Sin la articulación temporal de la ley del padre no hay ley, sólo hay proliferación de derechos”. Jacques Lacan
La semana pasada, por un canal de cable se pudo ver “Los pecados del padre”, una película que trata sobre el atentado contra una iglesia metodista en la ciudad de Birmingham que produjo, en 1963, la muerte de cuatro niñas de raza negra.
En el filme americano se retrata la sociedad racista y autoritaria de aquellos años, mostrándonos a un padre que ejercía autoridad absoluta sobre su familia, siendo sus convicciones ley incuestionable. Su sentido de pertenencia al modelo del sueño americano de una sociedad blanca, religiosa y centrada en la familia lo autoconvencía de la legalidad de su defensa a toda costa, aun si en aras de ello debía ejercer violencia física y psicológica sobre su propia mujer e hijos o cualquiera diferente del ideal enunciado. El eje de la trama es el drama ético y afectivo de uno de sus hijos, que recién 37 años después puede decidirse a decir la verdad permitiendo que se condene a los culpables, entre quienes estaba su padre, miembro del Ku Klux Klan.
Hace quince días en la localidad de Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires, murieron tres adolescentes corriendo picadas en moto. El padre de uno de ellos, Raúl Blanco, declaró: “Lo que más lamento es que se podría haber evitado. La policía, en vez de secuestrarles las motos, los corrió para que no molestaran en el centro. Y hoy tengo a mi hijo en un nicho”. También se quejó del municipio local: “Los controles son un circo. Si siguen corriendo es porque nadie se ocupó de explicarles los riesgos. Tendrían que elevar las multas, secuestrarles las motos. Pero las sanciones son de 20 pesos y, si sos amigo del juez de Faltas, las anulan. Sólo pretendo que ningún padre tenga que pasar por esto”.
Dos momentos de la historia, dos sociedades diferentes y dos ejemplos extremos de padres: uno que se consideraba portavoz y ejecutor de la ley a cualquier costo, otro que se manifiesta incapaz de asumir el rol y en quien aun después de lo que le pasó no se vislumbra la conciencia de haber podido hacer algo desde su autoridad paterna; el reclamo es hacia afuera, a “los otros” que deben hacer cumplir la ley.
Entre estos extremos, y rastreando hechos de nuestra historia reciente, van desfilando los casos de tragedias ocurridas a niños, adolescentes y jóvenes: accidentes por exceso de velocidad o consumo de alcohol, abusos en el ámbito familiar, violencia callejera intermediada por las drogas legales e ilegales, prostitución de menores, etcétera. Y no se puede dejar de señalar ese hecho paradigmático de muerte joven masiva que significó el incendio de República Cromañón. Muertes jóvenes cuyo común denominador es la evitabilidad de las mismas. Aquí se conjugaron la falta de controles estatales, la complicidad de adultos dueños del negocio y la elusión de responsabilidades propias de las familias, descargando siempre en otros la culpa de lo ocurrido.
Sigmund Freud era un médico neurólogo que a fines del siglo XIX, a falta de posibilidades tecnológicas que le permitieran conocer la fisiología del sistema nervioso o la intimidad de las estructuras neuronales y mucho menos los mediadores químicos que producen emociones, sentimientos y estados de ánimo, acudía a su imaginación, a una tremenda capacidad deductiva y a su enciclopédico conocimiento de la historia y la filosofía para intentar explicar los misterios de la mente y las conductas humanas.
Así fue dando nacimiento a su creación, el psicoanálisis, que se podría definir como una gran concatenación de metáforas donde la comprensión del sujeto es abordada a través de los mitos que nos aportaran la literatura griega y las tradiciones judeocristianas.
De allí las figuras de la “ley” como alusión a las normas que deben regir la convivencia, que marcan el deber ser individual y social, y “el padre” que obra de portador y sostenedor de esa ley. Moisés, de alguna manera conductor y “padre” del pueblo judío, imponiéndole a éste las tablas de la ley que le habían sido dadas por “El Padre/Dios”. Edipo y su transgresión a la prohibición del incesto, castigado por acostarse con su madre y matar a su padre. Saturno inmortalizado por Goya devorando a uno de sus hijos, a quienes mataba al nacer para evitar que lo destronaran (ver foto).
Función materna protectiva y erotizante, función paterna normativa y cultural. Metáforas y símbolos que expresan la necesidad de roles que posibiliten la formación y crecimiento de los individuos.
Roles formativos y normativos que en las sociedades modernas mutan constantemente y hoy se puede afirmar que no están constreñidos a un género determinado.
Lo cierto es que, más allá de quién sea el “padre/madre” real, lo que no puede estar desequilibrado es la función. La falla, falta o exceso del padre (siempre en el sentido simbólico de quien cumpla la función) termina estando en la base de una multiplicidad de psicopatologías graves y trastornos conductuales desadaptativos.
El cardenal Paul Joseph Cordes, teólogo y especialista vaticano en temas de familia, habla en su obra de la devaluación de la palabra paterna refiriéndola como “el eclipse del padre” y la adjudica a varios factores, entre los que menciona que ya no es el padre el transmisor de habilidades sociales y laborales a sus hijos, y a cambios en los conceptos de autoridad que en el marco de las democracias no es perenne sino de tiempo acotado; además, otorga gran influencia al avance del feminismo. Desde su concepción reclama, por supuesto, un rescate de la figura paterna con una vuelta a “los roles naturales” en que el hombre es el transmisor de la fuerza, la firmeza y la palabra.
