"¡Quemen a esa perra!", gritaba un remolino de gente en las puertas del tribunal. Adentro, un calvo hombre negro, seguro de sí mismo, era juzgado por violar a la hija de su viejo amigo, de 31 años y portadora del sida. No tardó en ser absuelto después de decir que la mujer quería tener relaciones con él y que sería una deshonra para un zulú no satisfacerla. El sida poco le importaba. Al fin y al cabo, se duchó enseguida con agua y jabón.

Ese hombre es Jacob Gedleyihlekisa. Lo conocen como Zuma y muchos están convencidos de que será el próximo presidente de Sudáfrica en el 2009.

Aquella tarde de mayo del año pasado, el tribunal acababa de dar la más horrorosa lección para un país donde una de cada cinco personas está infectada de HIV y donde una mujer es violada cada 26 segundos. Violada sistemáticamente como lo fue la víctima de Zuma: a los 5, a los 13, a los 14... y a los 31.

Hoy Zuma vive tranquilo. Su mansión generosa en mármol blanco en Forest Town, en las afueras de Johannesburgo, es frecuentada por invitados que le prodigan elogios. Tiene cuatro esposas y diez hijos.

Cincuenta años atrás, era un niño pastor de cabras. Su valentía juvenil contra el régimen segregacionista blanco le dio fama dentro de "Umkhonto we Sizwe" ("Lanza de la Nación"), la facción armada del Congreso Nacional Africano (CNA). Ese guerrillero tuvo la ocasión de cultivarse en la cárcel de Isla Robben, en la bahía plagada de tiburones de Ciudad del Cabo, donde purgó 10 años de cárcel desde 1963. Allí aprendió a leer y a escribir. También el inglés. Tuvo un profesor de lujo: el abogado Nelson Mandela.

Tras la liberación de "Madiba" Mandela, Zuma tuvo un meteórico crecimiento político que no tardó en llevarlo al Ministerio de Asuntos Económicos y Turismo y a la vicepresidencia de Sudáfrica en el '97. También comenzaron sus problemas. Su amigo, el presidente Thabo Mbeki, lo suspendió en el cargo cuando fue condenado a 15 años de cárcel por corrupción su asesor financiero, un empresario que se cree entregó a Zuma 171.000 dólares. El ex vicepresidente zafó de la condena, pero la sospecha quedó. Luego llegó el escándalo de la violación,.

"Tráeme mi ametralladora" es la canción preferida de Zuma, convertida en himno de la negritud enfrentada a un colonialismo que todavía no se digiere. Hoy vicepresidente del CNA, Zuma sabe que polariza a la población sudafricana: una parte lo ve como carismático, valiente y una garantía para terminar con la "camarilla arrogante" que rodea al presidente Mbeki. Otros, en cambio, lo creen corrupto, demagogo, hambriento de poder y capaz de llevar a Sudáfrica a la miseria que padece ese puñado de naciones vecinas gobernadas por déspotas.