Nosotros sabíamos que (los dirigentes del ERP fugados) volverían antes de las elecciones del 11 de marzo del ’73 y que entrarían por Chile... ¡la puta si lo sabíamos! –dice el coronel y su mirada se detiene en unos pequeños vitraux del “Tortoni”. Luego insiste: “No me queme”, señala. Y sigue:
–¿Yo se lo conté? Usted estaba en Viedma, por el diario...
–No, ya no estaba en Viedma. Me lo contó en democracia, ahí nos conocimos personalmente. Le refresco la memoria: cuando yo estaba en Viedma usted me llamó por un libro...
–¡Tiene razón! Fue cuando usted compró un montón de ejemplares de una novela de Vargas Llosa que el Proceso prohibió no bien se publicó... ¿’78, ’79, ’80?
–“La Tía Julia y el escribidor”...
–Yo estaba en el Comando del V Cuerpo, en Bahía. Llegó la orden de secuestrar todos los ejemplares desde Bahía al Polo Sur... ¡qué boludos! Y teníamos que informar quiénes habían comprado el libro. La Federal nos informó que en Viedma un periodista del “Río Negro” había comprado todos los ejemplares que habían llegado a esa ciudad y a Patagones. Yo era mayor, estaba en Inteligencia. Le hablé a usted y usted no me creyó que yo no quería secuestrarle los libros ni generarle problemas... lo que quería era leerlo. En Bahía no quedaba ni uno. Es más, yo sabía que el gordo Aráoz, coronel, jefe del Distrito Militar que por entonces estaba en Viedma, le había pedido un ejemplar para leerlo y usted se lo había dado. ¿Qué hizo con los libros?
–Los escondí hasta tiempos mejores. Era la primera edición. Algunos quizá estén en La Pampa, en el campo de un médico de Viedma... pero eso fue con la dictadura de Videla. Yo quiero hablar del ’72, de Rawson, Trelew. Usted estuvo ahí...
–Después de Rawson y antes de lo de la Base Almirante Zar... teniente primero. Un pinche. Estuve en un grupo que habló con Agustín Tosco, que no se había querido fugar. Un tipo sencillo, firme, agradable. Convencía. También hablé con Cazes Camarero, del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), de profesión químico, culto. Vive. También hablamos con otros detenidos. Fue inmediatamente posterior a la fuga y antes de lo de la base... un día entero hablando con ellos. Ahí me di cuenta de que, tras rajarse, Santucho y Gorriarán Merlo regresarían antes de las elecciones de marzo del ’73 y lo harían por Chile. Tipos interesantes la gente del ERP, duros; la mayoría de los que traté eran universitarios. Con algunos casi nos habíamos cruzado en las escuelas primarias de Córdoba. A mí me lo había advertido un profesor que tuve en la Escuela de Informaciones, Eusebio González Breard. Años después estuvo en el Operativo Independencia. Llegó a coronel; un estudioso de la guerrilla, minucioso, organizado. “Los del ERP atrapan, no son demagogos: son firmes”, me había dicho. Días después de lo de Rawson y Trelew hablé con él. “Santucho y Gorriarán vuelven, si no es que ya volvieron. Y volverán por Chile”, me dijo. Y volvieron. Gente dura, firme... ¡la puta! ¡Cuando en los ’90 Gorriarán cayó preso y México lo entregó, hice gestiones para hablar con él. ¡Mano a mano, como viejos jubilados de los fierros! No me autorizaron... ¡qué lástima! ¡Cuánto queda por hablar de todo lo que nos pasó!
Atrapado por los sones de jazz que llegan desde el subsuelo del “Tortoni”, el coronel detiene el relato. Y vuelve.
–¿Y sabe por dónde entraron? –pregunta.
–Por Neuquén, me lo dijo usted en la charla ya con democracia, y creo que lo dice Gorriarán en sus memorias.