Desde un ángulo totalmente opuesto, modernas corrientes sociológicas y psicológicas, si bien reconocen la familia como un universal persistente, pilar del desarrollo humano a lo largo de todos los tiempos, y coinciden en la necesidad de la existencia de determinados roles y funciones, no los invisten de carácter natural sino que señalan que éstos son cumplidos de manera diferente de acuerdo con el tipo de sociedad del que hablemos.
Es interesante que hoy, avanzando incluso sobre la tradicional concepción psicoanalítica de funciones materna y paterna, se hable de “roles parentales” y que el concepto de “padres” sea incluyente de cualquiera que cumpla esa función. Por caso, múltiples investigaciones longitudinales de familias de todo tipo avalan la adopción monoparental y homoparental con posibilidades de un sano desarrollo infantil, indistinto del que se produce con familias de conformación tradicional.
Podemos, entonces, explicarnos esta falla actual de la función en razón de la transición que estamos viviendo en usos y costumbres que conmocionan y ponen en tela de juicio creencias sostenidas por siglos, pero podemos tener a su vez una visión optimista si pensamos que no necesariamente la opción es la imposible regresión reaccionaria y sexista que nos proponen los sectores conservadores, sino que tenemos la obligación de ir liberándonos de prejuicios y aceptar la diversidad de las nuevas constelaciones familiares.
Mientras el debate continúa, un camino posible es la recuperación de la “responsabilidad parental” que en un ámbito de libertad y diálogo no eluda, sin embargo, imponer el respeto por las necesarias jerarquías y diferencias de roles en el marco de cada familia.
(*) Médico psiquiatra
OPINA EL LECTOR
¿Quién educa? ¿Quién controla? ¿Quién castiga?
El último martes, “Río Negro” nos informaba desde Cutral Co que “un joven de 17 años murió luego de que el vehículo en el cual se desplazaba como acompañante chocara contra la pared de una casa en las 176 Viviendas de esta ciudad. El hecho se produjo el domingo por la mañana y el conductor del rodado –un antiguo Chevrolet– se escapó del lugar apenas se recuperó del impacto. El chofer, que tiene 23 años, le habría sacado el auto sin permiso a su padre, comentaron fuentes policiales”.
A través de sus comentarios –hechos el 26 de febrero en el diario on-line y que transcribimos a continuación– los lectores han replicado la polémica alrededor de quiénes son/somos los responsables frente a las transgresiones cometidas por los jóvenes.
• Marcelo. “Desde mi humilde punto de vista, es triste ver cómo les echamos la culpa a los inspectores de tránsito, a la policía, a los dirigentes, a los políticos, etcétera. ¿Y los padres y madres qué? ¿No somos culpables de nada? ¿Acaso no los tenemos que educar nosotros a ellos? Nadie, absolutamente nadie, los va a educar y enseñar; hay muchísimas enseñanzas y, justamente, las más importantes en la vida surgen del hogar. Resumiendo: creo que tan sólo educando a nuestros hijos podemos ayudar al prójimo y que hasta que no se nos culpe judicialmente a los padres por los hechos que los menores cometan esto no va a dejar de suceder”.
• Daniel. “Por favor, que los inspectores de tránsito recorran o hagan controles en las calles que van desde los barrios Muten y Mudón (en Neuquén capital) hasta Provincias Unidas (calles Abraham, Colón, la rotonda de Alta Barda, Dr. Ramón, Leloir, Illia e Islas Malvinas). Semáforos en rojo, catangos, motos y conductores sin casco te sobrepasan por mano derecha, nadie respeta a nadie... ¡por favor, más controles! ¿O esperamos un par de muertos más?”.
• Néstor. “Faltan controles, la municipalidad no hace nada, no hay menor que no maneje y los padres no se hacen cargo. Que hagan controles. Menores, sin casco, cuatris... todos andan como locos. Las picadas de noche no te dejan dormir y agregan más inseguridad a la que ya hay”.
• Susana. “¿Y los padres dónde estaban? Ya a esa edad robar el auto, déjense de joder...”.
• Raúl. “¿Le saca el auto al padre sin permiso en la noche del sábado y el domingo a las 10 de la mañana sufre un accidente? ¿Y qué hizo ese joven durante esas horas? ¿No había forma de saber dónde andaba, para sacarle el auto? ¿En qué estado estaba a esa hora? ¿Durmió algo esa noche? ¿Quién se hace cargo del accidente? Una más y van...”.
• Ana. “Y... era un catango. ¿Cómo dejan circular esos cacharros? Otra: era bastante grandecito el chico. Irresponsable”.
• Juan. “Lamentable... lamentable que los dirigentes, las autoridades y la policía (toda, no solamente la de tránsito) no se pongan los pantalones de una vez por todas y paren con esta locura que es el tránsito enquilombado... motos a contramano, pasando semáforos en rojo, autos sin seguro y en un estado calamitoso... ¿hasta cuándo, señores? Hace unos días, parado en un semáforo de cuatro tiempos, por mi ‘derecha’ se paró un móvil policial (¡no se puede, señor policía, dé el ejemplo! ) y delante de nuestras narices un auto cometió la infracción de pasar en rojo; los policías, inmutables. Les comenté: ‘¡Qué lindo! ¡Pasando en rojo!’ La manga de inútiles que estaba en el móvil me contestó: ‘No somos de Tránsito’. ¡Una vergüenza!”.
• Juan. “¿Por qué siempre, como buenos vecinos de Cutral Co, tenemos que destacarnos en choques, muertes, peleas? ¿Qué nos está pasando, gente de Cutral Co? No es la primera vez que sucede. Siempre los peores comentarios son para los ciudadanos de esta ciudad”.