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Domingo 18 de Marzo de 2007
 
 
 
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  la muerte de Juan Carlos PoRTANtiero
  Una mirada lúcida y heterodoxa sobre la política argentina
Dos académicos de la región analizan vida y obra del destacado sociólogo e intelectual, considerado uno de los introductores del pensamiento de Gramsci en la sociología política de nuestro país y fallecido la semana pasada a los 73 años.
 
 

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ortantiero forma parte del grupo de académicos e intelectuales que introdujeron el pensamiento gramsciano en la Argentina y lo aplicaron a la política. En el discurso político argentino hay un antes y un después de que el pensamiento del filósofo marxista italiano Antonio Gramsci se difundiera y calara hondo, incluso en el discurso político cotidiano. Conceptos como ‘hegemonía’, ‘bloque de poder’ y ‘clase dirigente’ son usados –muchas veces con interpretaciones muy diferentes de la original– por la mayoría de los analistas políticos relevantes del país. Aunque hoy se los interprete mal, hace 20 ó 30 años nadie hablaba de hegemonía en la sociología política”. De esta manera define el académico local Néstor Spangaro el principal legado de Juan Carlos Portantiero, prestigioso sociólogo e intelectual socialista fallecido la semana pasada a los 73 años, luego de una larga enfermedad.
Para Spangaro –profesor emérito de Historia de las Ideas Políticas y Derecho Político I de la Facultad de Derecho y Ciencias sociales de la UNC–, estos conceptos gramscianos “llegan a la Argentina tarde (los últimos escritos de Gramsci son el 1935-1936), pero aun después de 60 u 80 años explican y permiten discursos e interpretaciones alternativas de la política que antes no existían o no alcanzaban”, señala. “Y Portantiero forma parte de ese grupo, encabezado quizá por José Aricó y continuado por José Nun o Guillermo O’Donell, que da este salto cualitativo”, explica.
Además de su clásico libro junto con Miguel Murmis sobre los orígenes del peronismo (ver nota aparte), Spangaro agrega que Portantiero “escribió algunos escritos brillantes, con análisis de interpretaciones gramscianas que conmovieron el panorama político de distintas épocas, no tanto por lo que decía Portantiero sino por lo que se interpretaba de ellos”. Entre éstos, mencionó un artículo de 1973 sobre el concepto de “empate hegemónico” aplicado a la realidad argentina, que “es utilizado por distintos grupos políticos que no tenían referentes teóricos importantes y le dieron muchas veces interpretaciones propias muy distintas de lo que quiso decir el ‘Negro’, como en su momento Montoneros, por ejemplo, que ya estaba embarcado en un proceso militarista y lo computaba en términos de cuántas armas tenía cada bando”.
No es sencillo para Spangaro despegarse de lo personal al analizar su relación con Portantiero, al que llama todo el tiempo el “Negro”, ya que se conocieron desde la adolescencia. “Vivíamos en Buenos Aires. El iba al colegio en Flores y yo en Almagro y formábamos parte de esas barritas que se juntan en algún café. Teníamos algunas características comunes que nos fueron acercando, aunque yo era un año mayor. Primero, éramos vagos y, por lo tanto, alejados de cualquier deporte; segundo, afectos a las crueldades y bromas pesadas dentro del barrio y, en tercer lugar, nos gustaba leer y teníamos inquietudes políticas propias de la época –fines de los ’40 y principios de los ’50–”.
Mientras Spangaro militaba en la Juventud Comunista, Portantiero “tenía un ideario socialista que venía de familia, aunque en un incidente que no tengo claro fueron con un amigo al local del partido, los trataron mal y los echaron, por lo cual no se afilió”, rememora.
De aquella época de lecturas caóticas recuerda algunas andanzas en la casa del abuelo de otro amigo, Otto Brunner, antiguo militante socialista, que poseía una vasta biblioteca en temas políticos y sociales. “Nuestras primeras lecturas provinieron del saqueo que hacíamos de esa importante biblioteca”, evoca con una sonrisa. También guarda buenos recuerdos de un “grupo de estudios” formado por estos amigos con el propósito de intercambiar ideas de militancia y el solapado fin complementario “de conocer algunas chicas”.
Finalmente, el servicio militar y otras circunstancias disolvieron el grupo.
Durante un breve paso por la Facultad de Derecho, en 1954 Portantiero comenzó su militancia política en una institución cercana al PC, Casa de la Cultura, en contacto con intelectuales de ese partido como Héctor Agosti. “Allí se inicia en el periodismo, en el diario ‘Nuestra Palabra’, que se editaba clandestinamente”, recuerda Spangaro.
De aquella época, Spangaro recuerda dos hechos que, a su juicio, marcarían a Portantiero: una misión a Chile para una de las fallidas postulaciones de Salvador Allende a la presidencia (1958), “donde descubre un Partido Comunista de masas”, a diferencia de la Argentina, donde el grueso de la militancia era de clase media-media baja, y una negativa entrevista con una autoridad del PC en la Argentina, Vittorio Codovila. Contemporáneamente se produce la Revolución Cubana, que agrega elementos al debate interno del PC.
A comienzos de los ’60 fue convocado por un movimiento de ex militantes del PC llamado Vanguardia Revolucionaria y durante las décadas del ’60 y el ’70 fue, junto a José Aricó, uno de los animadores del proyecto político-intelectual articulado en torno de la revista “Pasado y presente” que, como señaló Spangaro, comenzó a trabajar con las categorías gramscianas de pensamiento.
En esa época se destacó como uno de los pensadores que mejor abordaron el fenómeno del peronismo. Junto con Miguel Murmis, escribió el libro “Estudios sobre los orígenes del peronismo”. “Este aporte le da a Portantiero relevancia a nivel académico nacional. Tratando de desentrañar la razón de ser del peronismo desmitificó muchos de los argumentos usados por los distintos sectores para explicar su surgimiento, aunque tampoco dio una respuesta a la totalidad del fenómeno, que no sé si alguna vez se dará”, señala Spangaro.
En los ’70 se destacó como opositor de las denominadas “cátedras nacionales” y elaboró su trabajo con categorías gramscianas sobre “empate hegemónico”, que en síntesis explicaba la parálisis política argentina por el equilibrio de los bloques de poder en pugna. “Algunos grupos políticos, entre ellos Montoneros, tomaron algunos de sus conceptos (con un sentido muy distinto al original) y comenzaron a citarlos en sus informes”, lo cual le valió estar en la mira de los militares.
Tras el golpe de 1976, Portantiero se exilió en México, desde donde dirigió la revista “Controversia”. “Esta fue una de sus etapas más productivas, donde se produce un replanteo no sólo de Portantiero sino de todo el grupo, que los hace acercarse al radicalismo cuando estalla el Proceso”. Permaneció estrechamente relacionado con Raúl Alfonsín como su asesor (1983-1989), integrando un equipo de consulta denominado Grupo Esmeralda, porque trabajaba en una oficina en esa calle porteña. Allí se destacó en la redacción del famoso discurso del entonces presidente sobre “el Tercer Movimiento histórico”.
 Fue autor, también, de “Juan B. Justo, un fundador de la Argentina moderna”, “Los usos de Gramsci”, “Estudiantes y política en América Latina” y “El tiempo de la política”, entre otras publicaciones.
Sobre el final de los ’90 participó en la redacción de la declaración de principios del Instituto Programático de la Alianza (IPA) que llevó a Fernando de la Rúa y a Carlos Alvarez al gobierno. Fue decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA entre 1990 y 1998, cuando empezó a padecer una larga enfermedad que finalmente lo llevó a la muerte.