–Timerman también lo supo; pocos periodistas han tenido tantos amigos entre los militares y tantos amigos entre la guerrilla como don Jacobo... tanto que hasta un periodista de “La Opinión” manejaba uno de los autos usados en el secuestro de Oberdan Sallustro... pero vuelvo al relato. Los dirigentes del ERP tenían que volver por Chile porque Allende era el único gobierno amigo vecino de Argentina que tenían. Y tenían además al MIR (N. de la R.: Movimiento de Izquierda Revolucionario) como socio. En octubre, a mí me integraron a un grupo que tenía que trabajar sobre ese retorno, el de los “erpios”, como se los conocía, no el de los “montos” y FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), que también se habían fugado. Supimos que, en un momento dado, Santucho y Gorriarán habían dejado Cuba. El resto había que imaginarlo: Europa, Praga fundamentalmente; algún otro punto y Chile... y bueno, a la Argentina por Neuquén. Y a Buenos Aires en tren, en camarote para no exponerse mucho. Los cubanos les habían enseñado a maquillarse y nosotros, cual predilectos de los boludos, creíamos que tenían todo bien atado. Pasaron delante de nuestras narices y por el frente de la agencia de “Río Negro”... ¿está siempre en el mismo lugar? ¡Qué nota! ¿No? Se la perdieron. “‘Río Negro’ acompañó a Santucho y Gorriarán en su retorno a la Patria” podría haberse titulado...
–¿Cuándo se enteraron ustedes de que habían retornado?
–Cuando ya era tarde. Cumplimos con la vieja regla del arma de Inteligencia: “Los de Inteligencia somos inteligentes fundamentalmente para llegar tarde” –dice el coronel.
–Con los años supimos más. No bien cruzaron la frontera, se dividieron y volvieron a encontrarse en una chacra cerca del aeroparque de Neuquén. Los ayudó una estructura reducida de gente, pero bien profesional. Incluso un contador o contador y abogado o simplemente abogado puso estructura. Muchos años después, ya en democracia, como dice usted, lo conocí en una reunión social en Neuquén. Tipo agradable, simpático. No hablamos del tema. ¡Como si el pasado no nos vinculara! Bueno, él no tiene que saber en qué había andado yo en aquel ’72.
–¿Y por qué elegir Neuquén para volver?
–Porque ya era y es una sociedad en mucho movimiento, rápida, en crecimiento, mucha gente que entra y sale... vías rápidas de comunicación hacia todos lados. Físicamente, Santucho podía pasar por un inmigrante chileno. Gorriarán no... creo que los cubanos le habían enseñado a hacer no sé qué cosa con el color claro de sus ojos. En Neuquén, además, desde El Chocón en adelante, había mucha estructura de izquierda.
–Hablando de Cuba, uno de los casos menos investigados es la desaparición en Buenos Aires, durante la dictadura, de dos diplomáticos cubanos. Nunca más. Cuba jamás se quejó, al menos fuerte.
–No recuerdo... bueno, Cuba, como los rusos, jamás criticó al Proceso. Yo no recuerdo que haya reclamado por algún detenido, desaparecido, etcétera. Y Videla correspondió a ese silencio: cuando la URSS invadió Afganistán, muy a pesar de las presiones de Estados Unidos, Argentina le siguió vendiendo trigo a la URSS. Además, el PC, en pleno Proceso, sacó declaraciones a favor de Videla. Pero hay mucho por saber sobre aquellos tiempos...
El guardiacárcel de Viedma que ayudó
A partir de la fuga del penal de Rawson, y con posterioridad al golpe militar del ’76, se reformularía todo el manejo de las cárceles que alojaban presos políticos.
–El servicio penitenciario no podía manejar solo este tema. Los presos políticos tenían mucha calidad intelectual, mucha capacidad para manejarse en las contradicciones de un servicio que para lo único que estaba era para custodiar, encerrar –relata el coronel.
–El ERP era muy profesional para organizar las fugas. Cuando llegó lo de Rawson ya lo habían demostrado en El Buen Pastor y Villa Urquiza... siempre con sangre, pero lograban su objetivo. En Villa Urquiza se cargaron 5 ó 6 guardiacárceles y en el Buen Pastor la fuga fue espectacular. No bien un “erpio” llegaba a la cárcel comenzaba a pensar en la fuga, bueno, como cualquier preso.
–¿Conoce el caso de Facio? –me pregunta de improviso.
–¿El guardiacárcel que facilitó la fuga de la cárcel de Rawson?
