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Domingo 22 de Julio de 2007
 
 
 
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  EL CASO MICELI
  Hormonas y realidad social
Es posible que, en parte, el que el conjunto de la sociedad no se haya hecho eco del caso de la ex ministra de Economía tenga algo que ver con cuestiones de género.
 
 

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La mayoría de las personas diría que una telenovela es una historia de amor con muchas dificultades entre dos personas.
Sin embargo, analizándola semiológicamente, una telenovela es un conjunto de historias de personajes secundarios, cotidianos, parecidos a nosotros, que van cobrando vida a partir del relato de una gran historia de amor.
Felisa Miceli es como uno de estos personajes, alguien que cobró vida a partir de un protagonista que es el presidente de la Nación. Aunque no por ello pierde importancia el que haya sido la primera mujer en llegar a Economía, vuelve a ser noticia porque se encontró una abultada suma de dinero en su baño privado del ministerio.
Pero ¿qué pasa en la representación de los argentinos con estos hechos? Más allá de la evidente intencionalidad preelectoral de estos acontecimientos, de la que nadie duda, ¿qué significado tiene para la gente?
Por lógica uno, en un principio, se distrae en el análisis porque, por ejemplo, se pregunta cómo sabía la Policía Federal que ese dinero iba a estar en el baño, si solamente investigaron a la ministra de Economía, si la vieron sospechosa y en qué rasgo de personalidad advirtieron esta posibilidad. Porque, si no, uno no puede dejar de preguntarse por qué es el único dinero que encuentran.
De lo contrario, uno tiene que pensar que fue una delación. ¿Sería una modalidad de pago que ya vendía desde el anterior ministro y continuó pero ahora aquél “la mandó al frente” por razones electorales? La ministra, “mandada en cana” por su ex jefe.
No obstante, a pesar de todas las especulaciones, en primera instancia diremos que no ha impactado sobre el conjunto de los argentinos. Que lo haga dependerá de la resonancia que le den los medios, de la famosa campaña mediática que pueda armar la oposición. Es una discusión instalada en las clases medias –y hasta cierto punto–, no en el conjunto de la sociedad.
Pero ¿por qué? ¿Están dentro de lo corriente los posibles sobresueldos ocultos?
Comenzamos nuestro análisis hablando de Felisa Miceli como un personaje secundario de una telenovela. Y Miceli no connota, para el conjunto, el personaje siniestro, entre otras cosas por ser mujer. No nos olvidemos de la importancia que tiene la mujer en la construcción social de las imágenes públicas y que sobre una mujer no se piensan cosas tan feas.
La oposición eligió mal los blancos de su campaña de desprestigio preelectoral en dos mujeres: Miceli, latentemente ligada a Kirchner, y la funcionaria de Medio Ambiente, como semblanza de María Julia Alsogaray, ligada a Fernández, aunque –más allá de otras cosas– la gente le reconoce a María Julia que se mostrara tal cual era. Mostraba sus negociados. Mostró públicamente su soberbia cortesana, mostró que el puesto que ocupaba había sido dado infundadamente como favor de Carlos Menem.
El hecho de que la mujer tenga tanta importancia en la construcción de estas imágenes públicas, en la representación inconsciente de los argentinos, no implica que sean las únicas importantes para la consolidación social de las mismas. Son las que tejen, pero los pulóveres son para los hombres. La imagen de un Menem seductor, mujeriego, bien vestido, futbolista y en Ferrari, seguramente fue construida con y por el rumor femenino, pero comprado como mito de la masculinidad por los hombres.
Miceli no era una mujer sobresaliente por su belleza; para la admiración o la crítica femenina esto es fundamental. Y para los hombres, “a ésta que se metió a hacer cosas de hombres, es lógico que le vaya mal”.
Insisto en que en la representación no tan consciente de los argentinos todavía está en duda qué significa la aparición de este dinero. Y, si realmente es un sobresueldo, se lo encontraron a Miceli porque como mujer no puede ser tan corrupta. Cuántos hombres estarán en la misma y no se les podrá probar nada...
Por lógica, nada es producto de un solo factor. He intensificado el análisis en este componente de género, pero no reemplaza un montón de otros aspectos que tiene la construcción de representaciones sociales de los argentinos. Ser los mejores (en el fútbol), los llorones (en el tango); la viveza criolla, el país de una riqueza indestructible, etc. Y, sobre todo, no hay que olvidarse de algo sustancial: el reconocer la importancia de la mujer en estas construcciones no debe confundirse todavía con su poder: a los machistas argentinos los hacen mujeres, sus madres.

JORGE CARRI
Especial para “Río Negro” Psiquiatra

La cultura política y el control ciudadano sobre los funcionarios
El grado de desarrollo que va adquiriendo –aun con sus déficits–
el sistema político argentino requiere eliminar las posibilidades
de corrupción, si es que quiere consolidarse.