LEONARDO HERREROS
lherreros@rionegro.com.ar

Un best seller académico

Profundo estudioso del pensamiento de Gramsci y fiel cultor de la heterodoxia marxista, la obra de Juan Carlos Portantiero tuvo inusitada vigencia durante las últimas cuatro décadas y ejerció una clara influencia en el mundo intelectual argentino y latinoamericano.
Su sólida producción, expresada en una serie de publicaciones aparecidas a lo largo de estos años, fue significativa principalmente en el campo de la sociología pero también en el de la historia, la política y las ciencias sociales en general.
Dentro de ella, sin duda ocupa un lugar principal el trabajo que realizó junto a Miguel Murmis acerca de los orígenes del peronismo, el que concitó un verdadero boom editorial en el momento de su publicación y aún hoy sigue siendo referencia obligada de los estudiosos de este proceso histórico.
En efecto, reuniendo dos textos producidos en los años ’69 y ’70 que habían circulado como documentos de trabajo del Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Di Tella denominados respectivamente “Crecimiento industrial y alianza de clases en la Argentina, 1930-1940” y “El movimiento obrero en los orígenes del peronismo”, en torno a los orígenes, aparece por primera vez en forma de libro en 1971 bajo el título de “Estudios sobre los orígenes del peronismo”.
Desde un primer momento sus páginas acapararon la atención de cientos de estudiantes, profesionales y estudiosos en general, pues en ellas se criticaba y ponía en tensión la interpretación planteada por Gino Germani, que atribuía el inicio del peronismo al apoyo determinante dado por los nuevos trabajadores urbanos provenientes del mundo rural, sin experiencia organizativa y sin participación política pero sensibles a formas caudillistas y paternalistas. Es decir que “esas masas en estado de disponibilidad” hábilmente manipuladas por Perón, concediendo ventajas materiales y participación política, fueron la base política y social de este nuevo movimiento. Por el contrario, Murmis y Portantiero ensayaban una nueva y disímil interpretación acerca de los orígenes del peronismo, intentando por primera vez darle a éste un origen racional y no sólo como producto de una anomia de la sociedad argentina, tal cual lo había planteado Germani.
En este marco explicativo, adjudican un rol principal a la antigua clase obrera en la génesis de este movimiento. Avanzando en el análisis del movimiento obrero, distinguen tres tipos de sindicatos: los “viejos”, fundados con anterioridad a 1930; los “nuevos”, surgidos en el proceso de industrialización dado en la década del ’30 y, finalmente, los “paralelos”, aquellas organizaciones impulsadas por el propio Perón desde el aparato estatal como alternativa a las ya existentes, particularmente aquellas conducidas por socialistas y comunistas.
A partir de esta clasificación, los autores destacan la primacía de los viejos sindicatos y sus dirigentes tradicionales en la configuración de la alianza entre la clase obrera y la elite política que dio lugar al peronismo, alianza que se formalizaba en la medida en que los sindicatos obtenían satisfacción a antiguos reclamos a partir de las soluciones implementadas desde el gobierno. Es decir, la decisión de los sindicatos era una elección racional dentro de las opciones que le ofrecía el escenario político.
Por lo tanto, desde este punto de vista, en la conformación inicial del peronismo el hecho destacable, en lo referente al movimiento obrero, no eran la heteronomía y la manipulación sino la autonomía que llevaba a un pacto entre éste y Perón, acordado en términos de conveniencias de intereses.
Esta novedad explicativa pronto se convirtió en el eje de las interpretaciones conocidas como “heterodoxas” y la obra toda, en un clásico de la sociología argentina.


ENRIQUE MASES  Docente, titular de la cátedra de Historia Social e integrante del Grupo de Estudio de Historia Social (Gehiso) de la UNC.

 

   
   
 
 
 
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