Dicen que la muerte es una de las cosas que más nos identifican: que alguien se esté muriendo nos obliga a pensar qué pasaría si nosotros estuviéramos allí.
Puede ser esta cualidad humana lo que explica, a veces, la tendencia morbosa de algunos a estar pendientes de la página de Policiales o que la gente se aglomere en derredor de un accidente “para ver”. Acercarse, jugar con la muerte, es una forma de afrontar el terrible miedo que nos produce.
En última instancia, lo que nos despierta más miedo no es morirnos sino “cómo nos vamos a morir”.
Hace un tiempo, en la zona, se creó un nuevo hito. Los taxistas y los colectiveros solían ser objeto de la violencia de ser “robados”, maltratados, agredidos. Pero un día alguien se fue de mambo y no sólo maltrató, pegó y agredió: mató a un taxista y lo prendió fuego en su auto.
En aquel momento fue tan grande la sorpresa que no se pudo reaccionar. Sólo se reaccionó con impotencia.
Hasta entonces, esto le había pasado a Cabezas, que se movía entre gente de mucho poder. No le sucedía a cualquiera.
Pero siguió pasando entre los taxistas, y esto es como tener una rifa con pocos números: en cualquier momento me toca el premio.
Todo esto atravesó Neuquén en los últimos días y nos volvió a obligar a pensar en estos temas de la violencia.
Al principio, a pesar de las incomodidades que representó el corte de los puentes, todos se sintieron identificados. Es cierto, “Yo no me quiero morir porque algún h... me quiera afanar 30 pesos”. Pero con el paso del tiempo la cosa se fue diferenciando. “Yo no manejo un taxi, ¿por qué me tengo que aguantar todas estas incomodidades?”.
Los primeros días me sentí identificado con el taxista, así como con el joven al que, cuando estaba parado en una vereda del centro, un grupo de otros jóvenes, entre los cuales había mujeres, empezó a golpear hasta matarlo. Me sentí identificado con las tres chicas que salieron a caminar como muchos y no volvieron vivas, con cualquier quiosquero de barrio que hoy puede perder la vida por una caja que sólo sirve para pucherear.
La locura no es un concepto psiquiátrico sino de la cultura. Fueron locos los histéricos en la época de Freud, que solían tener parálisis y ceguera, entre otras cosas, por reprimir sus deseos sexuales en una época de una gran represión sexual. Serían locos los esquizofrénicos de hace dos décadas, por estas formas bizarras con que manejaban sus emociones y sus conductas. Pero hoy, lo realmente loco es la violencia.
Que alguien se muera por ir a ver un partido de fútbol, por cruzar la calle que otros han transformado en una pista de picadas, por querer sacarle 30 pesos para poder comprar otro porro... eso es realmente una locura.
Soy psicólogo, pero no puedo explicarme esto desde la psicología.
La psicología dice que uno de los motivos de adhesión a algunos cuentos infantiles, como Caperucita Roja, es que nos permiten aceptar la angustia de la muerte, porque la transforman en algo reversible: “El lobo se la comió... el cazador le abrió la panza al lobo y la rescató”.
La posibilidad que hoy brinda un videojuego de realizar esta magia es muchísimo mayor. Cualquiera de ellos tiene por lo menos tres vidas y la mayoría, siete. ¿Qué importa gastar algunas?
¿Qué quiero decir con todo esto? Que no es un problema de psicologías; es un problema de la cultura.
Desde hace unos cuantos años, un chico puede ver televisión durante las 24 horas. Una de las consecuencias de este aumento es que puede ver muchas más muertes.
Desde hace tres o cuatro años un chico puede ir a un ciber con sus amigos y jugar a que los mata en la pantalla.
En los juegos que fueron hechos para aprender a manejar, algunos juegan a accidentarse: total, con sólo esperar unos segundos vuelven a estar “nuevitos” para seguir. Y todo esto, a un ritmo realmente acelerado, porque hoy el gran valor es no aburrirse. No existe una cultura de la espera, no existe una cultura de la demora y, por ello, si no llega la realidad me la dibujo con algo.
“Hoy no hay códigos”, dicen algunos que allá lejos y hace tiempo tuvieron conflictos con la ley.
Pero no es así: los hay. Delito y droga están sumamente ligados, ya sea porque llegado un momento debo buscar por izquierda satisfacer mi adicción o porque debo darme un “saque” para hacer lo que no me atrevo a hacer sobrio.
No es tan malo que haya llegado el momento de reaccionar: “No puede ser que algún día me maten por tan poco”, y de ponernos a pensar de qué manera, entre todos, dejamos esta cultura que tiene a la muerte como motivo de juego y entretenimiento por una cultura que valore la vida.
Porque, a pesar de que parezca una verdad de Perogrullo, la vida merece ser vivida.
Helicópteros y futuro
El gobierno neuquino alardea con los 50 millones de dólares que gastó en su plan integral de seguridad, en el cual brillan dos estrellas: los helicópteros y las cámaras que vigilan durante las 24 horas puntos clave de la ciudad capital. Pero las aeronaves no pueden salir de noche, por lo que resultaron inútiles para colaborar en las primeras –y cruciales– horas posteriores al crimen del taxista Navarrete, y las cámaras no vieron el asesinato a puñaladas de un joven en pleno centro ni el fabuloso robo a una joyería.
“Este no es un plan de seguridad, es un plan de abastecimiento”, mascullan por lo bajo los policías, que en los últimos años fueron atiborrados de patrulleros y equipos de comunicación comprados por el gobierno sin consultarlos. (Y sin licitación, por razones un tanto confusas: no se sabe si fue porque es material estratégico o porque hay una supuesta escasez de proveedores.)
Hay razones para sospechar que los objetivos del plan fueron otros: mostrarle al resto del país un despilfarro de recursos en un área sensible, con fines electorales, y mantener controladas las protestas sociales, sin perder de vista que la mayoría del equipamiento tecnológico fue comprada por Jorge Sobisch a allegados de su –¿ex?– socio político Mauricio Macri.
El próximo 1 de marzo el gobernador mostrará en su discurso anual ante la Legislatura cifras que indicarían una baja en la cantidad de delitos denunciados. Intentará contrarrestar así la profunda sensación de inseguridad que atemoriza a la población por los robos, las violaciones y los asesinatos que en forma cotidiana manchan las páginas de los diarios.
En lo que va del verano hubo once homicidios sólo en el área Neuquén-Plottier. Los autores en cada caso fueron adultos, jóvenes y muy jóvenes. Mataron para robar, o porque se estaban peleando, o incluso por diversión.
No hay plan de seguridad basado en el armamentismo que pueda contrarrestar este fenómeno. En Neuquén no faltan patrulleros, ni policías, ni armas ni mayor dureza contra los menores. Tampoco cárceles.
Lo que falta es contención.
Al taxista Navarrete no le hubieran podido salvar la vida ni los sofisticados equipos de comunicaciones, ni los móviles, ni las cámaras de vigilancia ni los helicópteros.
Le hubiera salvado la vida que esos chicos que subieron a su automóvil hubieran tenido una adolescencia mejor y la esperanza de que un futuro pleno de posibilidades los está esperando.
GUILLERMO BERTO
gberto@rionegro.com.ar