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Domingo 24 de Febrero de 2008
 
 
 
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  OLA DE SEPARATISMOS
  Europa siente el efecto
La proclamación de la independencia del territorio serbio alienta a fuerzas que buscan emanciparse en los cada vez más diluidos estados-naciones de la UE.
 
 

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a proclamación de la independencia de Kosovo generó esta semana preocupación sobre un posible “efecto dominó” en una Europa que, desde el País Vasco a Flandes, pasando por Escocia, enfrenta movimientos separatistas.
La independencia de Kosovo llevará inevitablemente agua a los molinos de los movimientos europeos que sueñan con emanciparse de la tutela de estados-naciones cada vez más diluidos en el seno de la UE.
Las autoridades europeas sentarían un precedente si consagraran el reconocimiento de una “nación dentro del Estado”, concepto esgrimido por nacionalistas vascos y catalanes. “Existe un riesgo real de ver caer el casi dogma de la intangibilidad de las fronteras que prevaleció después de la Segunda Guerra Mundial”, declaró Jean-Yves Camus, investigador del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS). Y los que se benefician son esos “movimientos que buscan cambiar el dibujo del mapa de Europa apoyándose en criterios étnicos, lingüísticos o culturales”, añadió este especialista en identidades regionales y separatismos.
España, que se enfrenta al fenómeno independentista en el País Vasco (norte) y en Cataluña (noreste), ya dijo que no reconocerá la independencia unilateral de Kosovo y basa su posición en los siguientes motivos: la ausencia de consenso europeo, la estabilidad de los Balcanes y el respeto de la legalidad internacional. España se cuida de relacionar oficialmente su oposición a los espinosos casos internos vasco y catalán. Pero una fuente próxima al gobierno reconoce que Kosovo representa para el país un “tema delicado, muy envenenado”. Los independentistas vascos y catalanes siguen el tema muy de cerca. La organización armada ETA se apropió del ejemplo kosovar a inicios de enero para destacar que su lucha por la independencia del País Vasco –que se ha cobrado 819 en 40 años de atentados– no era “una utopía”.
En Bélgica, el partido nacionalista Nueva Alianza Flamenca (NVA), cercano al probable futuro primer ministro democristiano Yves Leterme, considera respecto de Kosovo que “el derecho a la autodeterminación de los pueblos es esencial”. Entonces llama a Bélgica a apoyar la independencia de la provincia, una perspectiva que no entusiasma a los políticos belgas francófonos que han dicho que temen al “efecto dominó”. “Europa puede regular nuestro funcionamiento y nuestra solidaridad. ¿Por qué habría que aferrarse a mantener ese techo intermediario que llamamos Bélgica?”, se pregunta el líder nacionalista flamenco Bart de Wever.
En Escocia, el Scottish National Party (Partido Nacional de Escocia), que preside el gobierno regional desde mayo del 2007, se comprometió a organizar, en el 2010, un referéndum sobre la independencia. En Escocia, “ninguna persona ha muerto a favor o en contra de la independencia”, declaró su primer ministro, el independentista Alex Salmond, que no “quiere interferir en los problemas internos de otros países europeos”. “El único consejo que damos es el de encontrar una manera democrática y totalmente pacífica de llegar a nuestros fines y objetivos”, concluyó.
Otro caso aparte lo representan los separatismos en distintas regiones del Cáucaso, que desvelan especialmente a Rusia, preocupada por la creciente influencia de EE. UU. y Occidente en su área geoestratégica.

