| Domingo 09 de Diciembre de 2007 | | | | | | | | | | | TENDENCIAS POLÍTICAS (NOTA II) | | La Argentina populista | | | | Tanto el yrigoyenismo como el peronismo conjugaron en su momento un conjunto de demandas políticas insatisfechas. En el radical se destacó la inspiración en el krausismo; en Perón, la idea de “comunidad organizada”. La ambigüedad discursiva llevó a menudo a la hipervaloración de los liderazgos. | | | | Dos movimientos políticos argentinos presentan los rasgos inequívocos del populismo. Tanto el yrigoyenismo como el peronismo conjugaron en el momento de su nacimiento un conjunto de demandas democráticas insatisfechas. La estructuración interna del “pueblo”, enfrentado al “régimen” o a la “oligarquía”, la consiguieron a través de la implantación de un fuerte liderazgo. Y en ambos movimientos prevalece una ambigüedad en la presentación de un programa político dirigido a galvanizar un conjunto heterogéneo de clases y sectores sociales. En primer lugar, cabe detenerse en el discurso político. Hipólito Yrigoyen utilizaba un lenguaje oscuro, barroco, en ocasiones esotérico, difícil de desentrañar. Según Vicente Massot (“Las ideas de esos hombres”, Ed. Sudamericana), “la confusa prosa del caudillo radical les debe mucho a los krausistas hispánicos, una de cuyas singularidades consistía en hacer de lado el idioma castellano para expresarse en una suerte de lengua distinta y estrafalaria en la cual las palabras, el estilo y la construcción se resentían por su oscuridad”. Carlos Cristian Krause (1781-1832) fue un filósofo alemán que tuvo enorme acogida en España entre los intelectuales que fundaron el Instituto Libre de Enseñanza. Continuador de la corriente de filosofía que de Kant lleva a Hegel, apenas tuvo éxito en Alemania, debido a lo abstruso de su prosa y a las construcciones complicadas de su sistema. No obstante, el krausismo se convirtió en un movimiento que alcanzó gran importancia intelectual y política en la península ibérica y desde allí influyó en el caudillo radical, que se sintió enormemente cautivado por una filosofía de elevada inspiración ética y acendrado idealismo. Perón fue un político intelectualmente más formado, que escribió numerosas obras sobre conducción política inspiradas en las nociones recibidas en su etapa de formación militar. Reivindicaba la tercera posición como punto equidistante entre el “imperialismo norteamericano” y el comunismo soviético y entendía la justicia social como el reparto equitativo de la riqueza en el marco de un modelo capitalista. Pero fue refractario a dejarse encasillar ideológicamente. Asumía su rol de “Padre Eterno” para lograr el entendimiento entre los distintos “bandos” de su movimiento. Acariciaba los oídos de sus más jóvenes adherentes lanzando loas al Che Guevara, a quien consideraba “uno de los nuestros, tal vez el mejor”. Pero con el mismo entusiasmo confesaba a algún seguidor de José Antonio Primo de Rivera que “justicialismo y falangismo son la misma cosa separada sólo por el espacio”. Ambos movimientos se identificaron con la Patria. En marzo de 1916 el Comité Nacional del radicalismo lanzó un manifiesto en el que se afirmaba que “la Unión Cívica Radical es la nación misma bregando desde hace veinticinco años por liberarse de gobiernos usurpadores y regresivos”. Frente al “régimen falaz y descreído”, suma de la corrupción, la inmoralidad y el fraude, oponía “la causa” que representaba el bien por antonomasia, dispuesta a romperse pero jamás doblegarse moralmente. En Perón predominó la idea de alcanzar una “comunidad organizada”. Al privilegiar el factor organizativo a expensas del pluralismo democrático, identificó su movimiento con el “pueblo” frente a los que consideraba simples “vendepatrias”. Su movimiento se confundió entonces con la nación misma y la oposición sólo podían ser traidores a tan elevados ideales. De modo que en alguna ocasión no tuvo reparos en ofrecer unos “metros de piola a cada descamisado” para colgarlos. La ambigüedad en los discursos políticos tuvo como contrapunto la elevada hipervaloración de los liderazgos. Tanto Yrigoyen como Perón se convirtieron en figuras carismáticas, queridas apasionadamente por sus seguidores y, por consiguiente, ferozmente odiadas por sus detractores. Los peronistas manifestaban estar dispuestos a “dar la vida” por Perón y los seguidores de Yrigoyen, a hacerlo por “la causa”. Esa extremada mitificación de los liderazgos, por otra parte tan habitual en las religiones laicas del siglo XX, constituía el cemento que unificaba movimientos tan heterogéneos. Existen otros y notables paralelismos entre el populismo yrigoyenista y el populismo peronista: ambos movimientos dieron lugar a sendas formaciones partidarias (Unión Cívica Radical y Partido Justicialista) que sobrevivieron largamente a sus creadores; ambos partidos políticos afrontan actualmente una crisis terminal, consecuencia de la dificultad de situarse en un espacio ideológicamente estable que conforme a las alas conservadoras y socialdemócratas que subyacen en su seno. La importancia que ambos movimientos han tenido en la historia argentina los deja a salvo de toda condena, como la que habitualmente viene asociada a la voz “populismo”. Ambos movimientos han sido poderosos vectores de sectores sociales que estaban marginados política y socialmente: el yrigoyenismo de la clase media y el peronismo, de la clase obrera. La exacerbada presencia de liderazgos providenciales, la ambigüedad de sus discursos o la abusiva identificación con la nación o la patria no han sido más que recursos tácticos dirigidos a la obtención de suficiente masa crítica que pudiera vencer la resistencia al cambio político y social que oponían los sectores tradicionales que detentaban el poder. Por consiguiente, carece de pregnancia una visión reduccionista que actualmente asimila el populismo a un simple fenómeno de demagogia. La experiencia histórica argentina prueba la enorme densidad y complejidad de esas experiencias, y frente a la complejidad hay que huir de las simplificaciones binarias que optan por el blanco o el negro. No hay intervención política que no contenga una cierta dosis de populismo, y no hay populismo que no tenga el atractivo sabor de lo políticamente transgresor. | | | | ALEARDO F. LARÍA Especial para “Río Negro” | | | | | | | | | | | | | | | |