La antigua y bien conservada torre del fuerte de Patagones es un mojón incólume del progreso que trajo a las tierras de los tehuelches la llegada del hombre español.
Esa construcción no fue obra de improvisados. Pocos meses después de la instalación del fuerte en la ribera norte, don Francisco de Viedma y Narváez le pidió al virrey Vértiz el envío de un constructor para que levantase la torre de marras. Llegó así al puerto de Patagones don José Pérez Brito, un gallego que ostentaba el título de ingeniero militar con calificados antecedentes en España.
En unos pocos meses Pérez Brito dio cuenta del pedido de Viedma y Narváez y después, ante una sugerencia del piloto de la Real Armada don Basilio Villarino, otro ilustre hijo de Galicia, realizó un viaje de reconocimiento por las playas del golfo San Matías –el sitio que relevó lleva por ello el nombre de “Punta Villarino”–. Dictaminó que el sitio era, por cierto, excelente para un puerto marítimo, aunque advirtió la falta de agua potable en toda la zona.
Luego de esta expedición, Pérez Brito retornó a Buenos Aires. Durante el viaje a la zona marítima –según algún informante–, el ingeniero habría tenido una relación amorosa con una pobladora indígena. Esta situación le habría causado gran disgusto a don Basilio por tratarse de una aborigen, claro está, ya que el avezado piloto apenas escondía sus arrebatos pasionales clandestinos en Patagones con la mujer del carpintero del fuerte.
Las torres del templo parroquial de Nuestra Señora del Carmen bien se dice que se erigieron por inspiración del general presidente Agustín Pedro Justo, en años de la década infame del treinta, cuando llegar a la primera magistratura de la Nación era cuestión de tener buenos padrinos del lado de la oligarquía ganadera.
Parece que don Agustín Pedro se vio exigido de la imponente realización (cada una de las torres se eleva más de 33 metros sobre el nivel de la calle) por su gentil esposa, doña Ana Bernal de Justo. Esta dama, nativa de Carmen de Patagones, era hija del general Liborio Bernal y de Ana Harris Crespo y, a su vez, nieta del corsario inglés Jaime Harris, que antes de recalar en este puerto había dado la vuelta al mundo como segundo del capitán Fitz Roy en el velero “Beagle” con un tal Charles Darwin como invitado especial.
Ana Bernal supo convencer a su esposo de que, con ayuda del Estado nacional, el pueblo de Carmen de Patagones contase con tal monumental edificio religioso, que estuvo terminado hace exactamente 70 años, a mediados de 1937.
Justo realizó un par de viajes a Patagones durante su mandato para observar los avances de aquella obra. En una de esas estadas se dejó llevar por el trato familiar condescendiente de la sociedad maragata (en especial de las primas de su esposa), tal vez envalentonado por las lisonjas de la sociedad patagonesa, y cometió un desliz imperdonable.
El episodio fue contado por Carmen Riche, criada de los Crespo, a su vez parientes de los Harris, y lo transmitió ante variado auditorio esa inolvidable narradora de historias que fue Emma Nozzi, directora por muchos años del museo de Patagones.
El general Justo era recibido en la casa de María Lucía Crespo, prima de su esposa. El ilustre visitante iba a ser agasajado con un té y en un momento de la charla empezó a decir, con mucha amabilidad, “no te parece, María Lucía, que ha pasado un buen tiempo y las pasiones del ayer han sido superadas...”.
Según el relato, que este cronista escuchó de boca de Emmita, apenas oyó estas palabras la dueña de casa saltó, a la defensiva. “Agustín, si tú has venido a mi casa para pedirme que el pueblo de Carmen de Patagones le devuelva al Brasil las banderas imperiales del 7 de marzo ya mismo te pido que te retires”.
La breve y enfática alocución habría estado acompañada por el gesto imperativo de ponerse de pie, como para indicarle al presidente el camino hacia la puerta. El primer magistrado no volvió a mencionar el tema.