PIERRE AUSSEILL
AFP

España teme la desintegración

¿Mantendrá España su unidad o se debilitará su estructura gradualmente por el empuje de las tendencias separatistas hasta que algunas regiones terminen por separarse? Más de medio siglo después de que los Reyes Católicos Fernando e Isabel pusieran los cimientos de la unificación política, esta cuestión sigue siendo de actualidad.
España es conocida por la presencia del grupo separatista vasco ETA, que ha matado a más de 800 personas durante su lucha, iniciada hace cuatro décadas, para la creación de un nuevo estado en el norte del país, con la vecina Navarra y el País Vasco en el suroeste de Francia. Sin embargo, el movimiento nacionalista vasco es mucho más amplio: incluye partidos más moderados, como el Nacionalista Vasco (PNV), del jefe del gobierno regional, Juan José Ibarretxe.
Según Ibarretxe, la única manera de resolver el problema de ETA es convocar a un referéndum sobre las opciones de cara al futuro, incluyendo la independencia, un plan que el gobierno español está dispuesto a bloquear ante el tribunal de ser necesario.
También están ganando fuerza las corrientes separatistas en Cataluña, en el noreste, una región más grande que el País Vasco, e incluso en Galicia, en el noroeste.
Las raíces del separatismo en España se encuentran en la diversidad lingüística, geofísica e histórica del país.
Los 2,1 millones de vascos que viven en España tienen su propia lengua, no emparentada con ninguna otra en el mundo. Cataluña, con 6,8 millones de habitantes, y Galicia, con unos tres millones, tienen lenguas romances hermanadas con el español. El dictador Francisco Franco, quien gobernó de 1939 a 1975, intentó sofocar cualquier potencial peligro separatista con puño de hierro.
Su política, incluyendo la prohibición de las lenguas regionales, provocó el nacimiento de ETA. Los gobiernos democráticos que le siguieron recurrieron al método “blando” de dar amplia autonomía a las diversas regiones.
Actualmente, España está dividida en 17 regiones con diversos grados de autogobierno. Los vascos y los catalanes incluso cuentan con sus propias fuerzas policiales. Cataluña está promoviendo su lengua con tal fuerza que algunos hispanohablantes se sienten discriminados.
Sin embargo, el intento de diluir las tendencias separatistas reconociendo las identidades regionales se ha vuelto en contra del gobierno, en opinión de algunos analistas. El sistema autonómico “no ha servido para reducir las dinámicas centrífugas, sino más bien al contrario”, estima el politólogo Ignacio Sotelo. Regiones que tradicionalmente no tienen identidades claramente diferentes, como Andalucía o las Islas Baleares, ya piden mayor autonomía.
Al mismo tiempo, sin embargo, los movimientos migratorios dentro de España han reforzado la homogeneidad étnica y lingüística. En la región vasca, por ejemplo, un 40% de la población no tiene ningún pariente vasco.
Al mismo tiempo, puede ser que el separatismo no suponga una amenaza tan grande como hacen creer la oposición y los medios. Alrededor de la mitad de la población vota por los partidos españoles que rechazan la independencia. En Cataluña, sólo el 30% de los habitantes apoya la independencia frente al 38% que se opone, según una encuesta realizada en el 2007.

sinikka tarvainen
DPA

En el Cáucaso, Rusia abre una caja de Pandora impredecible

El “precedente de Kosovo” es la objeción más vehemente de Rusia al reconocimiento por parte de Occidente de la independencia de la sureña provincia serbia, pero también le ha servido a Moscú para lanzar su mayor amenaza.
Cuando el presidente Vladimir Putin advirtió de que Rusia interpreta “cualquier decisión sobre Kosovo como un precedente para el derecho internacional”, el jefe del Kremlin planteó la posibilidad de que Rusia se decida a reconocer la independencia de las regiones secesionistas de Georgia y Moldavia. ¿Se trata de un caso de hipocresía rusa?
Más bien es la única respuesta que puede dar Moscú y que supone una amenaza de guerra contra esos dos vecinos ex soviéticos. El enfrentamiento de Rusia con Occidente por Kosovo de golpe incrementó la influencia de Moscú en Serbia y ofreció a Putin una plataforma fácil para desafiar una agenda internacional de Washington.
Siguiendo el ejemplo de Kosovo y envalentonadas por las declaraciones de Rusia, las regiones separatistas del Cáucaso parecen dispuestas a aprovechar las advertencias de Rusia de que los acontecimientos en Kosovo desatarán una reacción en cadena. La región secesionista georgiana de Abjazia, que se encuentra congelada en un estatus semiautónomo y que organiza sus propias elecciones, se ha apresurado a hacer suya la posición de Moscú.
El ministro de Relaciones Exteriores de Abjazia, Serguei Shamba, dijo que el reconocimiento de la independencia de Kosovo por parte de Occidente traerá consigo el reconocimiento de otros países que merecen ser independientes.
Abjazia amenaza cada vez más con provocar un conflicto abierto entre el presidente pro-occidental de Georgia, Mijail Saakashvili, y Rusia, cuya nueva política internacional, impulsada por el presidente Putin, se ha vuelto más agresiva. El analista afín al Kremlin Serguei Markov, del Instituto de Estudios Políticos de Moscú, acusa a Occidente de abrir “la caja de Pandora” con su apoyo a la independencia de Kosovo. “Hay muchos que quieren separarse. (...) Ellos van a preguntar por qué se hacía una excepción con Kosovo”, dijo.
Abjazia es una de las cuatro regiones ribereñas del Mar Negro que se están rebelando contra las fronteras trazadas por Joseph Stalin y que incluyen Osetia del Sur, en Georgia, y la región moldava de Transdniester, que busca unirse a Rusia. El presidente de Osetia del Sur, Eduard Kokoity, afirmó recientemente: “Osetia del Sur tiene mucho más motivos para ser reconocida como país independiente que Kosovo”.
Aunque los analistas no creen que Rusia se precipite para reconocer a Abjazia u Osetia del Sur, no descartan un aumento de la tensión militar en la región. “Rusia ha emitido fuertes señales de que no permanecerá con los brazos cruzados en caso de conflicto”, dijo Pavel Felgenhauer, analista independiente especializado en temas militares.
Tanto en Osetia del Sur como en Abjazia ha habido frecuentes enfrentamientos entre tropas georgianas y fuerzas de paz rusas desde 1992 y 1994. Las relaciones se han deteriorado aún más desde la llegada al poder de Saakashvili en el 2003. El presidente de Georgia aspira a integrar su país en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y exige que Rusia retire sus tropas del territorio georgiano. Oficialmente, Rusia respeta la integridad de Georgia, pero la ayuda rusa a las regiones separatistas y la concesión gratuita de pasaportes rusos al 95% de sus habitantes equivalen de hecho a una anexión de territorio georgiano.

