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Domingo 02 de Diciembre de 2007
 
 
 
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En los últimos tiempos, quienes se acercan como estudiosos e investigadores a escuchar los testimonios de aquellos que protagonizaron los llamados saqueos de fines del 2001 señalan, no sin cierto asombro, el tono predominante de añoranza, el contenido de sus evocaciones.

Estas personas, que aparecieron en los noticieros de todo el mundo, comentan que ese fin de año quedará en su recuerdo por mucho tiempo como el momento en que les fue dado vivir situaciones inéditas en sus vidas: "Haber probado un vino caro", "Poder comer un queso raro", "Que saliera humo de todas las parrillas porque había carne para todos...". Siendo sujetos seguramente muchas veces acuciados por el hambre, no era la respuesta a un problema de autoconservación lo que sus palabras subrayaban. No.

Tampoco, aunque pudieran tenerlo en sus añoranzas, era el cumplimiento de un ideal lo que hacía remarcables aquellos momentos del saqueo.

De otra satisfacción se trataba: por una vez habían sido consumidores, ese hecho cuyos mecanismos tan finamente el publicista sabe inteligir. Poseer lo que otros poseen, tener lo que nunca se había tenido, acceder a lo raro, a lo único, a lo distinto.

El tema del consumo es una preocupación del psicoanálisis en estos tiempos.

Por la vía del exceso las adicciones en sus diversas presentaciones o del rechazo la anoréxica que nada consume, el tema se impone a su escucha como una de las formas actuales del malestar en la cultura.

En la clínica, el analista escucha a sujetos que han hecho del consumo una respuesta, un remedio para todo: "Quiero relajarme, me fumo un porro", "Quiero divertirme, me fumo un porro", "Quiero estar más lúcido, me fumo un porro", "Quiero tener mejores relaciones sexuales, me fumo un porro". Respuesta única que a poco de andar, caducado el efecto, muestra en algunos su cara trágica: se requiere más; otra dosis, y otra y otra.

En el otro extremo, sosteniendo férreamente su negativa a consumir alimentos pero también y sobre todo a consumir un modelo de consumo, la anoréxica exhibe su respuesta impugnatoria: al decir de Jacques Lacan, consumidora de nada que se consume frente a los ojos aterrados e impotentes de su entorno.

En un tiempo de vacío, de caída, tanto de la promesa religiosa como de los grandes relatos de la modernidad, del progreso y del marxismo, el oscuro dios del mercado ha tomado el relevo como actual promesa de felicidad.

La clínica psicoanalítica muestra los efectos dramáticos del fracaso de esa promesa: los relatos de los protagonistas de los saqueos del 2001, el porqué de su seguro aunque momentáneo éxito, y la experiencia humana, como aquello que eternamente se despliega entre el instante de la satisfacción siempre efímera y la añoranza retenida en el relato una y mil veces repetido de aquel momento.

 

SILVIA TREVISAN DE SZERMAN (*)

(*) Psicoanalista. Profesora de Teoría Psicoanalítica en la Universidad del Comahue

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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