaba la repetición de los hechos. Luego vinieron la decisión política y la decisión de la Corte Suprema de declararlas inconstitucionales. Gracias a esto fue posible llegar a los Juicios por la Verdad y se confirmaron los procesos que habían sido paralizados y se iniciaron nuevos", sostiene.
Al interior del Poder Judicial los principales problemas que se plantearon a la hora de activar esos juicios -asevera- fueron ideológicos. "La estructura del Poder Judicial, por otra parte, no estaba preparada para este tipo de juicios. Nos enseñaron que toda causa prescribía y nos encontramos con que había delitos imprescriptibles. ¡De pronto nos vimos en el 'absurdo' de estar juzgando crímenes cometidos hace 30 años! Luego nos encontramos con algo importantísimo, el distinto compromiso de los operadores judiciales en materia de derechos humanos. Nuestro desafío fue enorme, pues los juicios pusieron a prueba el sistema. Hubo crisis", advirtió a operadores de la Justicia local que en poco tiempo intervendrán en procesos similares.
En conclusión, los aprendizajes del proceso judicial son innumerables, desde lo personal, lo institucional y lo colectivo. Está en lo cierto Rozanski cuando afirma que mucho de lo actuado se va a terminar de comprender en el futuro. El magistrado cuenta una anécdota que guarda para sí. Al finalizar la lectura del fallo a Etchecolatz se acercó una madre, viejita ya, a abrazar a los magistrados. Les dijo que por primera vez en 30 años había sentido que su pecho dejaba de estar oprimido. "Entendí de modo nuevo lo que significaba el concepto de 'reparación'. Entendimos también que debíamos proteger más a los testigos, tras la dolorosa experiencia de la desaparición de Julio López". "Río Negro" le preguntó a Rozanski si le había sorprendido su desaparición y si metabolizaba ese hecho como un error en el proceso.
El juez confesó que el día en que tenían que leer la sentencia a Etchecolatz Julio López no llegaba. Decidieron esperarlo un rato, otro rato... y nada. El juez que estaba al lado de Rozanski le dijo que creía que a López lo habían hecho desaparecer. En ese momento pensó: "Si López desapareció, yo me voy de la Argentina". Sí, se sorprendió, pero cuando pudo pensar más serenamente habló con la prensa. Necesitó hacerlo. Dijo, con plena convicción, que "había algunos procesos en la historia que no tenían marcha atrás". Que la Argentina, por los Juicios por la Verdad, estaba haciendo ese movimiento irremediable y que nada iba a interrumpirlo. Julio López no apareció aún. Rozanski fue amenazado de muerte en varias ocasiones pero no se fue de la Argentina y los juicios continúan.
La cultura judicial
En el mundo del Poder Judicial también está activo el paradigma del autoritarismo, explica Rozanski: "Fíjense en dos afirmaciones: 'Los jueces hablan por sus sentencias', o sea, no opinan. Personalmente creo que podemos y debemos hablar. No es correcto que los jueces vivan en una burbuja, alejados de la realidad. Otro paradigma: 'Los jueces no pueden ser cuestionados por el contenido de sus sentencias'. Esta afirmación presupone que los jueces no se equivocan. Hay enormes barbaridades en los fallos, barbaridades que no han terminado en ningún juicio político. ¿Cómo no voy a poder ser cuestionado? Lo contrario es inadmisible". (S. Y.)
SUSANA YAPPERT
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