"Hace 200 años, en nuestro país los locos eran encerrados en los calabozos del Cabildo de Buenos Aires. Las celdas estaban en los subsuelos y allí los enfermos compartían sus largos cautiverios con prostitutas y delincuentes. Aún en este siglo, las comisarías de la provincia de Buenos Aires alojan en sus instalaciones a enfermos mentales en función de una antigua legislación.
"Ya desde la historia, el destino de los enfermos mentales ha sido compartir un espacio de reclusión y exclusión con aquellos seres humanos a los que la sociedad separa por diferentes. Una diferencia dada por que esas personas no se ajustan a la disciplina de las tareas productivas o con sus conductas cuestionan las normas habituales.
"De tal modo las instituciones manicomiales han ido siendo el lugar de depósito de abandonados sociales. 'Los que no tienen adónde ir a parar'. Carentes de afecto, de vivienda, de ingresos económicos.
"Así el hospital dejó de ser tal para convertirse en asilo de individuos cuyo diagnóstico se hace luego de ser encerrados. Más bien se diría que el diagnóstico de locura depende más de estar internado por años e indefinidamente que del análisis científico del cuadro clínico que presenta cada sujeto.
"Las paredes alambradas de estos asilos sirven para que de un lado -el de adentro- queden circunscriptos la locura y sus portadores. Y del otro -el de afuera- la cordura y los totalmente sanos. Nos tranquiliza que la enfermedad mental esté lejos y encerrada; nos confirma que si estamos de este lado de los muros es porque somos cuerdos.
"Es esa realidad que todos conocemos de los manicomios. Que conocemos y hacemos de cuenta que desconocemos. La irracionalidad aislada y encerrada entre las paredes del asilo. La racionalidad y la cordura reinando de este lado".
(Tramos de uno de los capítulos del libro "Crónicas agudas", del psiquiatra Jorge Pellegrini; Ediciones de San Luis, San Luis, 2002; páginas 34 y 35. Pellegrini es roquense y vicegobernador de San Luis)