Como partido, quizá se esté desvaneciendo pero, como proceso político, el peronismo sigue siendo un motivo casi excluyente para las ciencias sociales a la hora de “tomar” un tema de la historia de la Argentina. Desde ese campo, incluso, es el proceso político que más seduce a investigadores extranjeros. ¿A qué lo atribuye?
–Me parece que la respuesta tiene una matriz muy sencilla: desde su surgimiento, el peronismo logró una instalación muy fuerte en la vida institucional del país. No se trata sólo de verlo como un proceso de incorporación de millones de seres al funcionamiento del sistema político, social y económico sino de cómo lo logró... lo logró con permanente ejercicio del poder. Llegó desde afuera del sistema institucional tal cual venía funcionando, un sistema que una vez aparecido el peronismo ya no fue el mismo, no siguió funcionando en los términos clásicos en que venía haciéndolo. Se podrá o no estar de acuerdo con el peronismo, pero no fue una aparición neutra para lo que siguió después. Emergió una identidad en un marco que ignoraba ese plano de la vida nacional con el que a partir de ese momento tendría que compartir el espacio cotidiano desde la política, la economía, lo social. Por supuesto, luego está toda la historia que siguió a ese nacimiento. Con todas estas cuestiones es que el peronismo atrapa al historiador, al sociólogo, al politólogo, a la investigación.
–Pero ahora, según usted –y es la línea que vertebró gran parte de sus conferencias y declaraciones en esta visita a la Argentina–, estamos recorriendo el posperonismo. ¿Este recorrido es la consecuencia de un dictado de la dialéctica propia del desarrollo de la historia o un componente táctico-estratégico del kirchnerismo? ¿O lo primero propicia lo segundo? Usted ha deslizado incluso que en todo este tema a Kirchner lo ve tironeado, sin definirse…
–No sé si tironeado; creo, sí, que le restan definiciones.
LA VALIDEZ DEL PERONISMO
–¿Entre qué?
–Entre quienes, apelando a la identidad peronista, quieren desde ahí mantenerse en la vida institucional como fuerza excluyente desde su propia esencia, naturaleza, y por el otro lado, las pulsiones que genera la realidad que va marcando el paso del tiempo. Kirchner sabe que el peronismo tal cual se lo conoció hasta hoy ya no es un instrumento válido en todo su contenido para manejar el poder. Mucho de su práctica política y de sus significantes ya no es útil.
–Ya están ausentes incluso de la liturgia y lo simbólico que le fue esencial al peronismo y nadie habla desde su interior de que se las extrañe…
–¡Por supuesto! Me parece que es un tema que hace a definiciones de carácter político-ideológico muy claras que tiene ante sí el kirchnerismo. No creo que el peronismo, para seguir gravitando como actor político de peso en el país, tenga otra alternativa que no sea transformarse en eje organizador de una fuerza de centroizquierda.
–¿O sea que el posperonismo es el inicio de ese camino?
–Bueno, la política es una tierra muy movediza. Uno puede especular, intuir por dónde irá, pero no asegurar que será de ésta o aquella manera. Pero me parece, incluso, que la noción de transversalidad que va y viene en todo análisis que se haga de esta realidad tiene esa dirección: organizar, al menos desde un lado de la política, una fuerza de centroizquierda, lo cual, desde el peronista promedio, implicará una toma de decisión: ¿dónde quiero estar?
–¿Esa pregunta implica –en lo más preciso de su naturaleza– aceptar que de cara a una fuerza de centroizquierda tiene necesariamente que nacer una de centroderecha?
–Sería la consecuencia lógica...
–Y en la coyuntura política actual, ¿usted qué cree? ¿Será Néstor o será Cristina?
–No sé, pero tengo la impresión de que él quiere quedar con las manos libres para trabajar de lleno, desde afuera del ejercicio del poder, en la construcción de esa fuerza de centroizquierda.
oportunidad Y DISPERSION
–Tenemos a Kirchner ante la posibilidad de ser arquitecto de una fuerza de centroizquierda. ¿A quién ve con posibilidad de cumplir esa función en la centroderecha?
–La oportunidad le puede estar llegando a Mauricio Macri; y quiero acentuar que sólo digo “le puede”.
–Siguiendo sus reflexiones, ¿se reatroalimentarán las eventuales decisiones destinadas a crear una y otra fuerza?
–Sería una consecuencia lógica, pero está la sociedad con sus propios ritmos. ¿Qué quiero decir con esto? Que la gente, el grueso de la sociedad, aún no se polariza en términos nucleares aquí o allá y, en consecuencia, definir adversarios en el campo de la política.
–¿Esto significa que no necesariamente hoy la sociedad argentina no se suma al estímulo que, para definirse, le está llegando desde la política?
–Así es, y creo que esto tiene que ver, por ejemplo, con las definiciones que, al menos para un caso, el de la centroizquierda, están en manos de Kirchner. Todo está muy disperso.
–Vayamos a su libro “La razón populista”. Sigue generando mucho revuelo en niveles académicos argentinos y del continente. En algo más de dos años, dos reimpresiones para una investigación de mucha especificidad. ¿El valor está centrado en que usted desmitifica o rasquetea a fondo los cuestionamientos que tradicionalmente se le formulan al populismo?
