En términos generales, ¿cómo es posible que América Latina haya pasado de una crisis económica a otra y haya ido y vuelto de gobiernos civiles y militares durante los años ’70, ’80, ’90? La respuesta fácil es que, con algunas excepciones, América Latina no fue capaz de destetarse del populismo económico que en sentido figurado desarmó un continente entero en la competencia con el resto del mundo. Me angustiaba la evidencia de que, a pesar de los malos resultados económicos de las políticas populistas que a su turno fueron implementadas por casi todos los gobiernos de América Latina desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, estos resultados negativos no aguaron el impulso de recurrir al populismo económico”.
• “Defino al populismo como la respuesta de un pueblo empobrecido a una sociedad que le ha fallado, cuya elite económica es percibida como opresora. Bajo el populismo económico, el gobierno acede a los reclamos del pueblo sin tener en cuenta los derechos individuales ni la realidad económica a través de la cual una nación puede alcanzar y sostener el bienestar. En otras palabras, ya sea intencionalmente o no, las consecuencias económicas negativas no son tenidas en cuenta. El populismo es más evidente, como podríamos esperar, en economías con altos niveles de iniquidad. Tal el caso de América Latina”.
• “El populismo económico busca una reformulación, no una revolución. Los profesionales tienen bien en claro las quejas específicas, pero sus prescripciones son vagas. El populismo económico, al contrario que el capitalismo o el socialismo, no trae consigo un análisis formal de las condiciones necesarias para crear riqueza y elevar la calidad de vida. Lejos de ser cerebral, el populismo económico es un gran grito de dolor. Los líderes populistas ofrecen promesas claras para remediar injusticias. La redistribución de la tierra y la persecución de la elite corrupta que supuestamente roba a los más pobres son los remedios más comunes; los líderes prometen tierra, vivienda y alimento para todos. Se pide ‘justicia’ y ésta es por lo general redistributiva”.
• “De todas las formas posibles, por cierto, el populismo económico se opone al capitalismo de libre mercado. Pero este concepto es realmente erróneo y se basa en una comprensión distorsionada de qué es el capitalismo. (...) Los populistas económicos tendrían más posibilidades de alcanzar sus metas con más capitalismo, no con menos”.
• “La mejor evidencia de que el populismo es esencialmente una respuesta emocional y no está basada en ideas es que el populismo no parece desvanecerse siquiera frente a sus reiterados fracasos. Brasil, Argentina, Chile y Perú han tenido múltiples fracasos de las políticas populistas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y sin embargo líderes de la nueva generación parecen no haber aprendido de su historia y siguen recurriendo a las simplistas soluciones”.
• “El populismo económico siempre imagina un mundo más sencillo, en donde un marco teórico parece una distracción ante las necesidades más evidentes y urgentes. Sus principios son sencillos: si hay desocupados, es el gobierno quien debe contratarlos. Si hay poca liquidez de dinero, y por lo tanto las tasas de interés son elevadas, es el gobierno quien debe poner un techo a las tasas o bien imprimir más billetes. Si la importación amenaza las fuentes de trabajo, entonces hay que dejar de importar. ¿Por qué estas respuestas son menos razonables que suponer que para poner en marcha un auto es preciso accionar una llave?”.
• “Los líderes populistas deben ser carismáticos y exhibir un aura de poder, aun cuando pueda ser considerado autoritario. Muchos de esos líderes –quizá la mayoría– provienen del ámbito militar. Por cierto, ninguno de ellos sostiene efectivamente la superioridad conceptual del populismo sobre el libre mercado. No asumen el formalismo intelectual de Marx. Su mensaje económico es pura retórica condimentada con palabras como “explotación”, “justicia” y “reforma agraria”. No eligen palabras como “producto bruto interno” o “productividad”.
(*) Este material fue publicado por el diario “Perfil” en su edición del 23 de diciembre. La traducción de este tramo del libro editado en inglés por “The Penguin Press” es de Daniela Gutiérrez.
Argentina, también
• “¿Es posible que una sociedad con raíces profundamente populistas cambie rápidamente? Los individuos pueden cambiar, y de hecho lo han hecho, pero: ¿es posible imponer a una sociedad construida sobre antagonismos muy profundos las leyes, prácticas y cultura de una economía de mercado? El ‘plan real’ de Brasil sugiere que puede ser posible”.
• “Por otra parte, la experiencia argentina es más discreta. La economía colapsó en el año 2002, luego de una década de convertibilidad monetaria. Cuando el ‘uno a uno’ se derrumbó, produjo una gran desocupación y la caída del nivel de vida. La historia de esa debacle es instructiva, porque pone en evidencia hasta qué punto los políticos deben considerar las reformas cuando sus políticas no tienen apoyo implícito del pueblo, aun cuando sean fundamentales y necesarias. El impulso de una sociedad por satisfacer sus necesidades, por ejemplo, no puede evitarse con un chaleco de fuerza financiero. La sociedad necesita experimentar algún progreso y confiar en sus líderes antes de estar dispuesta a invertir en el largo plazo”.
• “Este cambio cultural puede darse en un período largo de tiempo”.
• “Argentina, en muchos aspectos, tenía antes de la Primera Guerra Mundial una cultura europea. Una sucesión de fracasos de planes económicos y períodos atravesados por la inflación crearon una gran inestabilidad económica. Argentina perdió su lugar en el mapa internacional, especialmente durante el gobierno de Juan Perón. Su cultura fue cambiando gradual pero significativamente. Incluso el primer post peronista de Raúl Alfonsín fracasó en el intento de contener el brote inflacionario y la regulación extrema de la economía estancó cualquier progreso”.