or qué escribió el libro?
–Editorial Planeta me vino a buscar, y yo hacía un tiempo que venía pensando en escribir; estaba ideando algún formato que me gustara. Le dije que estaba dispuesto, pero que el libro que yo quería escribir era el que finalmente hice.
–¿Por qué? ¿La editorial le pidió otra cosa?
–En principio habían pensado en un libro más de consulta, no de transmisión de clínica. Y yo tenía ganas de escribir un libro con pasión porque para mí justamente eso es lo que diferencia el psicoanálisis de las demás técnicas terapéuticas; el deseo, el amor, lo sanguíneo que tiene el psicoanálisis. En seguida se me ocurrieron las historias que quería escribir, pedí autorización a los pacientes... y así surgió “Historias de diván”.
–¿Algún paciente se negó a que contara su historia?
–No, no. A la hora de elegirlos tuve en cuenta varias cosas, sabiendo que eran pacientes que tenían una relación de particular confianza conmigo y que eso no iba a afectar el tratamiento.
–Además de la relación con los pacientes, ¿qué cosas pensó cuando los eligió?
–Desde el mejor de los lados supuestos, quizá el paciente podría pensar “Qué importante soy, mi psicoanalista quiere escribir sobre mí; soy un caso maravilloso”. Y eso te juega en contra; hay que ser cuidadoso.
–Cuando tuvo la propuesta, ¿demoró en dar el sí?
–No.
–Me refiero a los prejuicios que podrían tener usted y su ambiente por la exposición.
–Es un tema dificultoso. Sé que siempre camino por la cornisa con la cuestión de los medios. Pero trato de estar conforme cuando tomo una decisión y pensar que yo no me vaya a avergonzar de lo que esté haciendo. Si hubiera tenido temor a las críticas de mis colegas, no habría hecho nada en mi vida.
–¿Piensa que rompió ciertos códigos?
–Imaginate un analista en un programa de radio como el que hacía con Alejandro Dolina, donde yo imitaba a Sandro... tendría que haberle dicho que no a un programa tan brillante, inteligente e interesante como el de Dolina.
–¿En qué pensó cuando le dijo que sí?
–Pasa que, como era con Dolina, nadie se animó a criticarme mucho porque, claro, estás con un tipo prestigioso, brillante... ¿quién te va a decir algo?
–En cambio ahora, en la televisión y con el libro, sí lo critican.
–Bueno, pero siempre trato de ser claro, que no se confunda lo mediático con lo profesional, lo ético y lo que pasa dentro del consultorio. Si alguien lo confunde es porque tiene pocas luces o muchas ganas de confundirlo. Cuando Humberto Tortonese (en el programa RSM) hace una barrabasada le digo “Qué bien lo que usted hace, porque es un tipo sano”; si alguien cree que hablo en serio es un malintencionado o un estúpido.
–O sea que las críticas no le interesan.
–Me interesa la crítica inteligente. Hay gente que me criticó duro, pero desde el afecto y la responsabilidad. Eso sí: lo escucho y por ahí modifico algunas cosas. Soy muy permeable cuando las críticas son de buena leche y autorizadas.
–Por ejemplo, lo critican porque dicen que analiza por televisión. ¿Haría algo así?
–Más allá de la fuerza del archivo, yo digo y firmo que nunca analizaría a nadie por televisión. Pero viene alguien y pone la parte en la que Mariana Fabbiani dice “Hoy nos analiza el licenciado Gabriel Rolón”... incluso muchas veces me presentan como doctor y yo corrijo: “Licenciado, no doctor”.
–¿Por qué está en la televisión?
–En la televisión juego.
–Y también se expone a las críticas.
–Creo que la crítica fácil es una demostración de pereza intelectual. Cuando alguien quiere criticar algo en serio lo tiene que analizar en profundidad, lo tiene que estudiar y darle tiempo; si no, uno es un opinólogo y nada más. Creo que ése es uno de los graves problemas de la patria: la opinión está matando el pensamiento.
–¿Por qué?
–Tantos años de no poder opinar, las dictaduras y toda una historia muy difícil hicieron que la opinión estuviera como sobrevaluada. Entonces todo el mundo opina. “Para mí que la mató el marido”... ¿qué sabés? ¿La conocías a ella? ¿Viste el expediente? ¿Sos forense? Nada de eso.
–En la crítica fácil también juega la envidia, ¿no?
–Sí, creo que sí. Hay gente que piensa: “Este tipo es arquitecto como yo, tiene un programa de televisión, muestra casas y seguramente debe ganar mucha plata”. Entonces agarra y dice: “Mirá esa casa de porquería que hizo”. Quizá uno tiene que aceptar sus propias frustraciones. Otra cosa es que se haga una crítica seria, sabiendo del tema y con fundamento. Si viene Graciela Moreschi, por ejemplo, y me dice: “Gabriel, lo que hiciste estuvo mal por tal y tal cosa”, bueno, ahí sí lo respeto, porque ella es profesional, analista, sabe, conoce de medios y es buena leche.
