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Domingo 07 de Octubre de 2007
 
 
 
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  ENTREVISTA: RAUL ARLOTTI (POLITOLOGO)
  \"Hay carencia de interés de la política en consultar al mundo intelectual\"
Ha dedicado gran parte de su actividad de investigador a reflexionar sobre la relación entre los intelectuales y la política en la Argentina. Sostiene que en el retiro de éstos está parte de la degradación actual del sistema, debido a la pérdida de ideas innovadoras y de racionalidad.
 
 

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En una oportunidad le preguntaron a Truman Capote si era un intelectual y él respondió: "No sé lo que es un intelectual. Si usted no me lo explica, yo seguiré siendo domador de caimanes en los pantanos de Florida". ¿Podemos ir a una definición sencilla de "intelectual"?

Suelo decir que un intelectual es todo aquel que lee un libro con un lápiz en la mano para marcar esto o aquello y que con esa lectura y ese lápiz trabaja sobre una realidad problematizándola desde determinada perspectiva, pero que, a su vez, formula una fuerte crítica a esa realidad... crítica en el concepto laudatorio del término, o sea, cerciorarme de que la afirmación que doy está fundada en un profundo debate interno que se sustenta en una certeza. Es decir, y siguiendo la definición que König dio en su "Sociología" hace ya varias décadas, cuando se habla de intelectual se requiere, como mínimo, que se esté hablando del "ejercicio de la razón, del esclarecimiento y de la crítica".

¿Ese es el instrumental que tiene mucho de manejo constante de ideas antitéticas que computa Bobbio para definir el rol del intelectual?

Bobbio y otros, claro. Bobbio sostiene que la tarea fundamental del intelectual consiste en agitar ideas, sacar a la luz problemas, elaborar alternativas a esos problemas o, en todo caso, formular teorías generales que enmarquen el problema para reflexionar sobre su naturaleza. Bobbio coloca al intelectual en misión de creador de ideas y por lo tanto destinado a "persuadir o disuadir, animar o desanimar, expresar juicios, dar consejos, hacer propuestas, inducir a las personas a las que se dirige a formarse una opinión de las cosas".

¿Siempre en referencia a la política? ¿Por qué vamos directo a la política cuando pensamos en términos de intelectuales? Usted cita a Bourdieu en aquello de que la política es una de las dimensiones que le permiten al intelectual su existencia.

Porque la política, en tanto espacio de cruce de ideas y lucha por la organización de la sociedad, compete a todo y todos, Raymond Aron...

...muy olvidado hoy. Tiempo atrás, Samuel Huntington recordó la precisión que tuvo Aron en sus definiciones aun sabiendo que era enemigo de formulaciones cerradas. Pero recordó aquella sobre la Guerra Fría: "Paz imposible; guerra improbable"...

Muy olvidado, sí. En un libro impecable "El opio de los intelectuales", Aron sostiene que los intelectuales deben juzgar a sus países y sus instituciones, pero hacerlo "confrontando las realidades actuales con ideas, antes que con otras realidades".

En sus trabajos, Arlotti, o al menos en la compilación publicada por Lajouane, se evidencia una persistente y definida convocatoria a que la política argentina recupere textura intelectual: ideas y nivel en el procesamiento de las ideas. ¿Cómo define el mundo de la decisión política de hoy en la Argentina, en relación con los intelectuales?

Es un desierto. Hay carencia de interés por parte de mucho de la política en consultar al mundo intelectual y nutrirse de ideas provenientes de ese mundo, que la política puede o no aceptar. En esa carencia

está una de las causas de nuestra degradación institucional. La política argentina ha perdido tanta racionalidad, que carece incluso de narrativa. ¡Es tremendo: no tiene narrativa!

¿Narrativa en qué términos? ¿Discurso?

El hablar de la acción política a través de sus actores esenciales: la dirigencia. Es decir: usted puede tener un sistema político bajo crisis puntuales o permanentes originadas en las más variadas causas y nosotros, los argentinos, estamos experimentados en esta materia; pero la crisis no necesariamente implica perder calidad narrativa de lo que se piensa. Sin embargo, aquí sucede eso: desde la política ni siquiera se cuenta bien, incluso desde lo gramatical, lo que pasa en la propia política... ¡no vaya usted a pedirle a la política un manejo correcto de verbos, sujeto, etcétera, porque fracasa! Pero, volviendo a los intelectuales, yo diría que se han ido de la política argentina. Tendrían que volver...

¿En ese "tendrían" está el reconocimiento a un tiempo en que estuvieron de lleno en política? Carlos Altamirano dice que el último presidente con sólida formación y apetencia y decisión de hacer del intelectual un hombre cercano fue Arturo Frondizi.

Sí, es así. Pero la política argentina tiene un pasado muy rico en materia de intelectuales que desde una formidable calidad de pensamiento y juego de ideas influyeron decididamente en el diseño de la sociedad, en la construcción del país, de la nacionalidad; concretamente, Sarmiento, Mitre, Alberdi, Joaquín V. González... e incluso intelectuales que, desde cierta angustia y pesimismo sobre nuestra existencia como país Ezequiel Martínez Estrada y Eduardo Mallea, tenían una concepción de Nación pero no encontraban a la Nación argentina.

¿Se da en ellos dos lo que Karl Popper definía como el "pesimismo positivo que llama a la acción", un pesimismo desgarrante que igualmente ayuda a seguir pensando en la Argentina como posibilidad?

