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Domingo 11 de Noviembre de 2007
 
 
 
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  A 10 AÑOS DEL TRIPLE CRIMEN
  “Jamás imaginamos nuestra vida diez años atrás”
La existencia de la familia de Susana Guareschi y Ulises González está marcada por la tragedia. Perdieron a cuatro de sus cinco hijos, dos en uno de los crímenes más brutales. Luchan para reconciliarse con la vida, pero los recuerdos y el dolor siguen marcando a fuego cada día.
 
 

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 Susana Guareschi y Ulises González la vida les quitó mucho. Demasiado. De los cinco hijos que tuvieron, cuatro ya no están con ellos. El primer golpe fue María Eugenia. Era un embarazo totalmente normal hasta que dos días antes de nacer surgieron algunas complicaciones... y la primera ilusión se derrumbó. Después la leucemia les quitó a Diego, su segundo hijo, cuando tenía apenas seis años. Y en 1997 la bestialidad los despojó de María Emilia (24) y Paula Micaela (17). Fue la pérdida más brutal, desgarradora.
A diez años del crimen de las chicas, el dolor de los padres sigue siendo inmenso. Intenso. En estos días los recuerdos del 9, 10 y 11 de noviembre brotan a cada instante, golpean, angustian: la salida de María y Paula junto a su amiga Verónica Villar, la desesperante búsqueda, el espanto del hallazgo dos días después. No olvidan. Es imposible hacerlo, aunque de a poco intentan volver a empezar, por ellos y por el resto de la familia que queda: su hijo Guido (36) y su nieta Agustina (12).
Susana (S): –En estos días uno está mal, siempre. A mí se me presenta todo como si fuera una película, cada momento... antes de que salieran a caminar, después… lo recuerdo perfectamente.
Ulises (U): –Sí, pese a que han pasado diez años. Uno a veces piensa que está viviendo una pesadilla; son diez años casi increíbles. No los planifica nadie, nuestro plan de vida era muy diferente a esto.
–¿Cuáles eran sus proyectos?
U: –Pensábamos irnos a El Bolsón con María. Paula iba a estudiar una carrera universitaria, posiblemente en Buenos Aires. María Emilia, como se iba a recibir de maestra jardinera, quería ejercer allá.
S: –Quería poner una FM en nuestra casa, porque está alta, en la montaña. Había hecho radio en Fernández Oro. Tenía una voz muy linda, muy agradable. Era desenvuelta también, no tenía vergüenza.
U: –Diferente de Paula, que era más bien tímida. No le gustaba mucho el ruido. A veces pensamos en cómo hemos aguantado este tiempo; no sólo con el dolor sino también con la bronca, estos cambios tan bruscos que tuvimos.
–Pero a pesar del gran dolor siempre se los vio con mucho aplomo.
S: –Yo no soy de expresar. No me gusta hacer bandera de mi dolor.
U: –Uno querría encontrarle explicación a todo esto pero ¿qué explicación tiene?. Yo pienso a veces que la fuerza viene posiblemente de las chicas, porque bajoneados hemos estado muchas veces. Muchas veces no sabemos qué hacer. Creo que por algo ellas nos están dando las fuerzas para seguir en esto.
–¿Por eso también la lucha junto a otros familiares del dolor?
U: –Sí. Si me hubieras preguntado hace diez años atrás “¿Vas a hacer esto?”, lo que menos puedo hacer es imaginármelo. Hemos hecho una vida que no pensábamos que íbamos a hacer. Hago un balance de todos los viajes... La Rioja, Comodoro Rivadavia, Chascomús, Mendoza, Capital Federal, por todos lados. Viajes que nunca tuve proyectado hacer. Nunca me llamó la atención ir a Comodoro Rivadavia y un día fui a una marcha.
–Se han convertido en referentes de otros familiares.
U: –Yo estoy en esta lucha tratando de ayudar en lo que puedo a otros casos. Hay gente que está muy esperanzada en uno, y eso te da miedo.
–¿Por qué?
U: –Porque es muy poco, en definitiva, lo que uno puede ayudar. En algunos casos les he abierto los ojos al decirles que tienen tales derechos, que pueden ir a hablar con el juez, con el fiscal, que pueden ser querellantes, que no todos los abogados son tan caros. Lo que pasa es que esa gente por ahí se aferra mucho a uno, espera una mano.
–¿Qué se reprochan en estos diez años?
S: –Haber creído.
–¿En quién?
S: –En todos, en la Justicia, en las instituciones, en todos. El error es haber creído, no haber desconfiado y haber tomado otros recaudos.
U: –Hasta esa fecha, un juez era un juez, era su señoría. La policía era la Policía, con mayúsculas. Uno vivía acá y pensaba que estaba custodiado... y después los mismos policías contaban las malandradas que hacían.
–¿Se sintieron usados?
