Mar del Plata. Noche del viernes 18. La escena tiene algo de aquel impactante comienzo de "El señor presidente", aquella novela que llevó al Premio Nobel de Literatura a Miguel Ángel Asturias. Sólo le resta la musicalidad que la prosa de ese talento guatemalteco le puso a aquel mercado, donde seres desfigurados por carencias y enfermedades devinieron en la nada.
Ahora, a metros del mar, la escena tiene protagonistas parecidos. O iguales. Jóvenes que parecen viejos. Hombres de edad indefinida con sus tiempos gastados en bolseo. Alcohol. Pastillas. Neuronas quemadas.
Son víctimas del día sin trabajo y victimarios de la noche por monedas.
-Éstos no son pibes de la calle -dice el joven oficial de la Bonaerense a este diario.
-Son seres humanos -reflexiona "Río Negro".
-Mire, ¿la verdad, verdad?: son despojos de la calle -responde el bonaerense. Luego ordena a los efectivos que rodeen a cinco "despojos" y los ponen contra la pared de granito del casino. Manos en alto.
Los rostros de los "despojos" se sostienen inclinados mirando las piernas obligatoriamente abiertas. Rostros con temor a ser molidos a palos por esa brigada policial que se esfuerza por actuar civilizadamente. Rostros enfermos. Babosos. Caras que no se alcanzan a distinguir en medio del juego entre la noche y las melenas hasta los hombros.
Los mismos rostros que momentos antes atemorizaban a turistas.
UNA RUTINA
Comienza el registro. El botín es magro: apenas dos o tres cajas vacías de tetrabrik.
-Todas las noches lo mismo -comenta el oficial, que de golpe tiene un abanico de varios psiquiatras siguiendo la escena. Entre ellos hay uno del Alto Valle. Por esas horas, Mar del Plata era invadida por más de 4.000 profesionales del ramo que asistían al XXIV Congreso Argentino de Psiquiatría, organizado por Asociación de Psiquiatras Argentinos (Apsa).
Y llega otra orden:
-Tráigalo a aquel, se está rajando...
Un agente largo y flaco corre rumbo a los también graníticos muros y lobos marinos. Más allá, el mar. Lo que vuelve es un conjunto de perros reos y flacos. Cual predilectos de la lealtad, estrechan filas junto al "despojo" de andar deformado por el alcohol, vestido con algo que alguna vez fue ropa.
-Si me tocás, se te tiran encima -sentencia con lengua pesada el nuevo "despojo" mientras los perros gruñen al policía cada vez que intenta mantenerlo en vertical.
Ahora los "despojos" son seis. El oficial los arenga. No hay prepotencia, pero le gusta aplicar poder.
-Les dije que no quería verlos más por aquí. ¿Se los dije o no? -sentencia académicamente sabiendo que no tendrá respuesta. Y remata con solemnidad:
-¡El que avisa no traiciona!
-Yo soy enfermo -grita con mucha dificultad de dicción uno de los "despojos" alineados contra la pared. De espaldas junto sus pares. Todos desquiciados por todo.
-¡Sí, sí... te conozco! Sos epiléptico -agrega el oficial.
-Lo de siempre. Te llevamos al hospital. Te bañan. Te ponen ropa limpia. Estás dos días. Salís. Te mamás. Con el cogote de una botella asustás a la gente. Te tajeás para volver al hospital. Pero hoy no me los voy a llevar: ¡se van de acá, y por separado!
-Esto que hago es puro cartel... no sirve de nada... ¡pobres tipos! -señala el bonaerense y también parte con su gente. Disciplina. Orden.
-Este tipo de gente (los "despojos", claro) jamás se vio en Mar del Plata; están de un tiempo a esta parte. Nosotros venimos desde hace 40 años, en verano, en invierno... incluso con nuestros nietitos. Sabemos de qué hablamos. Hay que sacarlos de acá -dice una señora entrada en años que se cuelga del brazo de su marido. Lustrosos, impecables los dos. Ella con cara de directora de escuela jubilada. Ese tipo de mujer que al decir de Fernando Savater "resiste la modernidad usando enagua". Él, con cara de bancario también jubilado. Carrera completa: Mostrador. Caja. Tesorero. Contador. Y quizá gerente.
-¿Y usted adónde mandaría a esta gente (los "despojos")? -se le pregunta.
-No sé, no sé... en Mar del Plata, no.
-Claro... quizá habría que mandarlos a otra ciudad, ¿qué le parece?
-Puede ser, no sé...
