| Mario Paganetti intuyó que el cura Federico Christian von Wernich trataría de eludir el contacto. Entonces, con reflejos de felino acumulados en años de reportero gráfico, se tiró sobre el capó del auto con la Nikon disparando en cadencia de ametralladora sobre el rostro que se veía por el parabrisas. Y el cura frenó. Bajó. Cero de enojo. Muy por el contrario: sonriendo se acomodó rápido a la situación. Estilo. Alto, delgado. Buena planta. –Un tipo seguro, imagen de ganador –recuerda hoy Paganetti. Fue un día del ’84 en que con el periodista Jorge Perrone fueron a Norberto de La Riestra en clave con una decisión de la entonces gravitante revista “Siete Días”. La Argentina vivía al ritmo de la emoción y esperanza que generaba la joven democracia lograda meses antes. Desde la Rosada mandaba el país un cincuentón que se había ganado el afecto de millones de seres vía su estilo directo. Cálido. Firme. Y todo un mundo gestual más sólido que su discurso: Raúl Alfonsín. El país “descubría” los términos en que la dictadura había asesinado, torturado, violado y robado. Y ahí, en relación con ese terror, comenzaba a develarse cuánta sangre tenían las manos del cura Von Wernich, que para el ’84 pasaba por un pastor más en la parroquia de Norberto de La Riestra. Amable con la gente, amor por los perros, suaves palmadas en la testa revoltosa de los pibes... –Nos hizo pasar a la casa donde vivía… tipo country, desniveles. Nos invitó con mate, acariciaba a su perro. Buen conversador… “Saca, saca”, me decía y sacaba y sacaba fotos. Y agrega: “No quiso que grabáramos y esas fotos se convirtieron en testimonio concreto del reportaje. La nota salió días después y luego me llamó la Conadep. Querían saber como se había desarrollado el encuentro –dice hoy Mario Paganetti, hombre de índice derecho de yema gastada por tantos años de darle al disparador. Aquel reportaje fue el único que concedió al menos hasta hoy el cura Von Wernich. En aquel reportaje dijo que en el marco de la represión “tal vez hubo excesos, pero no me constan”. Pero constaban. Y esta semana se convirtió en el primer cura argentino y el segundo en el mundo (el primero fue el sacerdote ruandés Athanase Seromba, condenado por el Tribunal Penal de Ruanda en 1994 a 15 años de prisión) en ser condenado por genocidio. Cadena perpetua. Y recibió la condena con la misma postura. Frío, imperturbable, con la misma seguridad del ’84. Poco antes había comparado su condena con la de Cristo y había dicho que “el testigo falso es el demonio”. El arrepentimiento, muy lejos de su imaginario. |