En todas sus acepciones, la palabra revolución expresa un cambio violento y profundo, alzamiento o insurrecciones que generan conmoción tanto en las estructuras políticas y sociales existentes como en los sistemas de valores. Asimismo, designa a uno de los más poderosos mitos políticos modernos: el que considera la revolución como la única manera de hacer tabla rasa con el pasado para instalar definitivamente, y para siempre, un mundo nuevo para un hombre nuevo. A su vez, en ciertos períodos de la historia del siglo XX la revolución, además de un hecho político, social o cultural, se convierte en un ‘lugar’ determinado en el mapa. A partir de la Revolución Rusa de 1917, la noción misma de revolución se ‘espacializa’, porque desde entonces delimita un territorio y funda un escenario que, precisamente por eso, supo convocar a viajeros, cronistas, intelectuales y políticos de todo el mundo”, expresa Sylvia Saítta al comienzo del prólogo de “Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda”, libro en el que reunió un conjunto de textos de escritores, intelectuales y periodistas argentinos que viajaron a países en que se concretaron revoluciones: la Unión Soviética, China y Cuba.
–¿Qué motivos la animaron a reunir estos relatos de viaje?
–En realidad, este libro es un desvío de un tema en el que venía trabajando hacía tiempo, que era el impacto que provocó la Revolución Rusa de 1917 en el ámbito cultural y, más precisamente, literario de Buenos Aires. Iniciada la investigación, encontré a los viajeros argentinos de izquierda y entonces decidí no sólo tomar la Revolución Rusa sino también la china y cubana.
–La Revolución Rusa demostró que era posible concretarla en un país de capitalismo periférico gobernado por una aristocracia secular, como bien señala el investigador Ricardo Falcón.
–Sobre todo para los argentinos y los latinoamericanos. En sus inicios, la Revolución Rusa representó un principio de transformación radical, como expresó alguna vez Beatriz Sarlo, cuyo atractivo residía en sus proporciones épicas, en la juventud de sus dirigentes y en el nacimiento de un nuevo orden que anunciaba el trastrocamiento de todos los lugares sociales. Ahora bien, cuando empecé a leer lo que se escribía en los primeros años de la década del ’20 sobre Rusia, me pregunté: “¿Cómo saben lo que saben?”. Por entonces era muy poco lo que se sabía en la Argentina sobre la revolución en la Unión Soviética. Al descubrir a los viajeros empecé a separar esos relatos de viaje que hacían de otro conjunto de textos, ya sea libros, conferencias, artículos periodísticos que hay del mismo período, y empiezan a armar una serie, se inscriben en un género, tienen una problemática particular. Lo que me planteaba era ver si efectivamente esta idea de la revolución como un espacio era propia de la Revolución Rusa o se fue reiterando en otros momentos de la historia.
–Además de narrar la experiencia de un viaje, usted afirma que las voces de estos viajeros narran un capítulo de la historia del intelectual argentino de izquierda.
–Exactamente. Hay una pregunta que no está escrita en el prólogo y que siempre me formulé: cómo vieron lo que vieron y por qué creyeron lo que creyeron intelectuales, periodistas, escritores, extremadamente críticos, extremadamente lúcidos. Me interesa ver cómo estos intelectuales construyeron en ese espacio, más allá de su experiencia, más allá de lo que vieron y más allá de las ideas que ellos tenían sobre esos modelos posibles de revolución. Este tipo de relatos de viajes que hacen los viajeros argentinos se diferencia de otros relatos de viaje donde el viajero da cuenta de lo que ve. En mi libro, el escritor y periodista comunista Alfredo Varela, quien en 1950 publicó el libro “Un periodista argentino en la Unión Soviética”, más allá de lo que está viendo está hablando de aquello que quisiera que efectivamente fuese así para que esto pudiera ser trasladado como un modelo al país del cual se proviene.
–En algunos casos se puede notar que hay un recorrido que va de la indiferencia a la identificación con los proyectos revolucionarios.
–Así es. En otros casos el viaje confirma lo que ya se sabe. Es el caso del teórico del marxismo y crítico literario Aníbal Ponce, para quien viajar es confirmar esa idea utópica que se tenía de ese espacio que efectivamente es como se creía que era. Es decir, se narra la constatación de aquello que ya se sabía. A su regreso de Moscú, Ponce le escribe una carta a Luis Reissig en la que le dice “Estoy deslumbrado, optimista, dichoso. He pasado en la Unión Soviética los mejores días de mi vida y regresaré a luchar con una confianza absoluta en los ideales que me son queridos”.