En las últimas semanas, las acciones de tres funcionarios han puesto en jaque la imagen de transparencia del gobierno nacional. 
Una investigación periodística sembró dudas sobre el manejo de fondos públicos por la secretaria de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable, Romina Picolotti. Aumentos importantes en la contratación de personal y en sus remuneraciones, incluyendo familiares; fuertes gastos edilicios, de mobiliario y de desplazamientos y un mecanismo de pagos que evita controles formaron parte de las denuncias. No obstante, el gobierno optó por sostener en su cargo a la funcionaria que había cosechado, en un principio, las expectativas de ser el claro reverso de una moneda que todos recordamos con cierta pavura, la menemista María Julia Alsogaray.
Un caso diferente es el del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, convertido en baluarte de la política antiinflacionaria del presidente. Su citación a declarar por la adulteración de las estadísticas oficiales que marcan los índices inflacionarios, además de su manera de implementar las políticas oficiales, generó un fuerte rechazo del arco opositor pero no la pérdida del apoyo oficial. 
Por último, el escándalo más grave en un año cargado de elecciones y en el que Cristina Fernández toma la posta de su marido en la competencia por la presidencia del país, fue protagonizado por Felisa Miceli. A la ahora ex ministra de Economía se le endilgó, también a raíz de una información periodística, la existencia –en el baño de su despacho– de una suma importante de dinero de dudosa procedencia. Sin explicaciones convincentes, la Casa Rosada la sostuvo hasta que el fiscal Guillermo Marijuan solicitó su indagatoria por este hecho y por los intentos de encubrirlo reteniendo el acta policial correspondiente. Su renuncia fue aceptada y, más allá de las críticas hacia el vaciamiento previo de su cartera o la falta de autonomía en la generación de políticas de Estado, no es un dato menor –en todos los sentidos– que una ministra de primera línea haya dejado el gabinete.
En el proceso de construcción de su cultura política, la sociedad argentina ha consolidado una imagen corrupta de la política y, por tanto, un rechazo especial a este tipo de acciones. La crisis de representación del 2001 dio buena cuenta de esta afirmación y es, por su cercanía, una alarma permanente en la retina de nuestra clase dirigente.
La cultura política de una sociedad nos remite al conjunto de actitudes, normas, valores, creencias, conocimientos, tradiciones y símbolos prevalecientes respecto de todos los componentes del sistema político. Esto es hacia el sistema en sí, sus funcionarios, las decisiones adoptadas, el rol de los actores políticos y la capacidad del sistema de satisfacer las demandas. Este conjunto genera comportamientos políticos, influye sobre el sistema político y produce expectativas que este último debe cumplir en su desempeño real para mantener su legitimidad social.
Existe en la sociedad una necesidad imperiosa de controlar la política, cimentada en los excesos cometidos en los “largos” noventa.
Conceptualmente, nos referimos a poner en práctica la “accountability”, la capacidad de asegurar que los funcionarios públicos rindan cuentas por sus conductas, que obligatoriamente justifiquen e informen sus decisiones y que puedan ser eventualmente castigados por ellas.
Este control puede ser legal o político, materializándose este último en los procesos electorales. Pero también existen mecanismos de control vertical que superan la mera elección, incorporando a una sociedad civil activa y a unos medios de comunicación autónomos. Hablamos de la “accountability” social.
No caben dudas de que la conformación de una sociedad civil autónoma y fuerte es un componente central para garantizar la calidad de las instituciones de gobierno, la representación y la participación en las democracias contemporáneas. En este sentido, las respuestas oficiales a los casos de corrupción contribuyen o perjudican la relación entre la sociedad y el régimen político.
La prensa, beneficiada en parte por las internas del poder, y la atenta mirada de parte de la sociedad civil ejercieron el control necesario sobre la administración pública que cualquier democracia requiere.
El gobierno optó por defender y mantener a la debilitada Romina Picolotti y sostiene, esta vez como premio por su aplicación de políticas gubernamentales, a Guillermo Moreno. Sin embargo, y respecto de Felisa Miceli, encontró su límite en la Justicia, que ahora será la encargada de determinar o rechazar las presunciones sobre la comisión de delitos.
Esta última reacción oficial y el accionar de la Justicia conforman los cauces necesarios para la construcción de una cultura política diferente, que satisfaga las expectativas de transparencia de la ciudadanía, favorezca el control social, instale la rendición de cuentas y la posibilidad del castigo y acreciente la legitimidad social del sistema político.

FRANCISCO CAMINO VELA
Especial para “Río Negro” Licenciado y magíster en Historia. DEA del Programa de doctorado en Historia e Ideologías Políticas Contemporáneas

   
   
 
 
 
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