El miedo se está transformando en una cultura? (Cultura en el sentido de reproducción, en algo que se instala o empapa al común de la gente.)
–Por lo menos, estamos en una cultura en la que el miedo llegó para instalarse como una variable de presencia cotidiana. Creo que esto lo debemos reflexionar en estos términos o, al menos, ésa es mi propuesta: cada vez que pasa algo absolutamente inadmisible desde el derecho a la vida y el amor al prójimo, cada vez que eso sucede, estamos en una situación muy grave, muy muy grave. Y eso está pasando con el miedo en su, digamos, estadio superior: el terror.
–¿De qué naturaleza es esa mutación? ¿Qué características tiene?
–Por lo pronto, y tal como se está viviendo, el miedo genera una amputación personal muy significativa. Hay un daño cultural muy importante. Es muy grave lo que nos está pasando.
–¿Se está perdiendo humanidad?
–Esa pérdida es una de las expresiones más crueles con que se expresa todo este problema...
–Todo indica que el miedo estaría, incluso, modificando no sólo hábitos sino que comenzaría a mudar lo que se puede calificar de legítimos paradigmas en la vida de un ser humano, como el gozo del ocio, el relajamiento...
–Sí, irse de vacaciones es montar todo un operativo destinado a que alguien cuide la casa y estar en la playa pendiente de si pasa algo...
–¿Se percibe esto en el ejercicio de su profesión?
–¡Por supuesto! Y es uno de los temas que desarrollo en el libro. Digo que, ante el sentimiento de peligro, la distracción, la legítima necesidad de distracción, de esparcimiento, etc., hay mucha gente que vive esa legitimidad como un acto irresponsable y esto determina lo que yo llamo un falso enlace entre ciertos afectos y representaciones habituales en la cotidianidad del ser humano. La aparente irresponsabilidad acicatea a la persona, que desde su inconsciente puede reflexionar: “Soy un irresponsable por buscar pasarla bien con todo lo que sucede”, reflexión que siempre viene acompañada de la posibilidad de potenciales costos: “Me va a pasar algo”, “Me va a costar caro”...
–¿Idea de castigo?
–Si usted quiere...
–¿Pero no hay ahí una sobredosis del concepto de responsabilidad?
–Bueno, la responsabilidad está magnificada, por supuesto; es imperativa, muy imperativa, muy exigente...
–¿Y entonces, qué emerge en la gente cuando su psiquis está sometida a una dialéctica de esa naturaleza?
–Cada uno asume el tema del miedo según particularidades propias, cuestiones que hacen a su personalidad. Pero es muy común perder la capacidad para el relajamiento confiado, la pérdida de la cuota necesaria de calma para relajarse. Calma-relajamiento, para ser tales, deben formar parte de lo que yo llamo un “espacio propio no invadible”, pero el miedo, el terror, lo invaden. Hay mucho por trabajar en este tema.
–Usted habla también de un pensamiento lateral en relación con el miedo, por caso, al terrorismo...
–El terrorismo, tal como se está expresando en términos de brutalidad y contundencia, es un fenómeno que retroalimenta las distorsiones que en la percepción que tenemos de la vida y sus riesgos nos acompañan desde siempre. En mi opinión, el miedo se ha instalado en la subjetividad de cada uno; en algunas oportunidades en términos muy claros, en otros, en términos de pensamiento lateral. Si usted me permite, me remito a algunas de las reflexiones del libro.
• Cuando el miedo se transforma en terror y el riesgo se convierte en peligro, la amenaza adquiere una dimensión explosiva y las relaciones defensivas en el imaginario toman un carácter absurdo (por ejemplo, pensar en blindar las puertas para protegerse de un ataque con armas nucleares o no levantar las persianas para evitar un robo).