–Usted cita una reflexión de Oscar Terán que dice que Ponce no mira la realidad soviética sino que constata la puesta en funcionamiento de un modelo teórico.
–En Ponce el viaje a Rusia contribuyó a delinear su visión teórica porque fue la comprobación experimental de sus principios, señalo en el prólogo del libro. Es tal la certeza en Ponce, que lo lleva a decir que la utopía enorme que parecía destinada a flotar entre las nubes ya tiene en los hechos su confirmación terminante.
–Lo de Elías Castelnuovo es diferente.
–Es diferente porque se narra un aprendizaje a lo largo del viaje. Lo dice el propio Castelnuovo cuando llega a Leningrado en 1931: “He venido a ver con los ojos la realización del socialismo y tocarlo después con las dos manos”. Castelnuovo enfatiza el cambio experimentado a lo largo del viaje exclamando que, una vez entendido el “grave asunto de la plusvalía”, comenzó a pensar la explotación del hombre desde la aritmética. En cambio, Jorge Masetti, subraya en el final del relato, más que la experiencia de un cambio, la sensación de pertenencia a Cuba.
–Tal vez el que sintetizó mejor el resultado del aprendizaje haya sido el escritor Bernardo Kordon...
–...a pesar de que su compromiso ideológico es previo al viaje que hace a la República Popular China. Kordon, quien era un fanático de la política y la cultura chinas, sobre las que escribió varios ensayos, y país al que viajó ocho veces, abre su libro “600 millones y uno”, publicado en 1940, con la siguiente explicación acerca del porqué de ese título. Kordon dice que al partir a China pensaba que un libro sobre el viaje podría llamarse “Uno y 600 millones”. “Pero resulta –aclara– que en el mundo de hoy la fraternidad se llama China. Difícil conocer ese pueblo sin identificarse con la suerte de 600 millones de chinos. Por eso ‘Uno y 600 millones’ se convierte en ‘600 millones y uno’”. Volviendo a esta cuestión del viaje como resultado del aprendizaje, en Castelnuovo y en Jorge Masetti la narración de la experiencia es también la narración de un aprendizaje y, por lo tanto, la presencia del yo es muy fuerte. En Rodolfo Ghioldi hay una reflexión más teórica y, por lo tanto, más distante, mientras que en Aníbal Ponce no hay yo del cronista, el lector no sabe lo que le va pasando al propio Ponce.
–¿Se produce un corte en la distancia entre la mirada del intelectual viajero que cuenta y el pueblo que lee esa experiencia?
–En el caso de la Unión Soviética el intelectual tiene que explicar lo que está viendo porque no hay otro que lo pueda hacer. En el caso de Cuba, más bien es como construir una cierta empatía con el lector, con aquello que tal vez conoce por otros medios. El libro “Los que luchan y los que lloran” de Jorge Masetti es espectacular porque él es parte de lo que está narrando. En este sentido, Masetti no va a constatar nada sino que vive una experiencia y aprende de ella. Y, por último, existe un convencimiento pleno de eso que se está viviendo.
–Otro de los rasgos propios de los relatos de viaje es la utilización de la comparación y de la analogía para describir esos nuevos escenarios.
–Cómo explicar lo que se supone que es nuevo: eso es parte de uno de los procedimientos más habituales del relato de viaje. Los viajeros recurren a muchas referencias de otros relatos de viaje, a los que se discute o se afirma. Para Kordon, la sensación de estar en el “corazón populoso del lejano Shanghai” coincide con la de haber recorrido “el corazón desolado de mi América del Sur”. En la Unión Soviética prevalece la comparación entre aquello que ya sabían de Rusia por haberlo leído, ya sea en novelas, en otros libros de viajeros o en crónicas periodísticas, y su propia experiencia. En la constatación o la discusión con lo ya leído, los viajeros argentinos asumen lo que Edward Said denomina una actitud textual, aquella noción que hace referencia a uno de los comportamientos que experimenta el viajero cuando entra en contacto con algo desconocido. Para codificarlo y transmitirlo, el viajero recurre a las experiencias que ya ha tenido y que pueden aproximarse a lo nuevo, como también a lo que ya ha leído sobre el tema.
–¿Qué rol tuvieron los medios de comunicación por entonces para dar cuenta de lo que pasaba con las revoluciones?