–Sí, supe de él un verano terrible que me encontré con un compañero de secundario, de Viedma, que había estado en el Servicio Penitenciario; Nervi de apellido. Él me dijo que había habido entrega en esa fuga, pero no me dio el nombre. Gorriarán escribió sobre el caso de Facio... le pagaron el favor en dos cuotas. Eran varios millones de pesos de aquel tiempo. Claro, inflación, devaluación... Facio era un lumpen, de una familia de Viedma, pero se fue entusiasmando con el ERP. Gorriarán dice que se quería ir a Cuba. Pero su personalidad es interesante, había mucha gente así en el Servicio Penitenciario en esa época.
–¿Facio perdió después del Golpe? ¿ Está desaparecido?
–Algo de eso pasó...
Ese lugar...
JORGE SUÁREZ
jsuarez@rionegro.com.ar
Fue un atardecer de mucho frío y viento huracanado. Un día de marzo o quizá abril del ’77. El avión frenó serenamente su carrera en pista. Pero en el aire, durante tres interminables horas, había estado tan frenético como para hacernos olvidar nuestra humanidad.
–¡Abajo! –chilló un cabo.
–¡Formar! –acotó alguien.
Entre un grito y otro miré a mi alrededor. Y entre la tierra que volaba, detecté edificios chatos. Incoloros. Impersonales. Un espacio desfigurado. Y con un dejo de misterio.
Era la Base Aeronaval Almirante Zar, en Trelew.
Y nosotros, un centenar de pibes a los que la Armada, en un mandato que nos obligó a dejar jirones de piel en los campos de espinillos, nos transformaríamos en “Bichos Verdes”. O infantes de Marina.
–¡Aquí se entra boludo y se sale infante, que es el único que le ve la cara al enemigo! –sentenció un suboficial con cara de enojado y voz ronca de tantos gritos mientras nos pasaba revista uno por uno.
Y con los días nos fuimos integrando al lugar. Conocimos sus rincones para tomar mate. Fumar. Dormir a escondidas. Y los recovecos que, a modo de herencia, se transferían de infante a infante a la hora de evitar los “bailes” ordenados por los cabos. Raza maniática la de los cabos a la hora de hacer méritos.
Pero había un “lugar” de la base a la que no podíamos acceder. O en todo caso se accedía bajo condiciones muy particulares: preso, porque ahí estaban las celdas de castigo.
“Lugar” con sobredosis de leyenda y misterio. Tanta como para que estuviese cerca pero distante. Un punto del que nadie hablaba y sobre el que nada se preguntaba. Un “lugar” que se confundía en esa sensación tan sobrecogedora que suelen dar el tiempo y el espacio en la Patagonia. Lugar al que siempre se lo pasaba por éste o aquel costado.
En ese lugar una noche, cinco años antes, había sucedido la “Masacre de Trelew”.
Esa sangre marcaba a fuego la base. No toda esa camada de infantes de Marina sabía de esa sangre o de los alcances de esa sangre.
Pero, entre quienes sí y quienes no, la sangre estaba. Y se notaba en el férreo dispositivo de control y las patrullas que dominaban el inmenso perímetro de su acantonamiento.
–Pareciera que estamos siempre asustados... que en cualquier momento llegan los “zurdos” –era nuestra reflexión cuando camuflados, con el rostro pintado y el casco hasta la nariz, con un aspecto que nos terminaba asustando a nosotros mismos, íbamos de aquí para allá buscando “enemigos” que nunca vimos.
Y un atardecer de domingo de franco en el que yo ya lucía “fibra y cara de infante”, en un bar de mala muerte de Trelew maté el hambre y la soledad con pan gomoso, salame, queso y una cerveza. Llegué tarde a la base y eso fue muy malo. Me encanaron. Y me mandaron a ese “lugar”, al de la leyenda y el misterio. Al menos esa noche fui su único habitante. Cerrojos para todo y por las dudas. Luego silencio o el filtrado del viento. Y, de tanto en tanto, el golpe de las puertas del resto de las celdas. Muy poca luz. Luz mortecina. Palpé paredes, imaginé. Imaginé mucho. ¿Quién habrá estado aquí aquella noche de agosto del ’72?
Al día siguiente me soltaron y me fui a tomar un cuartelero mate cocido.
–¿Estuviste en el “pabellón de la muerte”? –me preguntó un compañero.
–Estuve –le respondí.