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Domingo 27 de Mayo de 2007
 
 
 
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  \"No quiero dejar a mis padres\"
 
 

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Desde que se reunieron con sus padres deportados en México, Adriana, de siete años, ha dejado de gritar "¡Papá!'' en sueños y a Yadira, de diez, se le ha aliviado el asma. Pedro, de quince años, ya no rompe a llorar y Adrián, de doce, trata de pensar en su nueva vida como una aventura. Por ahora, estos niños estadounidenses están tratando de olvidarse de la dolorosa decisión que tienen que tomar a fines del verano: permanecer con sus padres en este pueblo donde se bañan en un canal y usan un retrete rústico fuera de la casa o regresar solos a algunas de las mejores escuelas de Estados Unidos en Palo Alto, California.

Decenas de miles de familias encaran alternativas similares y aún más podrían enfrentarlas si el Congreso aprobara una reestructuración de las leyes inmigratorias. Unos tres millones de niños nacidos en Estados Unidos tienen al menos un padre o madre que vive ilegalmente en el país, según el Centro Hispánico Pew, y desde el 2004 el gobierno ha deportado a inmigrantes ilegales a un ritmo record.

El Senado estadounidense debate un proyecto amplio que permitirá una ruta a la ciudadanía para los doce millones de inmigrantes que están en el país ilegalmente. El proyecto mermaría la importancia de los vínculos familiares, limitando las visas para padres de ciudadanos estadounidenses a 40.000 por año y modificando un sistema de preferencias que durante cuatro décadas ha favorecido tales lazos.

Pedro Ramírez, de 38 años, confiaba en ese sistema para que le diesen a él y a su esposa la posibilidad de hacerse ciudadanos en cuanto su hijo mayor cumpliera los dieciocho en poco más de dos años. Ahora ya no está tan seguro: la nueva propuesta legislativa pondría más énfasis en las habilidades y educación del inmigrante potencial y, por otra parte, su deportación lo descartaría de todos modos.

Ramírez nunca fue a la escuela. A los 16 años logró filtrarse por la frontera y aprendió inglés mientras iba ascendiendo de un trabajo en una fábrica con salario mínimo a supervisor nocturno en un supermercado de Albertson. Su promoción y el salto en salario de 6 a 16 dólares la hora le permitió trasladar a su familia de los barrios duros de East Palo Alto al más tranquilo suburbio, sede de la Universidad de Stanford. El y su esposa solicitaron la residencia, pero se la negaron después de que su abogado fuera inhabilitado profesionalmente.

De regreso en México, la familia ha gastado sus ahorros de casi 10.000 dólares gestionando infructuosamente la residencia. Antes de que su padre fuese deportado en febrero, los mayores problemas de Pedro eran cómo ingresar en la Facultad de Derecho de la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) y persuadir al entrenador del equipo de fútbol americano que lo dejara ser quarter back.

Ahora, podría tener que acostumbrarse a la humilde vivienda de dos habitaciones y bañarse en un canal para mantener la familia unida. "Si me voy, quiero irme con todos", explicó. Su madre Isabel dijo que dejará que sus hijos decidan lo que quieran hacer. Si regresaran a California, los varones vivirían con una tía en Newark y las chicas, con su maestra de quinto grado en Palo Alto.

Los últimos meses han sido traumáticos. Después de que Ramírez fuera deportado en febrero, Pedro hijo rompió a llorar en su clase de Matemáticas sin poder concentrarse y se asombró por el aro de vigilancia que tenía su madre en el tobillo diciéndole "¡Tú no eres una delincuente!". Isabel, de 36 años, trata de hacer la vida en México todo lo normal posible para sus hijos. Compró un inodoro acolchado para la cabina de baño en el exterior de la casa, pero se resbala del banco de madera en la base. Limpia incesantemente el piso de tierra en el cuarto donde cocina y esparce blanqueador para mantener alejadas las moscas.

Pero es una batalla perdida. Cancita no tiene agua corriente ni teléfono; tampoco paz. El pueblo está en medio de una de las regiones más violentas de México. A principios de mes, media docena de helicópteros militares convergió en el pueblo. Los soldados cachearon a Pedro hijo y a su padre en una inspección casa por casa en busca de drogas y armas.

Pero su temor principal es qué les ocurrirá a sus padres. En Cancita no hay trabajo pero, de intentar regresar a California, deberán entrar ilegalmente por el desierto. Si los chicos se quedaran en Cancita, deberían aprender a leer y escribir en español. Adrián, que está en séptimo grado, se esfuerza para leer "Los tres chanchitos''.

Pedro hijo se pasa el día cargando canciones de rap en su computadora y transfiriéndolas a su reproductor MP3, que los vecinos confunden con un teléfono celular. Yadira dijo que cuando les explicó que el aparato podía reproducir canciones de internet, le preguntaron: "¿Qué es eso?". "No quiero ir a la escuela aquí. No es buena. No hay ningún sitio para jugar'', dijo la niña. Pero agregó: "No quiero regresar y dejar a mis padres".

Casi tres millones de niños viven el mismo drama: nacieron y vivieron en Estados Unidos, que les dio oportunidades impensadas en el país de su familia, pero ahora sus padres podrían ser deportados por las nuevas leyes migratorias.

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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