–¿Qué le dicen sus colegas en privado?
–Bueno, una vez me pasó que un colega me criticó muy duro por estar en los medios, me destrozó en una charla larga. Dos meses después me llamó porque le iban a hacer una entrevista en una FM barrial y me pidió que lo aconsejara porque estaba nervioso. Yo pensé: “Me destrozaste porque estaba en radio con Dolina y Vernaci y ahora porque te van a entrevistar te querés hasta maquillar para salir en la radio”. A veces te das cuenta de que viene por ese lado... no creo que a los psicólogos o a la gente en general le tenga que gustar lo que hago. El reconocimiento es subjetivo. Lo que me duele es la crítica de valor.
–¿Eso lo sufre?
–Sí, mi hijo estaba estudiando Psicología y se tuvo que bancar que una profesora dijera “el chanta de Rolón”. Mi hijo se angustió mucho. Por suerte en ese momento él trabajaba conmigo, veía las horas que laburaba y estudiaba, la cantidad de pacientes que atendía... podía sacar sus propias conclusiones, más cuando la persona que me criticó jamás había hablado conmigo de clínica, no sabía cómo atiendo, tampoco había hablado con un paciente mío... eso me duele y me parece peligroso. Yo soy incapaz de decir algo así de nadie.
–Otra de las cosas que le critican es haber hecho un libro para publicitarse.
–Yo les preguntaría para qué se hacen tarjetas personales. Además, en este caso fue al revés, porque me vinieron a buscar cuando yo ya era alguien público. Y la verdad es que tengo pacientes en lista de espera desde antes de escribir el libro, no necesitaba publicitarme como terapeuta.
–Acaba de dejar el programa de Dolina, ¿por qué?
–Ese programa era mi mayor fuente de ingresos en los medios, pero quiero tener más tiempo de descanso para atender más temprano, porque me gusta y vivo de la clínica, de atender pacientes, eso es lo mío. Al libro le podría haber ido mal o bien, que yo iba a seguir viviendo de mis pacientes. Lo mío es la psicología.
–¿Piensa dejar los medios?
–No, a mí me divierten. Es como aquel al que le gusta jugar al fútbol y se junta con sus amigos dos horas por semana en una canchita. Tengo ideas y proyectos propios para hacer en medios; me encantaría hacer un programa de entrevistas en televisión, a lo mejor, una onda “El perro verde” por radio, o lo que hacía Guerrero Marthineitz en “A solas”. Hay cosas que me gustan, pero puedo imaginarme sin trabajar en los medios; lo que no puedo imaginar es no atender pacientes y vivir de los medios. Si la lucidez mental me lo permitiera, quisiera atender hasta el último día de mi vida, aunque menos pacientes.
–Claro, dijo que tiene muchos...
–Sí, 45 pacientes por semana es mucho. Pero es mi pasión y fuente de ingresos. Atiendo hasta 13 horas por día pero, para disfrutarlo más, me gustaría que fuera la mitad.
–¿Nota mala intención de los medios hacia usted?
–No, creo que me tratan con bastante cariño. Siempre fui un tipo de buena fe y mantuve buena relación.
–La reciente tapa de Newsweek con el título “El nuevo Bucay”...
(Interrumpe) –Bueno, sí, porque me pareció de mala fe. Me enojé por eso. Me pareció muy ofensiva para con Bucay y para conmigo. No me ofende que me comparen con él porque es un profesional, terapeuta, médico, con gran experiencia clínica, es escritor...
–¿Y entonces?
–Soy distinto, de otra línea; él es gestáltico y yo psicoanalista, él escribe dentro de lo que es autoayuda y yo hago una transmisión más clínica... pero es un tipo al que le tengo respeto. Por eso me parece una falta de respeto. “El nuevo Bucay”... como si él hubiera desaparecido, cuando tiene un libro que está entre los best sellers.
–La acusación de plagio a Bucay no es precisamente algo prestigioso...
–Yo no me hago cargo de lo que transmiten los medios; si para los medios está desprestigiado, es un problema de ellos. Lo único que puedo decir de Bucay es que nos cruzamos una sola vez y nos saludamos con respeto. Tuve dos pacientes que se habían tratado con él y me hablaron muy bien de él. De los problemas que tuvo no opino porque no leí su libro ni tampoco el que dicen que plagió.
–¿Qué fue precisamente lo que le molestó de la tapa de Newsweek?
–Creo que me he roto el alma para tratar de ser Rolón, de la misma manera que Jorge lo hizo para ser Bucay. Es ofensivo para él que usaran su nombre y para mí que usaran mi imagen.
–Volvamos a su libro, ¿con qué intención lo escribió?