–Creo que ciertos medios han sido fundamentales, como el caso del diario “Crítica” en los años ’20 o la revista “Primera Plana” en la década del ’60. Si uno revisa los diarios de los años ’20 lo que se escribe sobre la Revolución Rusa es a través de las agencias internacionales; en general son notas breves. Lo que marca la diferencia es si un diario manda a un periodista. “Crítica” lo pudo hacer. Es muy distinto leer la experiencia de alguien sobre lo que está pasando que la frialdad de un cable de una agencia de noticias. En los ’60 creo que pasó lo mismo. Lo que distingue los textos de Masetti del resto es que la revolución todavía no se había concretado. Masetti fue enviado a Cuba como corresponsal de radio El Mundo en 1958 para entrevistar a Fidel Castro en Sierra Maestra. La mayoría de los viajeros accedió al viaje en su calidad de periodistas, distinto de lo que sucedió con el viaje estético y consumidor de los escritores pertenecientes a una elite para quienes el viaje a Europa era señal de prominencia social dentro del estatus literario.
–Un capítulo aparte en los relatos de los viajeros de izquierda es la entrevista a los líderes revolucionarios.
–La entrevista a los líderes políticos es central en estos relatos de viaje. La entrevista entre el viajero y el líder político se convierte en una conversación entre iguales. Ahí está el diálogo que mantiene Jorge Masetti en los montes de Sierra Maestra con el Che Guevara o Carlos Astrada entrevistando a Mao Tse Tung en agosto de 1960 en su residencia en Pekín, reportaje que está citado en cuanto estudio hay sobre la Revolución China. Quien está a cargo de ese proceso revolucionario es también un intelectual.
LA ELEGIDA
Sylvia Saítta es doctora en Letras, investigadora del Conicet y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Publicó los libros “Regueros de tinta. El diario ‘Crítica’ en la década de 1920”, que recibió el primer premio al mejor libro argentino de historia argentina de la Fundación El Libro, y “El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt”, por el que obtuvo el “Diploma al mérito” otorgado por la Fundación Konex en el 2004.
Dirigió “El oficio se afirma”, noveno tomo de la Historia Crítica de la Literatura Argentina, y preparó la edición y prólogo de “Revista Multicolor de los Sábados, suplemento cultural del diario Crítica”, dirigido por Jorge Luis Borges y Ulyses Petit de Murat, y “Contra. La revista de los franco-tiradores”, dirigida por Raúl González Tuñón. Realizó compilaciones de gran parte de la obra inédita de Roberto Arlt: “Aguafuertes porteñas: Buenos Aires, vida cotidiana”, “Aguafuertes porteñas: cultura y política”, “En el país del viento. Viaje a la Patagonia, 1934”, “Aguafuertes gallegas y asturianas”, “Presagios de una guerra civil. Aguafuertes madrileñas” y “Aguafuertes vascas”. Es directora del proyecto de investigación Ubacyt titulado “Frente a la underwood: modos de la intervención cultural, política y literaria en diarios y revistas de la Argentina del siglo veinte”, aprobado por el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires hasta el 2009.
Los viajeros
El libro “Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda” (Fondo de Cultura Económica), cuya selección y prólogo realizó Sylvia Saítta, está compuesto por textos de escritores, periodistas e intelectuales argentinos de izquierda que viajaron hacia la revolución y que publicaron sus relatos del viaje en diarios, revistas o libros.
El libro está dividido en tres partes que corresponden a los países visitados por los viajeros. La primera está integrada por los relatos de cinco argentinos que viajaron a la Unión Soviética. La serie se abre con las crónicas de Rodolfo Ghioldi, quien viaja a la Rusia de Lenin en 1921, y se cierra con el relato de Alfredo Varela, que da cuenta de la situación que se vive en la Unión Soviética poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial y ya en plena Guerra Fría.
La segunda parte está conformada por tres relatos de viaje a China que, si bien coinciden en su perspectiva ideológica –el compromiso con la República Popular–, exhiben modos distintos de narrar la experiencia; mientras María Rosa Oliver y Norberto Frontini ofrecen datos objetivos sobre la situación política, en el relato de Bernardo Kordon predomina una mirada poética sobre China.
La última parte está formada por cuatro relatos sobre Cuba, desde los meses previos al ingreso de Fidel Castro y los revolucionarios a La Habana, en enero de 1959, hasta los ’70, cuatro momentos que dan cuenta de los prolegómenos revolucionarios en el relato de Jorge Masetti; de la vida cultural, en los textos de Ezequiel Martínez Estrada y Leopoldo Marechal, y de la vida cotidiana, en las crónicas del periodista Enrique Raab.