En el lenguaje coloquial, e inclusive en el periodístico, la voz "populismo" se utiliza habitualmente como sinónimo de "demagogia". Calificar a un líder político de populista es atribuirle rasgos propios del encantador de serpientes. Expresa la capacidad para lisonjear a un público ávido de "justicia", "amor a la patria" o cualquier otra mercancía política de uso múltiple. Sin embargo, algunos investigadores sociales opinan que, lejos de ser un rasgo de inmadurez propio de sociedades atrasadas, el populismo constituye más bien una dimensión constante de la acción política y está presente, en mayor o menor grado, en todos los discursos políticos.
La investigación más profunda y reciente sobre el fenómeno del populismo corresponde a Ernesto Laclau, un argentino radicado desde hace más de treinta años en el Reino Unido, discípulo de Jorge Abelardo Ramos y profesor de la Universidad de Essex, donde ocupa la cátedra de Teoría Política. Autor de "La razón populista" (FCE), ha escrito también juntamente con Chantal Mouffe "Hegemonía y estrategia socialista" (FCE), un ensayo considerado la piedra basal del posmarxismo, una línea de filosofía política que reniega del determinismo económico de Marx y su teoría de la lucha de clases.
La tesis central de Laclau es que el populismo, lejos de ser una tosca operación de manipulación política e ideológica, es una estrategia dotada de sentido para afrontar determinadas coyunturas históricas. Tiene una racionalidad propia y es simplemente un modo de construcción de lo político. De allí que, más que un fenómeno delimitable y reducido a ciertos espacios geográficos, sea una lógica política que puede atravesar una enorme variedad de fenómenos.
Se atribuyen al populismo dos rasgos característicos: la extrema vaguedad del discurso político y la reducción de la compleja variedad del espacio político a una polarización que simplifica burdamente esa realidad. Por ejemplo, la dicotomía "pueblo-oligarquía", tan utilizada por el peronismo, entraña una simplificación casi caricaturesca del complejo entramado político y social argentino. La pregunta que se formula Laclau es si esta lógica de la simplificación y de la imprecisión no es la condición misma de todo discurso político. Sólo en un mundo ideal, alejado de la política, las imprecisiones y simplificaciones habrían desaparecido. Por consiguiente, el rasgo distintivo del populismo consistiría simplemente en el mayor énfasis puesto en una lógica política que es ingrediente habitual de todos los discursos políticos.
Lo mismo puede decirse en relación con el uso exacerbado de la retórica, característico del discurso populista. Sin embargo, no existe ninguna estructura conceptual que no encuentre su cohesión interna sin apelar a los recursos retóricos. Toda creación de un nuevo espacio político conlleva una lógica de simplificación y de imprecisión, que es el cemento que permite la unidad de elementos heterogéneos.
En el origen del populismo existe siempre un conjunto de demandas sociales insatisfechas que chocan con la presencia de un poder insensible a ellas. Esto lleva a la división del escenario social en dos campos enfrentados: "el régimen", "la oligarquía", "los grupos dominantes", por un lado, y el "pueblo", la "nación", por el otro. Como señala Laclau, si se toma un conjunto de injusticias sociales y se atribuye su causa a la "oligarquía", se consiguen dos efectos: por un lado, encontrar la identidad común de un conjunto de reclamos sociales dispersos; por el otro, eludir dar una definición positiva que provoque la dispersión de las propias fuerzas.
A las demandas democráticas les sucede como a los puercoespines de Schopenhauer: si están demasiado alejados sienten frío, pero si se acercan en extremo se lastiman con sus púas.
La única manera de condensarlas es a través del uso de unos significantes privilegiados, que las dotan de una unidad aparente, más afectiva que real. El uso de las metáforas permite eludir la dificultad que entraña hacer homogéneas demandas diferentes y en ocasiones contradictorias. Esas demandas cristalizan en un precipitado cuyo resultado es el "pueblo" del populismo. Lo que era simplemente una conexión de demandas insatisfechas, alcanza y adquiere una consistencia propia, que se coloca luego por encima de esas demandas particulares.
De allí que el populismo no sea una ideología que resulte comparable a otros tipos, como el liberalismo o el socialismo. Es más bien una estrategia de construcción política que puede estar presente en movimientos de signo ideológico muy diferente. Cuando el Partido Comunista Francés se disolvió en las formas políticamente más aceptables de la socialdemocracia, muchos de sus adherentes, obreros y trabajadores que se consideraban socialmente oprimidos, se pasaron al Frente Nacional de Le Pen, al que apreciaban como un partido más "antisistema".
En América Latina los movimientos populistas fueron una respuesta frente a un sistema electoral controlado por las oligarquías terratenientes locales.
El desarrollo económico de principios del siglo XX provocó una rápida urbanización y la expansión de las clases medias y bajas, que comenzaron a demandar políticas sociales y una mayor participación política. Así surgió un escenario característico del populismo: la acumulación de demandas insatisfechas que conseguían condensarse alrededor del nombre de líderes populares, como Yrigoyen o Perón.
Pero la construcción de una coalición heterogénea puede también fracasar en su desarrollo diacrónico. Mientras Perón estaba en el exilio podía alentar al conjunto de los grupos peronistas que, desde distintas corrientes ideológicas, reivindicaban su retorno. Pero, una vez en la Argentina, tuvo que tomar decisiones y optar entre distintas posibilidades. Los jóvenes que lo consideraban el líder de una coalición antiimperialista que daría pasos firmes hacia una Argentina socialista se sintieron rápidamente defraudados. La muerte de Perón precipitó el feroz enfrentamiento entre los grupos peronistas ideológicamente enfrentados y actualmente el peronismo sobrevive como un espacio vacío de contenido político, unido simplemente por una retórica de la nostalgia.
La importancia de la investigación de Laclau es que nos permite entender la lógica interna de los movimientos populistas actuales, como el que encabeza Hugo Chávez en Venezuela. Los observadores de sesgo ideológico conservador ponen el acento en los elementos retóricos, en la estrategia de confrontación y el desprecio por las formas democráticas que tiene el chavismo. Los observadores de izquierda, por el contrario, visualizan a Chávez como el líder que condensa la demanda de vastos sectores social y políticamente tradicionalmente excluidos de Venezuela. Ambas visiones son correctas pero iluminan sólo un aspecto de una realidad compleja. Esto es inevitable. Como decía Nietzsche, interpretamos el mundo a través de nuestros deseos.
(Sigue en el próximo número: "La Argentina populista")
ALEARDO F. LARÍA
Especial para "Río Negro"