-Sí, eso hizo un coronel de apellido Zimmerman en Tucumán, durante la dictadura -reflexiona el periodista.
-¿Qué hizo?
-Cargó un camión-jaula con varias docenas de gente como ésta ("despojos") y lo mandó para Catamarca... ¡Tucumán, libre! No estaría mal, ¿no? El problema era de Catamarca -dice el periodista y la mujer no calibra de la reflexión y la pregunta.
-Y, sacarlos hay que sacarlos... una ciudad tan linda, tan nuestra...
-Y de ellos también, ¿no?
-Bueno, sí, pero ellos... no sé. Pero hay que sacarlos. No sé, meterlos en algún lugar -responde la mujer y se va apretadita a su marido.
En el área ya no hay "despojos". Por esta noche de viernes son historia. Al menos por ahora no afean la linda Mar del Plata... "tan nuestra".
Fallecida en agosto del 2007, Silvia Bleichmar trascendió desde la psiquiatría como una de las intelectuales más importantes que ha tenido el país. Hace dos años en una mesa de "La Ópera", ante un "despojo" que emergía de una boca de subterráneo, comentó:
-¡Vaya a saber cuál es su his
toria! Gira y gira en una soledad que es toda la soledad. Aparentemente él sólo se pertenece a él, casi como que no es de nadie. Pero es de todos nosotros y de sus fantasmas.
UNA MIRADA DEL PAÍS
Luego Silvia Bleichmar siguió hablando de su libro "Dolor país". Un diálogo con este diario en el que iba y volvía uno de los artículos más elocuentes sobre la cotidianidad con que se metió la Argentina a este siglo: "La difícil tarea de ser joven", también de ella.
Pero en este viernes de Mar de Plata, en la vereda del casino, los psiquiatras que presenciaron el higienismo practicado con los "despojos" cierran círculo y reflexiones.
Arranca el rionegrino:
-Los que pudimos ir a la escuela aprendimos de la importancia y la diferencia que hay entre una anotación "al margen" o estar contenido por los renglones que señalan el camino de la hoja. Un relato -la historia vital por caso- lo podemos escribir dentro de la página, los márgenes son sólo un medio precario para una acotación. Vivir en los márgenes geográficos, enfermar al margen de la atención, quedar marginados de la educación. Incursiones al centro de la noche en vanos intentos de penetrar un mundo que sólo ven a través de las pantallas.
Luego sigue un cordobés con años de exilio por razones políticas:
-El psiquismo signado por la violencia, la realidad significada desde la violencia como una pauta naturalizada de los intercambios humanos. Códigos de supervivencia pendular entre destruir y ser destruido, abusar y ser abusado o ir de niño golpeado a marido golpeador. Sin tonalidades intermedias entre lo bueno y lo malo que hagan posibles las mediaciones, el diálogo y una convivencia donde puedan reclamar por sus derechos y necesidades básicas y que los pueda sacar de esos márgenes para entrar por una puerta lícita al circuito de la gente común.
Y se suma un psiquiatra porteño que dirige una revista sobre derechos humanos:
-Son seres humanos que en muchos casos carecen de las estructuras básicas que les den afecto y contención temprana, que luego circulan también marginalmente por el sistema educativo para terminar ocupando los lugares más precarios del sistema productivo. A estas personas no le es inculcada una ley paterna en sus aspectos protectivos ni en los ordenadores y limitantes; a esto le agregamos que la falta de instrucción los inhibe de adquirir mecanismos de pensamiento complejo y que el tejido social los pone frente a la dilemática situación de poder elegir sólo entre aceptar "su destino" o rebelarse "sin destino".
Atrás quedó la Argentina del Estado de bienestar donde tanto el "cabecita negra" como el inmigrante analfabeto tenían la ilusión del progreso permanente y el ascenso social como algo posible; nunca se llegó a los estatus del Primer Mundo donde las iniquidades del mercado son cubiertas desde un Estado organizado que cuida o morigera las necesidades de los grupos vulnerables.
Ellos son culpables de sus actos, pero ello no minimiza la responsabilidad del resto de los actores sociales en que no estén disponibles los mecanismos de integración que les brinden contención.
Mientras tanto, funcionan los mecanismos de control, sean éstos una brigada policial o las sustancias que los degradan tanto hasta un momento en que ya no representan un peligro porque ni siquiera pueden molestar.
A la una de la mañana del sábado que siguió al viernes no quedaban rastros de los "despojos". El casino estaba a pleno. Seguro. Los "despojos" estaban lejos.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com