La escalada verbal por el proyecto estadounidense de un escudo antimisiles en el este europeo y por el estado de la democracia rusa llevó aires de Guerra Fría a Heiligendamm, el balneario situado a orillas del mar Báltico donde se reunieron esta semana los líderes del G8.
Putin parece decidido a demostrar que Rusia ya no es más una potencia en decadencia, como se la veía en los años ’90, y quiso brindar pruebas claras de que ese “resurgimiento” no es sólo verbal sino también tecnológico y militar. En esa perspectiva se enmarcó el exitoso ensayo de un misil bautizado RS-24, de características desconocidas por los expertos occidentales y preparado especialmente para “eliminar sistemas de defensa antimisiles” como el que Estados Unidos posee y quiere ampliar a Europa Central. Poco después deslizó que éstos podrían “apuntar a Europa”.
Putin ya había afirmado que la extensión del escudo antimisiles norteamericano a una zona que Rusia aún considera bajo su órbita transformaría el Viejo Continente en un “polvorín”, una amenaza destinada a despertar viejos y temidos fantasmas. “Firmamos y ratificamos el tratado sobre las Fuerzas Convencionales en Europa y lo respetamos. Desplazamos más allá de los Urales nuestras armas pesadas y redujimos nuestras fuerzas armadas de 300.000 hombres. ¿Y nuestros socios? Llenan Europa Central con nuevo armamento”, se quejó Putin. Sin embargo, poco antes del encuentro con Bush en la cumbre, Rusia matizó su amenaza inicial diciendo que apuntar a Europa no es más que “una de las posibilidades” examinadas para dar una respuesta “completamente eficaz para garantizar nuestra seguridad” en el caso de que Estados Unidos concrete su proyecto.
Expertos en defensa aseguran que Rusia reaccionó de manera previsible. Con su reciente ofensiva, Putin desea también poner fin a lo que Moscú considera como una larga serie de promesas incumplidas por parte de Washington desde el derrumbe de la URSS en 1991.
“Estados Unidos ha cambiado literalmente su despliegue militar en Europa”, sostiene Bob Ayers, un ex oficial de los servicios de inteligencia estadounidenses en el Instituto Chapham House de Londres. “Los estadounidenses instalan sus fuerzas en bases de Polonia y de otros países del ex Pacto de Varsovia. Los rusos ven la superpotencia norteamericana acercarse cada vez más a sus fronteras y aunque no sean paranoicos no dejan de preguntarse por qué está haciendo eso”, estima Ayers.
Estados Unidos, que quiere desplegar diez misiles interceptores en Polonia y un radar ultrasensible en República Checa, no ha cesado de afirmar que este dispositivo no amenaza a Rusia sino que está dirigido contra estados “parias” como Irán.
Los expertos estiman sin embargo que no son justas las declaraciones estadounidenses de que este nuevo escudo no constituye una amenaza para los rusos. “Todo sistema antimisiles es de hecho un elemento de equilibrio estratégico en el mundo. El enigma es saber qué piensan hacer los estadounidenses después”, estima Guennadi Estafiev, un ex miembro de los servicios de inteligencia rusos.
El despliegue de un potente radar en los alrededores de Praga también es fuente de inquietudes en Moscú. “Este radar estará en conexión con los satélites y vigilará el territorio ruso hasta los Urales”, estima Estafiev, quien considera que eso permitirá a los estadounidenses obtener datos sin precedentes sobre el despliegue de misiles rusos y sus trayectorias balísticas.
“La defensa antimisiles nos encierra en una mentalidad de confrontación que impone esquemas de Guerra Fría en las relaciones ruso-norteamericanas”, lamenta Pavel Podvig, experto en seguridad internacional de la Universidad Stanford de Estados Unidos.
Este debate viene a sumarse a una serie de hechos ocurridos desde el derrumbe de la URSS que hacen pensar a los dirigentes de Moscú que Washington no ha estado jugando de manera limpia.
Los rusos estiman que Estados Unidos se echó atrás en su promesa de no abrir la OTAN a los países del ex Pacto de Varsovia y que presiona incluso para que Ucrania y Georgia pasen a integrar la alianza. También reprochan a Washington el haberse retirado unilateralmente del tratado ABM (sobre limitación de misiles antibalísticos) en el 2002 y de exigir a Rusia que respete pactos militares europeos que ellos mismos se niegan a ratificar, como el Tratado de Reducción de Tropas Convencionales en Europa. “Putin se siente amenazado por una superpotencia nuclear. Y lo que ocurre simplemente es que las razones dadas por los estadounidenses para su defensa antimisiles no son creíbles”, dijo. (AFP)
Digitando a un posible sucesor
Otra de las preguntas que más circularon en la política internacional de los últimos días es qué es lo que persigue el presidente ruso Vladimir Putin con su amenaza de volver a dirigir misiles hacia objetivos militares en Europa. ¿Acaso busca una nueva Guerra Fría entre Rusia y Estados Unidos y sus aliados europeos? ¿O es que lo que en realidad busca es movilizar a la opinión pública de su país para que en marzo elija a “su” candidato en las elecciones presidenciales?
Putin admite que algunos de sus actos y de sus dichos están condicionados por la próxima campaña electoral para elegir nuevo presidente en su país. “La opinión pública rusa está a favor de que reforcemos nuestra seguridad”, explica.
El tema es que no hay sucesor confiable a la vista. Recientes encuestas indican que no hay nadie que reciba un respaldo mayoritario, salvo uno: Putin. Pero él se limita a subrayar, hasta ahora, que respetará la Constitución rusa y que se alejará del Kremlin después de su segundo mandato.
El debate relanzado por Bush sobre la falta de democracia en Rusia y sobre el sistema autocrático que impera en Moscú toca las fibras íntimas de Putin, que trató de reaccionar con sarcasmo e ironía . El mismo se titula como uno de los últimos demócratas a ultranza. Y cargó contra Estados Unidos: “Mire lo que reina por allí, espanto por doquier, torturas, desamparo, Guantánamo... y en Europa persiguen y golpean a manifestantes, Ucrania va camino a una tiranía absoluta. Después de la muerte de Mahatma Gandhi no tengo con quien hablar”.