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Domingo 11 de Marzo de 2007
 
 
 
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  Testigo contra el horror
Sobreviviente de una de las masacres más atroces protagonizadas por el Ejército durante la guerra civil en El Salvador, su testimonio marcó al país.
 
 

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La muerte de Rufina Amaya, la única sobreviviente de la masacre de El Mozote, en la que murieron más de 1.000 campesinos, entre ellos sus hijos, conmovió esta semana a El Salvador, que todavía no restañó las heridas de la peor matanza perpetrada por los militares durante la guerra civil (1980-92).
Centro de decenas de reportajes, libros y documentales, Amaya, de 64 años, que se salvó a última hora de “la fila de la muerte” el 11 de diciembre de 1981 ocultándose en el monte, falleció el martes de un paro cardíaco en el hospital San Juan de Dios de la ciudad de San Miguel. “Ella tuvo una actitud valiente y atrevida en todas esas luchas contra la impunidad, en relación con el caso de El Mozote”, declaró el sacerdote belga Rogelio Poncelle, quien durante la guerra y en la actualidad desarrolla su labor pastoral en las comunidades pobres del norte de Morazán que durante la guerra civil fueron escenario de cruentos combates.
Tras calificarla de “pieza clave” contra la impunidad, Poncelle destacó que a Rufina “Dios le permitió escapar de la fila de la muerte para denunciar el caso y dar a conocer que en El Mozote hubo una terrible masacre y clamar justicia. En esa misión fue fiel hasta el último día de su vida”.
Luego de la matanza, Rufina logró cruzar la frontera con Honduras y refugiarse en un campamento de Naciones Unidas en Colomoncagua, donde relató incansablemente la tragedia a grupos de derechos humanos y periodistas. “Realmente fue una mujer sencilla, noble, muy valiente y muy dada a la misión que Dios le había encomendado de pedir justicia”, resumió el sacerdote belga.
Después de su regreso a El Salvador, Amaya dio testimonio en 1991 de la masacre cometida entre el 11 y el 13 de diciembre de 1981, cuando el ahora proscripto batallón Atlacatl arremetió contra mujeres, ancianos y niños en esa comunidad del departamento de Morazán, unos 200 kilómetros al este de San Salvador.
Tras la contundente declaración de Amaya, la oficina de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador comenzó un proceso judicial que permitió, con la ayuda de antropólogos argentinos, la exhumación de una parte de las osamentas de las víctimas, que habían sido enterradas en fosas comunes. En diciembre último, Tutela Legal pidió a un tribunal reabrir las investigaciones sobre El Mozote y solicitó la detención de once oficiales retirados del ejército.
El caso judicial por la masacre fue archivado por un tribunal el 1 de setiembre de 1994 en virtud de una ley de amnistía promulgada en 1993 que perdonó crímenes cometidos durante la guerra civil. El titular del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana (IDHUCA), Benjamín Cuellar, comentó que en la misión de denuncia de la “abominable” masacre ella estuvo a la altura del asesinado arzobispo Oscar Arnulfo Romero. “Rufina Amaya no muere, porque su esfuerzo por descubrir la verdad la colocó al lado de héroes como monseñor Romero y los jesuitas (seis sacerdotes españoles-salvadoreños asesinados en 1989). Ella se puso a la par de estos personajes que tanto aportaron al país por la lucha a favor de los derechos humanos”, aseguró Cuellar.

Carlos Mario Márquez
AFP

 

   
   
 
 
 
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