–La verdad, en lo más profundo de mi ser y por supuesto dejando de lado el costado económico y narcisista, lo que me propuse fue algo un poco demasiado grande: intenté escribir algo reivindicatorio del psicoanálisis.
–Bastante ambicioso... ¿y por qué quiso hacer algo así?
–En el prólogo digo que son épocas duras para el psicoanálisis. Y es así. Mucha propaganda de “El libro negro del psicoanálisis”, revistas comparando a Freud con Osho, como si Osho fuera un terapeuta, un médico, un neurólogo... no, es un tipo que tiene una filosofía de vida que puede ser agradable o desagradable, buena o mala, pero no es terapeuta.
–Sintió agredida su pasión.
–Sí, muchas críticas en las revistas semanales acerca de la muerte de Freud, hablando de los psicoanalistas como si fuésemos una especie de dinosaurios escondidos detrás de un diván en algún rincón oculto de Villa Freud. La verdad, que me dolió mucho eso.
–¿Leyó “El libro negro del psicoanálisis”?
–No, no, por eso no lo critico. Pero hojeé algunas páginas y esas pocas cosas que leí me sirvieron para darme cuenta de que no tiene fundamentos. El psicoanálisis tiene muchas cosas para criticarle, pero para eso hay que tomarse el trabajo de estudiarlo. Entonces ahí sí se puede decir algo.
–¿Cuáles cree que son los puntos débiles del psicoanálisis?
–Cada analista en su práctica clínica privada intenta encontrar algo o hace alguna innovación. El apellido de mi viejo analista era Fulqui. Yo le estaba comentando algo y le dije “Usted, que es lacaniano como yo...”, y entonces me dijo: “No, no, espere, yo era lacaniano como usted cuando era estúpido como usted; ahora soy fulquiano. Y usted va a ser un estúpido hasta que sea roloniano”.
–¿Qué entendió que le quiso decir su analista?
–Creo que no hay que tomar la teoría como algo religioso. A aquellas cosas de la teoría que no terminan de cerrarme trato de encontrarles, en mi clínica, una respuesta propia, que a mí me sirva. Es una herramienta y cada uno la va acomodando como mejor puede. En función de estas críticas veía que la gente no iba a análisis, iba a terapia.
–¿Es un ambiente demasiado conservador?
(Suspira) –Digo que hay analistas que son casi religiosos, que toman al psicoanálisis como si fuera un dogma del cual es imposible modificar nada. Me parece que ahí corremos un riesgo, como pasa con las religiones fundamentalistas; las que no se pueden aggiornar se tornan violentas y se quedan lejos de la gente. Creo que es necesaria una cierta posibilidad de reforma en la actitud de algunos analistas, por lo menos acá, en Buenos Aires, en el 2008, con las características socioculturales actuales, donde me presentan a alguien y le doy un beso. Por ahí viene un chico de 24 años a analizarse y no lo trato de usted, ¿qué pasa? Nada. No tiembla Freud en su tumba.
–Podríamos decir que usted busca romper con el estereotipo del analista.
–Sí, y también quiero transmitir que la teoría psicoanalítica sigue ayudando a la gente en los días que corren. Es mentira que estamos muertos y que la gente se cura leyendo a Osho y no viniendo a análisis. Al que le gusta, está muy bien que lea a Osho; yo pido permiso para no leerlo.
–Pero ¿el psicoanálisis es bueno para todos?
–No. Creo que acercar a la gente con algo que tiene que ver con la salud es bueno. Si podés solo con tu vida, si no estás angustiado, ¿para qué vas a ir? Pero si te pasa algo, si estás mal, pedí ayuda; para eso estamos.
–¿Cuáles son los principales problemas con los que llega la gente?
–Básicamente los dos problemas que tienen todos: el sexo y la muerte; con sus variantes, claro.
EL ELEGIDO
Gabriel Rolón (Buenos Aires, 1961) es licenciado en Psicología, egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA), especializado en Psicoanálisis. Desde hace más de una década está en los medios. Comenzó a ser conocido públicamente por su labor en el programa “La venganza será terrible”, conducido por Alejandro Dolina, y por su participación en “Todos al diván”, con Roberto Pettinato y Karina Mazzocco. Muchos colegas lo critican por ser mediático. “Si escuchara todo lo que dicen no habría hecho nada”, responde. Actualmente está en Rock & Pop junto con la “Negra” Elizabeth Vernaci y recientemente dejó el programa que hacía con Dolina en Radio 10. “Historias de diván”, su primer libro, superó la séptima edición y está entre los más vendidos del rubro no ficción. En su intención de reivindicar el psicoanálisis, dice: “Hay que adaptar las cosas a la realidad de cada momento, porque no es lo mismo analizar un paciente acá que hacerlo en Viena, como hacía Freud. Aunque los problemas siempre pasen por la sexualidad y la muerte, hay cuestiones culturales, económicas y sociales que hacen que se manifiesten de modo diferente”.