ALISSA DE CARBONNEL
DPA

¿Cuánto tiempo más sobrevivirá Bélgica?

Ben nimmo
DPA

Un grupo de manifestantes asalta el edificio del Parlamento en Bruselas, arranca la bandera federal e iza su antigua insignia nacional, en lo que parece ser la deriva de un país europeo hacia la guerra civil. Las imágenes de la televisión podrían haber sido tomadas en cualquiera de los más de diez países de Europa del Este en los ’90. Sin embargo, fueron filmadas por el canal RTBF en Bélgica, el 14 de diciembre de 2006. Y, aunque eran ficticias, amenazaron menos de un año después con convertirse en realidad.
“A finales del 2007 la hipótesis de una secesión se convirtió con claridad en tema de discusión. (...) Nadie creía que las cosas llegaran a este extremo casi catastrófico”, dijo Pascal Delwit, profesor de Ciencia Política de la Universidad Libre de Bruselas.
Bélgica está dividida entre una población flamenca mayoritaria, que habla holandés, en el norte, y una minoría valona, que habla francés, en el sur. Además, hay una pequeña comunidad germanoparlante en la frontera este del país. Desde que el país fue creado, en 1830, tras una rebelión dirigida por la elite francófona contra el Reino de los Países Bajos (1815-1830), los dos principales grupos étnicos –flamencos y valones– siempre se han enfrentado.
“Cuando Bélgica se hizo independiente, la única lengua oficial era el francés. Los flamencos se fueron organizando progresivamente y exigieron el reconocimiento de su idioma”, explica el politólogo Jean Faniel, del centro de estudios sociopolíticos CRISP en Bruselas.
En aquellos tiempos, Valonia era la región más rica por la explotación de las minas de carbón y hierro de las Ardenas. Flandes, en cambio, tenía una economía predominantemente agrícola. Ese desequilibrio económico le dio a la minoría francófona una cuota de influencia desproporcionada sobre el conjunto del país. No fue hasta 1898 que el holandés adquirió el mismo estatus legal que el francés. Sin embargo, la gradual expansión de los derechos de los flamencos tuvo un precio, ya que las dos comunidades se retiraron en mundos cada vez más monolingüistas. “Hay una separación muy marcada en cultura, política y educación. Son cada vez menos los belgas de habla holandesa que entienden el francés, y al revés entre los francófonos. Tenemos dos comunidades que viven paralelamente”, dijo Delwit.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el centro de gravedad de la economía belga se desplazó hacia el norte. La economía flamenca, dominada por el sector de servicios, relegó al menguante poder industrial de Valonia. Esa disparidad echó leña al fuego: los nacionalistas flamencos se quejan de que Flandes subvenciona a Valonia con 10.000 millones de euros anuales a través de la seguridad social del Estado.
La situación alcanzó un punto crítico el 10 de junio de 2007, cuando una lista de conservadores y nacionalistas flamencos consiguió una victoria electoral arrolladora sobre la base de la promesa de otorgar mayor autonomía financiera a las comunidades. Esa promesa fue interpretada como un intento de detener el flujo de dinero desde el norte hacia el sur. Y las conversaciones sobre la formación de un gobierno de coalición entre los partidos políticos belgas lingüísticamente separados fracasaron una y otra vez. Después de más de seis meses sin gobierno, el mayor en la historia de Bélgica, el líder flamenco Yves Leterme tiró la toalla. El primer ministro derrotado, Guy Verhofstadt, asumió la jefatura de un gobierno interino encargado de poner los cimientos de una reforma del Estado. Y, como el resultado más probable de cualquier reforma será un mayor énfasis en la diferencia entre la población de habla holandesa y la francófona, los analistas creen que se necesitará un mayor esfuerzo para superar la división entre las dos comunidades. “Cada parte vive su propia vida, sin entender lo que la otra parte quiere , apuntó Delwit. “No creo que (la separación) sea una posibilidad real ahora, pero otra cosa es si habrá una Bélgica dentro de 25 años”, afirmó Faniel.

 

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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