Usted participó de la experiencia militante en el sindicalismo argentino de los setenta. ¿Cuál es su mirada sobre esos tiempos en que se planteaba “ir a la fábrica”, proletarizarse?
–Estando en la universidad, como activista estudiantil y parte de una organización que estaba discutiendo el tema de la “proletarización de los militantes”, la opción que nosotros tomamos en aquella época fue que no debíamos “proletarizarnos”; en primer lugar, porque hacía falta técnicos que apoyaran la lucha de los obreros y, en segundo término, porque tampoco íbamos a representar a los obreros. Por lo tanto, la decisión –que sigo pensando que fue la correcta– fue que debíamos trabajar como personas que habían tenido la oportunidad de adquirir un conocimiento al que los trabajadores no habían accedido y, en ese sentido, nuestra responsabilidad militante pasaba por apoyar a sus dirigentes y no reemplazarlos.
–¿Cómo fue su ingreso en la actividad política sindical?
–Una vez graduado de abogado, junto con otro compañero abrimos dos estudios en la zona norte de Buenos Aires. Como trabajo político, atendíamos a los trabajadores de la zona y a unas cuantas agrupaciones del Movimiento Sindical de Base. Entre los sindicatos con los que trabajamos en aquella época se encontraba el gastronómico. En junio de 1975 fui detenido y se acabó mi militancia sindical en la Argentina.
–Durante el tiempo en que estuvo detenido compartió celda y pabellón con algunos militantes que hoy son parte del gobierno de Néstor Kirchner. ¿Fue compañero de (el actual canciller) Jorge Taiana?
–En la militancia política de aquellos años, como en la actual, había de todo: gente con diferente origen y personalidad y suerte también distintas. Tras ser detenido en el ’75 estuve en Devoto y luego del golpe militar fui trasladado a La Plata. Estuve en el pabellón 2, hasta que salí en libertad en medio del mundial de 1978. Hubo compañeros a quienes mataron en la cárcel. Están los que hoy son ministros; otros trabajan en fábricas y viven en barrios obreros, porque de allí salieron y después de la cárcel volvieron a sus lugares. Creo que hay que rescatar al compañero que al día de hoy, por su militancia política, ocupa cargos de gobierno con Kirchner, pero son tan valiosos como los compañeros que han vuelto a trabajar en la fábrica, en el barrio, y con una militancia cotidiana más difícil, probablemente más oscura y gris que la de los compañeros que han tenido otras oportunidades. Lo que sé es que cuando vuelvo a la Argentina me encuentro con todos o con “de todo”, o sea, con personas que ocupan cargos de gobierno y con compañeros con quienes es más divertido jugar a la pelota, porque ésa es la forma de relacionarnos, y después de eso dialogamos de política.
–Durante su exilio se produjo su inserción en el mundo sindical de América del Norte. ¿Qué hay de interesante para un argentino que ha vivido la experiencia del sindicalismo por rama y oficio en un sindicalismo de naturaleza diferente, un sindicato multisectorial que representa a trabajadores de centros laborales afincado en dos países desarrollados, Canadá y Estados Unidos?
–Pasás por etapas: primero, confusión y un rápido entendimiento de que esa división en sectores, en países, en centros de trabajo, es una herramienta para dividir y conquistar al trabajador. Con el tiempo, viene una segunda etapa donde descubrís que la lucha de clase se refleja en todos lados, que la clase trabajadora tiene herramientas de lucha sin importar lo que tenga en contra, y cómo, inclusive en situaciones diferentes, funcionando en dos países “multisectorialmente”, en los centros de trabajo se crean instrumentos de solidaridad y apoyo mutuo. La tercera etapa es cuando empezás a pensar cómo se combinan las dos cosas, la cuestión multisectorial y la binacional, y llegás a entender que no hay una respuesta única. Es cierto que el sindicato por rama con un convenio único le da mucho mucho más poder a la clase trabajadora del sector, tal como sucede en la Argentina, pero también lo es que el sindicato multisectorial e internacional tiene muchas fortalezas.
–¿Cuál es su visión sobre la actualidad del Estado de bienestar canadiense y las transformaciones del sindicalismo en ese país?
–No hay dudas de que en Canadá se ha deteriorado el Estado de bienestar. Este sigue existiendo como una serie de instituciones como la salud pública, la seguridad social para los ancianos y muchos mecanismos que siguen estando en la legislación y en el imaginario de la vida real, pero lo cierto es que en los últimos años, a partir de ‘cortarles el cuello’ a muchas instituciones, se ha empezado a crear un vacío en donde inclusive los beneficiarios, los usuarios, empiezan a cuestionarse la validez de esas instituciones. Junto con ello se da una alta presión de la sociedad de consumo individualista, que busca comparar Canadá con EE. UU., donde se tiene más libertad de acción, y se ha creado la oportunidad para que el Estado de bienestar empiece a ser bombardeado. Las condiciones que yo viví cuando llegué, hace más de veinte años, no son las mismas en la actualidad: las escuelas públicas no son lo que eran, aunque siguen siendo muy buenas; la salud pública sigue siendo de calidad pero no es lo que era, y en cada estrato de lo que se puede llamar el Estado de bienestar se ha disminuido la calidad. Si antes el Estado de Bienestar achicaba la distancia del rico y el pobre, la realidad de hoy es muy diferente: en el pasado (año 1971) el sector más rico de la sociedad canadiense ganaba en promedio 31 veces más que un trabajador; hoy la diferencia es de 152 veces. Evidentemente, el boicot y la destrucción del Estado de bienestar tiene beneficiarios; con su destrucción o deterioro sufren los sectores medios, los sectores más bajos.