S: –Sí, venían y decían “Dígale esto, Ulises”, “Diga lo otro”...
–¿Quiénes?
U: –Muchos, incluso políticos. Algunas veces nos querían sólo para la foto. Y esto, desde el nivel local hasta el provincial.
–También se les acercaban supuestos investigadores que decían tener datos…
U: –Hubo gente que hasta me pasó una lista de precios para matar a fulano de tal.
–¿Estaba dispuesto a eso?
U: –No. Yo no lo había pedido tampoco. Era todo muy confuso.
–¿De qué era la lista?
U: –Policías, abogados… me acuerdo de que el más caro costaba 7.000 pesos.
–¿De qué ya no quieren hablar?
U: –Qué sé yo... cuando te preguntan de la policía, sobre el juez. Ya hablamos tantas veces que todo el mundo lo sabe. Es como repetir algo que está más que trillado. O cuando nos preguntan cómo nos sentimos. Y... bien no nos sentimos. Uno sigue viviendo, pero después de que pasó esto yo más de tres o cuatro horas no duermo.
–Invaden los recuerdos...
U: –Sí, me despierto a las tres o cuatro de la mañana, quiero cambiar esto. Me levanto, tomo agua y la siento a ella (Susana) que se da vuelta. A veces no hago más que esperar a que llegue el diario para levantarme.
–Peor en estos días…
U: –No sé cómo pensará la familia Villar, pero nosotros esperamos que esto pase, que sea el lunes (mañana), que los actos se hagan. Que pasen esos días, porque es constante... entrevistas, llamados. Por más que uno ponga a veces voluntad, hay cosas que no querría contar. Hay cosas que emocionan, las imágenes del día del hallazgo, cuando llego a los olivillos, que aparece un policía y casi lo tiré, que aparece (el subcomisario) Seguel, que me contiene y me dice “No la hagamos más difícil, las chicas están muertas”... esas imágenes están grabadas a fuego. Después hay cosas que se tornan bastante difusas. Recuerdo que cuando se hizo el sepelio de las chicas había bastante gente, pero no me acuerdo de si la noche anterior dormí, qué pasó la otra noche. No sé.
–En este último año da la sensación de que, pese al dolor, han intentado dar vuelta la página para comenzar un nuevo capítulo en sus vidas.
S: –Es que hay que seguir... a mí me cansa esto de estar siempre con lo mismo; no adelantamos nada.
U: –Uno está tratando. En el caso mío, los años están encima. No sé cuánto más. Ya vas notando muchas cosas. A mí ya me cansan las reuniones, me cansa salir. Ahora me cuesta mucho.
–¿Es por eso que esta vez no habrá mega-marcha ni mega-acto como otros aniversarios?
U: –Sí. Porque llegaba esta fecha y se presentaban enfrentamientos también con la otra familia. No queremos eso.
S: –Es que todos son nervios, reproches.
–¿Se cargaban más de lo que significaba una fecha así?
U: –Sí.
S: –Este año ha sido tranquilo, pero otros todo estaba mal. Culpas a uno, culpas a otro...
U: –Sobre todo después de que nos separamos las familias. Parecía que estábamos haciéndonos la contra. Nosotros siempre hicimos el acto porque una vez ellos (los Villar) dijeron “No vamos más a las marchas”. Y seguimos solos.
–¿Se cortó el diálogo entre ustedes?
U: –No. Si nos encontramos, nos saludamos.
–Por primera vez después del crimen este año festejó su cumpleaños, Ulises. ¿Por qué?
U: –No me gustaban esas cosas. Empezó el año pasado en una charla con la familia en San Martín de los Andes y después ya me hice el compromiso con el grupo de amigos y así empezaron los preparativos. Eran los 70.
–¿Es como empezar a reconciliarse un poco con la vida?
U: –Y sí, esas cosas durante muchos años no las hacía. No íbamos a bailar, menos hacer una fiesta. Pero bueno, después uno ya empieza a soltarse un poco. Es hasta una especie de desahogo, porque la vida sigue; hay que seguirla por uno y por el resto de la familia que queda.
S: –Yo no estoy reconciliada con la vida. A veces me pongo a pensar en lo que ha sido mi vida, con cuatro hijos muertos...
Susana se emociona. No puede seguir hablando.
Justo en ese momento ingresa en el living Agustina, la hija de María Emilia, que vive con ellos. Trae en sus manos un marcador que no anda y les hace señas para que le presten atención. El eje cambia. Las caras cambian. La grabación se interrumpe y Agus empieza a hacer comentarios que arrancan sonrisas.
Agarra a su abuelo del cuello, a “Uli”, como suele decirle, y le estampa un beso en la cabeza. Ulises trae después fotos de las chicas para publicar “alguna distinta”.
–Ésta es Paula –dice mientras sostiene una del montón.
–No, abuelo, ésa es mi mamá –le aclara Agus.
Entonces comparten anécdotas, recuerdos de otros tiempos que despertaron alegría.