Yo no hablaría de pesimismo. Ellos denuncian la falta de vertebración que tiene el país, denuncian conductas, estilos que se van asentando a modo de culturas que consideran muy negativas. Y, desde esas perspectivas, ambos son propositivos. Mallea tiene cosas bellísimas en esa línea. Si usted me permite, le leo un tramo de su "Historia de una pasión argentina": "Hacia nuestra Argentina, argentinos insomnes; hacia una Argentina difícil, no hacia una Argentina fácil. Hacia un estado de inteligencia, no un estado de grito. Quiero decir con inteligencia la puesta en marcha de una desconfianza en nosotros mismos junto con la confianza; sólo esto es fecundo. Mientras vivamos durmiendo en ciertos vagos bienestares estaremos olvidando un destino. Algo más: la responsabilidad de un destino. Quiero decir con inteligencia la comprensión total de nuestra obligación como hombres, la inserción de esta comprensión viva en el caminar de nuestra nación, la inserción de una moral, de una espiritualidad definida, de una actividad natural". Queda claro: una convocatoria a mirarnos, al hacer.

Sarmiento, Alberdi, Martínez Estrada, Mallea, operan desde el pensamiento crítico. Ya más en términos de nuestra contemporaneidad, ¿hay alguna metodología, algún esquema a seguir en el manejo de la crítica?

Bueno, en mi trabajo la crítica es someter a una prueba de validez una determinada teoría, una afirmación. En sus reflexiones sobre este tema y siempre vinculadas con lo que hace a los intelectuales, Aron habla de tres actitudes: a) crítica técnica: la obligación, por así llamarla, de sugerir los mecanismos, las medidas, que se consideran importantes para atenuar los males denunciados o superarlos y aceptar "las servidumbres de la acción" correspondiente; b) crítica moral: levantar contra el "ser" lo que "debería ser" y c) crítica ideológica o histórica: considerar la sociedad presente en nombre de la sociedad por venir, o sea, por caso, cuestionar, denunciar las injusticias presentes en función del futuro.

Meses atrás murió Arthur Schlessinger, que formó parte del equipo de John Kennedy. En sus memorias cuenta que en plena crisis de los misiles en Cuba, cuando todo indicaba que la guerra nuclear entre EE. UU. y la URSS era cuestión de minutos, Kennedy lo llamó y le dijo: "Ayúdame a pensar sobre lo que pasa sin hablar de lo que pasa". "Entonces hablemos de la racionalidad y no de las pasiones", le dijo. Horas después se llegaba a un acuerdo con Moscú.

Sucede que la calidad de la decisión no está en la crítica sino en la racionalidad que la sustenta. La racionalidad como dominio especulativo de la realidad, la racionalidad como consecución metódica de un fin práctico.

 

EL ELEGIDO

Raúl Arlotti, doctor en Ciencia Política, es profesor en la Universidad de Belgrano y de Teoría del Estado en la Facultad de Derecho de la UBA.

Autor, entre otros trabajos, de "Vocabulario técnico y científico de la política" que en 450 páginas define la naturaleza y el contenido de más de 1.100 voces acuñadas durante siglo en el campo del poder y la política, Arlotti forma parte de ese inmenso lote de intelectuales argentinos ajenos a lo mediático y dedicados de lleno a la cátedra universitaria. Un perfil que, sin embargo, se halla a una distancia singularmente positiva de los desastres que al saber le suele imponer la vulgaridad con que se protagoniza mucho de la lucha política en este país.

Dotado de una inmensa capacidad para el manejo de idiomas con soltura se maneja en cinco lenguas, en la raíz de su formación intelectual hay una fuerte impronta greco-latina, lo cual le otorga una fina interpretación del desarrollo de las ideas a partir de esas cunas culturales. Convencido de que los intelectuales tienen que consagrarse de lleno a favor de la verdad, el humanismo y la libertad, Arlotti considera que el "instrumento de la crítica conocido como válido para incrementar la calidad institucional es la racionalidad".

 

Desafíos

"La arbitrariedad es el freno más potente a la racionalidad y la crítica, es un monstruo fanático que destruye todo a su paso, lleva en sus entrañas los más crudos totalitarismos y despotismos, derriba la justicia y desertifica la existencia individual y colectiva. En la lengua de la política, la arbitrariedad se relaciona directamente con la idea de capricho y de violencia. El poder arbitrario es aquel que se define no sólo como el que no conoce ningún límite, ninguna ley exterior, sino también, y especialmente, como el que se da a sí mismo la liberación de toda atadura y crea sus propias leyes internas. Por otra parte, parece oportuno recordar que la arbitrariedad no se encuentra solamente en los gobiernos despóticos o totalitarismos; es posible hallarla en sistemas constitucionales, cuando éstos o partes de sus administraciones hacen caso omiso a las leyes o las interpretan a su gusto, priorizando la defensa de sus intereses o pasiones momentáneas.

"En este último caso es donde se hace vitalmente necesario que el intelectual actúe como optimizador, como docente, como el que enseña la institucionalidad para avanzar hacia un grado superior en la vida democrática, el que instruye al gobernado en su respeto por el cumplimiento de la ley, y tintura al simple gobernante para que alcance la estatura de gran político, tamaño que sólo consigue cuando logra lo que Ortega y Gasset define como 'tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una Nación'.

"Tal vez uno de los mayores oponentes al intelectual como optimizador del funcionamiento de las instituciones sea el antiintelectualismo presente en algunos sectores de la sociedad; sectores que subrayan la superioridad del saber ingénito, natural, intuitivo y popular y desmerecen el valor del razonamiento de los cultos, como lo señala Coser en 'The fear of positive thinking'. El antiintelectualismo, por lo general, no nace sólo en los grupos de poder o de presión; la mayoría de las veces se solapa detrás de los ideólogos, de los expertos y los técnicos que luchan con alzarse con el poder espiritual de la sociedad. Ellos son, según nos han enseñado Laski y el propio Ortega y Gasset, los sujetos idealmente opuestos al intelectual".

 

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

 

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
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