–Por supuesto que es saludable la polémica. Y vuelvo a reiterar lo que es uno de los ejes fundamentales de mi libro y que repito casi de memoria cada vez que me preguntan sobre el tema: la categoría “populismo” no implica necesariamente una evaluación peyorativa, pero esto no debe conllevar el creer que todo populismo es excelente o lo mejor para el funcionamiento de un sistema político. Y siempre digo también que hay una crítica que viene del fondo de la historia, una crítica clásica que se dirige al populismo que está muy fundada en cierta visión tecnócrata del ejercicio del poder, visión según la cual son determinados sectores los únicos que pueden brindar la fórmula, el camino para organizar las sociedades. Pero ¿qué sucede? Están las masas y, en la historia del continente, las masas accionan. La misma historia dice que irrumpen en la escena desde situaciones de marginación, postergación, vírgenes en materia política, ajenas a la participación en política a la que sólo suelen ver en términos de clientelismo y en momentos muy puntuales de la vida de un país. Y cuando viniendo desde ese punto entran en escena, generalmente lo hacen detrás de un líder, suelen romper el statu quo, pero no necesariamente el proceso populista que ahí se genera es antisistema. Es decir: el populismo instala gente en el sistema, la integra... en sí mismo, no tiene un contenido específico; es, como creo que lo demuestro en el libro, una forma de articular demandas dispersas.
–¿Cuál es el meollo de las “molestias” que su libro genera en determinados planos de la vida nacional vinculados con la política y con la labor académica?
–Yo planteo la necesidad de volver a mirar el populismo sin vendas en los ojos. Lo digo claramente en el libro cuando me refiero a la necesidad de buscar enfoques alternativos al concepto o a los términos en que se viene reflexionando sobre el populismo. Hablo de la imposibilidad o probable imposibilidad que se enfrenta a la hora de definir el populismo debido a que cualquier intento de definirlo buscando la racionalidad que tiene su lógica es inmediatamente excluido a priori. Si se lo define sólo en términos ya asumidos, incluso desde el prejuicio, no hay ninguna posibilidad de establecer especificidades y diferencias en términos de lo positivo.}
EL ELEGIDO
Hace algo más de 30 años, cuando Argentina era sinónimo de sangre y muerte, Ernesto Laclau partió rumbo a Gran Bretaña. Para ese entonces ya mantenía vínculo epistolar con Eric Hobsbawn, quien lo apadrinó para ingresar en Oxford en procura de doctorarse en Historia y Sociología. A partir de ahí logró una sólida proyección intelectual en el mundo universitario inglés, donde enseña en la Universidad de Essex. Hoy es, sin duda, con O’Donnell, integrante del muy reducido grupo de intelectuales argentinos con reconocimiento internacional.
La militancia política no ha sido ajena a Laclau. Militó en el Partido Socialista Argentino e incluso lideró la publicación de medios siempre relacionados con ese pensamiento. Frecuentó a Jorge Luis Borges y conoció como colaborador de cátedra a Gino Germani y José Luis Romero, singularidades muy rigurosas en el campo de las ciencias sociales. Autor, entre otros trabajos, de “Emancipación y diferencia” y de “Hegemonía socialista” –este último escrito con su esposa Chantal Mouffé–, hace dos años publicó “La razón populista”, un denso trabajo en el que demuestra cómo ese fenómeno no es adversario de la democracia sino que ayuda a consolidarla.
Laclau vive en Gran Bretaña pero cada seis meses vuelve a “mi Argentina, que tanto hace por mí”.
El mentado
populismo
“Se dice que el populismo simplifica el espacio político, al reemplazar una serie compleja de diferencias y determinaciones por una cruda dicotomía cuyos dos polos son necesariamente imprecisos. Por ejemplo, en 1945, Perón adoptó una postura nacionalista y aseveró que la opción era la elección entre Braden y Perón. Y, como es bien sabido, esta alternativa personalizada tiene lugar en otros discursos mediante dicotomías como ser pueblo vs. la oligarquía, las masas trabajadoras vs. los explotados, etcétera. Como podemos ver, existe en estas tres dicotomías –así como en aquellas constitutivas de cualquier frontera político-ideológica– una simplificación del espacio político (todas las singularidades sociales tienden a agruparse alrededor de algunos de los polos de la dicotomía), y los términos que designan ambos polos deben necesariamente ser imprecisos (de otro modo no podrían abarcar todas las particularidades que supuestamente deben agrupar). Ahora bien, si esto es así, ¿no es esta lógica de la simplificación y de la imprecisión la condición misma de la acción política? Sólo en un mundo imposible en el cual la administración hubiera reemplazado totalmente la política y una ‘piecemeal engineering’(*), al tratar las diferencias particularizadas, hubiera eliminado totalmente las dicotomías antagónicas, hallaríamos que la ‘imprecisión’ y la ‘simplificación’ habrían sido realmente erradicadas de la esfera pública. En ese caso, sin embargo, el rasgo distintivo del populismo sería sólo el énfasis especial en una lógica política, la cual, como tal, es un ingrediente necesario de la política tout court”.
(Ernesto Laclau en “La razón populista”; Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2007, página 33)
(*) “Piecemeal engineering” es un término usado por Karl Popper que significa un cambio lento y gradual que excluye toda ruptura súbita. (N. de la R.)