• En estos casos, para defenderse se apela a mecanismos regresivos o primarios: si no veo, entonces no seré visto; si desconozco aquello que temo, entonces dejará de existir. Las distintas formas de encapsulamiento, de refugio, de atrincheramiento subterráneo frente a peligros reales e imaginarios llevarían a ignorar, en un estrato del inconsciente, la situación amenazante. Se sabe que tal amenaza existe, el sujeto se defiende de ella, pero su deseo, su expectativa, es quitarle entidad, convertirla regresivamente en algo inexistente. La desconfianza y el temor tienden a anular, en la fantasía, a todo aquel cuya diferencia marque inminencia de un riesgo.
–En el comienzo del reportaje hablamos del miedo como cultura o potencial cultura en estos tiempos, pero luego de sus reflexiones se me ocurre pensar el miedo en términos de poder. El miedo, tal cual se ha instalado hoy, ¿ejerce poder sobre nosotros?
–El miedo devino hace tiempo en terror, y desde esta perspectiva lo incluimos en nuestra cotidianidad sabiendo que el peligro nos acecha. Visto así, uno puede inferir que está ejerciendo un poder sobre nosotros... nos obliga, nos compele.
–¿Qué palabra, esa única palabra de la que hablaba Gomwobritz, definiría el daño que el miedo, tal cual se está viviendo hoy, le hace a la vida?
–Y... puede amputar la vida, o quizá la apunta. Vivido como se está viviendo hoy, o sea que en algunas partes del mundo no se sabe cuándo va a explotar la bomba terminante o, en otras partes, cuándo se van a meter en la casa de uno o cuándo uno perderá el trabajo para siempre, que también alienta miedo, ese miedo puede apuntar la vida. Una de las consecuencias más alarmantes, al menos desde mi punto de vista, que genera el miedo o su transferencia en términos de terror es que, así como puede generar actitudes de defensa mediante el aislarse, también puede generar violencia como reacción.
–¿Me identifico con el enemigo?
–Me identifico con lo que temo. La violencia como reacción al miedo se hunde en la historia: me convierto en violento, algo que puede llegar a adelantarse a la violencia que uno mismo puede potencialmente sufrir... es algo así como una violencia de dictado mágico, un creer que soluciona algo.
–Jean Baudrillard escribió que, cuando se llega a ese punto (lo escribió en relación con el nuevo tipo de terrorismo), hay en uno mutaciones que uno no alcanza a percibir y, si lo logra, bueno, lo hecho hecho está.
–Sé de qué habla. El miedo, transformado en terror, no solamente lleva a una distancia o fractura interpersonal, intersubjetiva, sino que también termina produciendo un punto de clivaje dentro nuestro, o sea que a tal punto podemos ser considerados sospechosos por el otro que terminamos con ciertas preguntas sobre nosotros mismos.
–¿Nos desconocemos?
–No, quedamos perplejos ante nuestro propio Yo.
–Pero cuando se llega a ese punto, uno puede estar afectando su integración colectiva.
–Por supuesto, pero eso sería, en todo caso, una parte del problema. Lo central es que, ante esa escisión, uno queda fragmentado, debilitado y, de ahí en más, todo. A mayor miedo, a mayor terror, mayor angustia, mayor soledad, mayor renuncia a la propia libertad, mayor tensión persecutoria, mayor violencia reactiva. Lo de la soledad es tremendo, porque lo que se procura una vez instalado ahí es, curiosamente, estar con los mismos, con los iguales, con los conocidos, con los parecidos.
–De ahí al prejuicio, ¿cuánto?
–Nada. Creo que en el libro digo que la estrategia de resguardo consiste, se vertebra, en estar solos y, en lo posible, armados. ¡Terrible pero real!
–¿Cómo se sale de esto?
–Ah, mi amigo, yo soy médico psiquiatra, no adivino. Pero sí creo que tengo una esperanza que reflejo en el prólogo del libro: radica fundamentalmente en que el ser humano tiene fuerzas y condiciones vitales muy importantes, que demostró en momentos muy complejos de la historia... ahora puede suceder lo mismo.
EL ELEGIDO
Su padre, Mauricio Abadi, fue un psiquiatra al que uno podía parar en las calles de Buenos Aires para conversar sobre la vida y salir enriquecido del contacto. José Eduardo también es médico psiquiatra y vive con una colega y eximia crítica de arte. Son padres de una joven y talentosa actriz que se luce en Montecristo.