Un caso que estremeció a la región

Poco después de las 19 del 9 de noviembre de 1997, María Emilia, Paula y Verónica se subieron al Renault 9 que tenía Ulises González y fueron rumbo al barrio Magister para salir a caminar. Nunca más volvieron.
Sus cuerpos fueron encontrados dos días después, a unos 800 metros de donde habían dejado el vehículo.
Estaban semienterrados debajo de unos tupidos arbustos conocidos como olivillos. Las hermanas González tenían disparos en la cabeza. Verónica Villar, una herida cortante en el cuello.
A principios del 2001, la Cámara Segunda del Crimen de Roca condenó a Claudio Kielmasz y a Guillermo González Pino por el secuestro agravado de las jóvenes; al primero, a la pena de prisión perpetua y al segundo, a 18 años de cárcel. Pero en diciembre del 2002 el STJ anuló la condena contra González Pino y sólo confirmó la de Kielmasz, quien aún está tras las rejas.

“Ojalá pudiera agarrarlo del cogote”

–Días después del crimen, Claudio Kielmasz apareció en su casa como un supuesto testigo que sabía dónde estaba el arma homicida. Lloró y ustedes lo consolaron. ¿Qué piensan hoy de eso?
Ulises (U): –Que ojalá lo hubiera tenido de vuelta para agarrarlo del cogote y que dijera la verdad.
Susana (S): –Pienso en cómo manejó a jueces y demás, cómo se dejaron manejar por el tipo.
U: –El tipo manejó la causa mucho tiempo. Yo le tengo una bronca, si lo agarrara... Cuando se hizo el juicio por el caso de Yanet Opazo (Kielmasz declaró como testigo a pesar de que estuvo procesado como autor de ese homicidio y tentativa de homicidio), me fui con unos botocos grandes. El que se dio un poco cuenta fue el fiscal Fernández Jahde. Un policía también me miró. Yo calculé: “De aquí a que reaccionen, por lo menos le doy un patadón...”. Ésa fue mi intención.
–¿Qué lo frenó?
U: –Qué sé yo... no sabría. Fui con esa intención porque me puse los botocos. Tal vez fue que Fernández Jahde algo se dio cuenta y me dijo algo así como “No vaya a hacer una macana, Ulises”. Tampoco hubiera ganado mucho con darle un patadón.
–¿Nunca más tuvo contacto con él?
U: –No.

 

   
Elizabeth Hoischen
betty@rionegro.com.ar
   
 
 
 
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