Los precios locales de carnes, naftas, leche y cereales están sujetos a las tensiones de los valores internacionales. Todos ellos hoy son noticia porque se han disparado en el mundo y porque han sido retenidos artificialmente fronteras adentro. El atendible razonamiento que esgrimía el gobierno hace unos meses para impedir el contagio externo era que si los argentinos ganan en pesos tienen que pagar en pesos en el mercado interno y de acuerdo con su propio poder adquisitivo.
Sin embargo, como no hubo ninguna coherencia a la hora de encontrar una mecánica que permitiera atender todos los frentes a la vez y coordinar esa necesidad política con la de conseguir divisas de exportación uno de los pilares del modelo sin inhibir el consumo local otro de los caballitos de batalla de la gestión Kirchner las cosas se fueron poniendo cada vez más difíciles. Entonces, enredado en su laberinto y para disimular la dificultad de compatibilizar los objetivos, el gobierno prefirió transitar por intrincados mecanismos dirigistas de controles de precios, de fondos compensadores o aun del alevoso maquillaje del INDEC, todo ello aderezado por el establecimiento de retenciones, un mecanismo ultraprobado para conseguir recursos fiscales, dineros que además no se coparticipan con las provincias.
No obstante, da la impresión de que el verdadero fondo de la cuestión es que no se trata de un pro
blema técnico que podría resolver mejor o peor el próximo ministro de Economía, sino de una cuestión ideológica que está en la raíz del modelo.
Por eso, aquel discurso del mercado interno en pesos fue perdiendo vigencia y se cambió por otro muy diferente, casi de barricada. Cuando desde las usinas gubernamentales hoy se habla de frenar precios se describe la situación casi con espíritu deportivo de lucha del bien contra el mal y se dice que eso es necesario para recortarles ganancias a las empresas, para que no "se la lleven con pala, como en los '90", para "obligarlas" a invertir o para que el Estado se "apropie" de la renta que generan esos precios extraordinarios.
Guillermo Moreno, a quien le debe encantar que le digan "ignorante" porque eso le permite mostrar que hace buena letra frente a quien lo ha mandado a hacer su tan oscuro trabajo, está en esa línea.
Lo cierto es que la Argentina no tiene mucho más margen para espantar inversiones, sino que es obvio que las necesita para ampliar la oferta y moderar los precios. El tiro por elevación que acaba de hacerle a la Argentina el mandamás de Repsol-YPF, Antonio Brufau, ha sido más que elocuente, para dejar al desnudo la evidente debilidad que se ha sabido conseguir.
Ante la realidad, que al final siempre se impone, el discurso de la presidenta electa parece abrir ahora una nueva etapa y la designación de Martín Lousteau parece ir en la misma línea. El nuevo ministro sabe que para conseguir el éxito en materia de inversiones deberá hacerse cargo de administrar un modelo económico lleno de inconsistencias que, además, condiciona la esencia del capitalismo, como es la generación de riqueza. Y no es poco para comenzar que intenten doblarle el brazo, aun antes de asumir.
HUGO GRIMALDI
DyN