–¿Sigue vigente la cultura antisindical en América del Norte? ¿Cómo se traduce esta cultura en la legislación laboral?
–No sólo sigue vigente sino que hay un resurgimiento. Tuvo su origen, principalmente, en los años cincuenta, cuando la lucha del macarthismo (Nota de la Redacción: la iniciativa anticomunista encabezada por el senador Thomas McCarthy) en EE. UU. se trasladó a Canadá como una lucha contra los sindicatos, en donde había “infiltrados” comunistas. Entonces, los sindicatos fueron atacados en ese momento como una “cueva de subversivos”. En los sesenta se produjo un cambio: se empezó a reconocer el rol democrático del sindicato, comenzó a ganar la idea de que una sociedad democrática necesita la voz de los trabajadores y los sindicatos son los que la llevan. Entonces, al margen de la negociación colectiva y los beneficios, también es importante su presencia para el ejercicio de la democracia; así como existe la voz corporativa también debe aceptarse la voz sindical. A partir del final de los ochenta y principios de los noventa, hubo una vuelta a la cultura antisindical, con la introducción de la economía neoliberal que no se pudo sostener por sus valores éticos y por sus resultados y que únicamente se pudo sostener a base de un control ideológico de la población. Junto con el ataque a la seguridad social, recrudeció el ataque al sindicato: que el sindicato “es un grupo de interés al que sólo le interesa cobrar cuotas sindicales”, que sus dirigentes “están interesados en adquirir más y más poder y no les interesan los trabajadores” y, en concreto, que en realidad “en una sociedad moderna los sindicatos no tienen razón de ser”. Estos son los elementos discursivos de la cultura antisindical.
NUEVAS FORMAS DE LUCHA
–¿Cómo actúa este sindicato internacional, sobre todo frente a los desafíos que plantea la globalización, y cuáles son las oportunidades y debilidades del sindicalismo en este tiempo?
–En cuanto a la globalización, el sindicato se relaciona sufriendo, y los primeros datos son la pérdida de afiliados, los cambios en la base social, etc. Pero también sufriendo es como se plantean las nuevas respuestas. El tema no es la forma en que nosotros funcionábamos y que por muchos años nos dio buenos resultados como, por ejemplo, la huelga. Hoy no te sirve, como resultaba eficaz en otros tiempos; no sirve porque se circunscribe a un centro de trabajo y la compañía aumenta la producción internacionalmente y le da igual, inclusive en el sector minero, que es uno en los que nosotros sufrimos las consecuencias: hoy hacer una huelga en una mina lleva a que el mineral inmediatamente suba de precio en el mercado, porque va a haber un faltante, y entonces en la misma compañía, que probablemente esté vendiendo mineral desde sus otras minas, sus propietarios recuperan el dinero perdido de la mina en conflicto mientras los trabajadores no recuperan nada.
–¿Y cuál fue la respuesta?
–Lo que hemos aprendido es que la huelga, que antes estaba destinada a lesionar la producción, ahora importa para lesionar la credibilidad y reputación de las empresas. Esto sí nos está dando mayor resultado. En consecuencia, para poder golpear la reputación tenés que establecer la lucha de una forma totalmente diferente, tiene que ser a través de contactos internacionales que puedan afectar la credibilidad internacional de las compañías. Importa el contacto con las comunidades, para que se vea el conflicto con los trabajadores, como también con los gobiernos y las entidades financieras. Para nosotros es importante generar un boletín de información para las compañías financieras, a fin de que conozcan las pérdidas, ya que las compañías deben responder a esos bancos. Nuestra respuesta a nivel internacional ha sido cambiar la forma de lucha.
–¿Cómo ve la corrupción en el sindicalismo?
–Un sindicato corrupto evita la democracia, es un sindicato que destruye las posibilidades de la clase trabajadora. Depende del contexto histórico; en una situación como la argentina, un sindicalismo libre multisectorial, que permite que cualquier trabajador se sindicalice en el sindicato que quiera, da mucha más oportunidades a los trabajadores.
–Finalmente, ¿sigue con vida la clase obrera?
–Sería sensacional que no existiera, porque querría decir que tenemos un mundo mejor. Sin embargo, hoy hay más trabajadores que nunca, hay más pobreza que la que nunca hubo y, al mismo tiempo, hay más riqueza generada y más tecnología que nunca en condiciones de proteger el medio ambiente.
EL ELEGIDO
Jorge García Ordales es investigador de la Universidad de Toronto y asesor del Sindicato Metalúrgico de Canadá y Estados Unidos. Estuvo en Neuquén del 5 al 8 de marzo, invitado por el Centro Canadiense Comahue y el Grupo de Estudios de Historia Social (Gehiso) de la UNC.
Abogado graduado en la UBA, militó en el Movimiento Sindical de Base hasta su detención, en 1975. Durante los años de prisión fue “delegado” de pabellón junto a Jorge Taiana, actual canciller. Tres años después, durante el mundial de fútbol de 1978, obtuvo la libertad, logró asilo en la Embajada de Holanda y partió a Europa. Desde 1980 reside en Canadá , donde se ha especializado en temas de educación y trabajo.
Con una rica experiencia en esas temáticas, actualmente colabora en el diseño y actualización de convenios laborales en un sindicato con cerca de un millón de afiliados de centros de trabajo tanto en Canadá como en EE. UU. El sindicato metalúrgico donde vuelca su principal actividad se destaca además por ser “multisectorial”, ya que hace tiempo dejó de estar conformado exclusivamente por trabajadores metalúrgicos y mineros para comprender a docentes, artistas, gastronómicos y otros colectivos laborales.