José Eduardo es autor de varios libros destinados a reflexionar sobre la Argentina que nos toca. Junto con Diego Mileo escribió un excelente trabajo, “No somos tan buena gente: un retrato de la clase media argentina” y “Tocar fondo: la clase media argentina en crisis”. Ahora acaba de publicar “Los miedos de siempre, los terrores de hoy” (Editorial Sudamericana), un largo trayecto de reflexiones en el que procura, con éxito, plantarnos ante la cruel realidad con que esos fenómenos se proyectan sobre la especie. Abadi, un hombre culto, amable, ajeno a toda mediación o protocolo para entregarse al debate de los temas que le son afines, cree que a escala mundial vivimos una época en la que el miedo, transformado en terror , “ha cobrado un relieve inusitado”. Así, piensa que los miedos “universales y coyunturales del pasado se han transformado hoy en un sentimiento mucho más inasible y disolvente. Creo –dice– en la necesidad de encontrar alternativas saludables que nos impidan quedar envueltos en la soledad más violenta o suicida o aislados en grupos tan cerrados que terminemos viendo al otro, simplemente por ser otro, como un enemigo”.
Amor, terror y pareja
Así como nos acompañan el amor, el interés, la curiosidad, los celos y las bromas, el terror ocupa, en nuestro equipaje emocional cotidiano, un lugar prioritario. Veamos su presencia en el vínculo de pareja.
Para incluir al otro en nuestra vida, inaugurar una relación y gestar con él un proyecto y poder reconocer las diferencias que hagan de tal vínculo una unión y no una fusión, necesitamos transitarlo, bucear en él a la vez que ser transitados y tornarnos permeables. Pero... ¿cómo conocer al otro si pensamos que podríamos ser blanco de su agresión?
Para todo ser humano, el encuentro con un probable compañero amoroso involucra un caudal de angustia y ansiedad inicial. Estamos frente a lo nuevo y lo desconocido. Se ponen en juego sentimientos muy variados, como inseguridad, inhibición, vergüenza, temor al rechazo y defensas narcisistas, así como también sobreactuaciones tendientes a alcanzar cierto resultado.
A veces éste es positivo, mientras que otras veces falla por exceso o por su condición inadecuada. ¿Podemos pensar que el terror que hoy se vive interviene de algún modo en este encuentro amoroso?
Construir una pareja nos exige salir de nuestro mundo narcisista –por lo tanto, centrado sólo en uno mismo– para reunirnos con un otro que naturalmente es diferente a quienes somos (vuelvo a recordar: los seres humanos somos semejantes, no iguales).
La pareja nos incluye en un terreno nuevo y ajeno a lo ya sabido y nos invita a explorarlo con nuestros sentimientos, impulsos y representaciones. Es una aventura, un viaje a lo desconocido.
¿Tendrá algún papel en este descubrimiento el terror frente a lo nuevo, lo incontrolable? ¿Encenderá una señal de alarma, de falta de garantía, ante diferencias e incógnitas que tientan pero que también atemorizan? ¿No será que el sexo, al ser una fusión que borra todos los límites, también es algo que conviene evitar para preservar nuestra individualidad? Como si ese momento de plenitud nos disolviera sin retorno.
La soledad es esencial al sujeto, constitutiva de su ser. Una de las formas de manejarla es a través del amor. No se trata de una abstracción teórica sino de una sucesión de acciones e internalizaciones recíprocas. Las situaciones de terror llevan naturalmente a desconfiar de los demás, y este sentimiento convierte al semejante en alguien de quien cuidarse y permanecer al margen. Al aislarnos defensivamente, queda frustrado ese tierno acercamiento en el que alejamos lo traumático de la soledad y enriquecemos nuestro mundo afectivo.
Extracto de “Los miedos de siempre, los terrores de hoy”, de José Eduardo Abadi (páginas 60 y 61), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2006.