Qué cambios y continuidades detecta en la política exterior de Lula en su segundo mandato?
–Creo que no va a haber cambios sino profundizaciones. Estimo que va a tener el mismo conjunto de prioridades y el mismo énfasis que ha tenido en el primer período, porque no hay razón para cambiar alguna de las políticas exteriores en este momento. No hay críticas desde la sociedad ni tampoco ningún cambio en el escenario internacional que justifiquen una alteración del rumbo, de modo que no veo ninguna necesidad de producir un nuevo diseño o contenido. Sí creo que se van a profundizar las líneas que se están desarrollando, como las relaciones con el llamado Gran Sur (India, Sudáfrica, coaliciones en ámbitos multilaterales como el G-20 en la OMC, etc.).
–¿Cuáles han sido las bases para la recuperación política y electoral que tuvo Lula en los últimos meses a pesar de las denuncias, renuncias y versiones sobre juicio político?
–Según recientes encuestas, Lula es considerado el mejor presidente de Brasil. Creo que tiene una gran capacidad para ser reflejo de lo que Brasil es y esto provoca que la población en general lo vea como su representante. Es un presidente popular por su manera de hablar, de ser y de llegar a la gente. Este es el factor más importante, porque en Brasil el voto es obligatorio y la mayor parte del electorado percibe bajos ingresos, pero, más allá de esto, Lula también es funcional para las elites de Brasil. No ha significado un problema mayor desde el punto de vista de personificar una amenaza a los intereses sectoriales; en resumen, representa lo mejor de los dos mundos. Es una solución política que supera los problemas de su partido y de sus colaboradores.
–La oposición socialdemócrata (PSDB) habla, de manera peyorativa, de una “peronización” del PT, por sus crecientes políticas clientelistas. ¿Cómo es visto esto desde el punto de vista de la academia o de los análisis políticos en Brasil?
–Creo que es una evaluación equivocada. El peronismo es más un movimiento que un partido: se basa en una agenda más que nada social y actúa de la manera más invertebrada posible –en contraposición a la organicidad de un partido político–. El PT en Brasil tiene un perfil y una identidad institucional muy fuertes. La crisis política de los últimos tiempos ha debilitado esas estructuras, pero Lula sigue apoyándose en las instituciones y en el propio Estado. Esto se ve, por ejemplo, en la necesidad de armar coaliciones partidarias de apoyo en el Congreso en días en que el PT no es tan fuerte. En este sentido, no hay ninguna similitud entre el gobierno petista y el de Kirchner, lo que no quita que haya un muy buen diálogo y algunos intereses comunes bilaterales.
Lula–Kirchner
–En el ’97 se anunció con gran publicidad la existencia de una alianza estratégica entre Argentina y Brasil, un hecho que en los años posteriores no se logró plasmar con claridad. ¿Los últimos doce meses de la relación Lula-Kirchner han sido el inicio de esa relación estratégica? ¿Cree que se ha dado un salto cualitativo de la relación?
–Yo he perdido mi capacidad de entender qué es una relación estratégica. Si lo que se quiere hacer es darle una importancia central a la relación en sí, éste no es el caso entre Argentina y Brasil. Tal vez lo que está moviendo la relación es la percepción del costo de un diálogo tenso o con menor capacidad de establecer intereses comunes. Las relaciones se están dando en buenos términos.
–¿Cree que esos “buenos términos” entre Argentina y Brasil molestan a Paraguay y Uruguay?
–Uruguay y Paraguay ya venían molestos de todas formas. Es lamentable la falta de percepción de los socios grandes en relación con lo poco interesante que el Mercosur se ha convertido para los países pequeños. Pero también es cierto que Uruguay y Paraguay no se juntan para lidiar con los otros dos países. Lo que se observa es que la expectativa de que el Mercosur iba a interrumpir la tradición de políticas pendulares en los socios menores se cumplió, pero no generando una situación armoniosa sino profundizando las diferencias. Uruguay y Paraguay ya no utilizan la estrategia de apoyarse en uno de los “mayores” para discutir con el otro sino que no tienen problemas en enfrentarse a los dos. Esto era algo que no esperaban Brasil y Argentina. Sobreestimamos nuestra importancia relativa para ambos, creyendo que cuando se resolviera ese juego pendular estaría todo en armonía. En cambio, ese juego pendular hoy no existe más, pero no hay nada resuelto.
–¿El juego pendular ahora es Washington por un lado y Argentina–Brasil por el otro?
–No. A decir verdad, este juego pendular con Washington no es ninguna novedad. Existe desde los años ’40, desde que la Argentina abrió en la región las puertas para una opción de política exterior no alineada a los EE. UU. y esta opción se esparció por distintos países. Lo novedoso está en que la opción de acercamiento con EE. UU. aparece como muy débil y frágil, con muy pocos elementos para los países sudamericanos.
–¿Cómo se ve hoy a la Argentina en Brasil?
–La Argentina en Brasil, y creo que en todos lados, es admirada por la capacidad que tuvo de salir de la crisis. La sociedad brasileña comparte este tipo de percepción. Esto se traduce en un interés y un acercamiento crecientes de varios sectores de la sociedad brasileña hacia la Argentina. Además, el tipo de cambio ha favorecido la venida de brasileños a Buenos Aires y a la Patagonia. Hoy en Brasil se conoce a la Argentina más que en cualquier otro momento y la imagen es muy positiva, hasta diría que en algunos momentos un poco envidiosa en cuanto a la percepción que se tiene sobre el hecho de que los problemas sociales son menos dramáticos, los problemas de seguridad son menos presentes y la recuperación económica ha llevado a índices de crecimiento más grandes que en Brasil. Las elites más conservadoras siempre han sido antiperonistas y no tienen ninguna simpatía por Kirchner, pero están mucho más preocupadas por Chávez que por el presidente argentino.
–Justamente sobre Chávez, ¿qué efecto va a tener la incorporación de Venezuela al Mercosur?
–Creo que la presencia de este nuevo socio cambia el metabolismo político del bloque: amplía la agenda, se incluyen temas sociales –por lo menos en el discurso– y obliga a determinadas complicidades políticas recíprocas que antes no estaban planteadas. Pero es un impacto que depende mucho de la profundización y del fortalecimiento del Mercosur. El primer impacto ya se dio en Córdoba en julio pasado. Ahora, Venezuela depende del éxito que nuestro mercado común pueda tener, y eso depende del esfuerzo colectivo. Si seguimos sin poder avanzar en su institucionalización y en su peso económico, el impacto de este nuevo socio será menor, porque el propio bloque estará más debilitado. Si, en cambio, hay un fortalecimiento del Mercosur, las posibilidades de que Venezuela aporte diferencias crecerán.
Liderazgo regional
–¿Ha asumido Brasil que el liderazgo que ha predicado en los últimos años tiene un alto costo?
–Brasil no tiene ningún consenso sobre la opción de un liderazgo regional. La idea y la posibilidad de un liderazgo es mucho más fuerte fuera de mi país que adentro. Lo que sí existe es una discusión sobre la conveniencia de los pros y contras de una política regional activa. Una vez que este consenso pueda armarse, creo que recién entonces se podrá discutir el contenido de esta política y seguramente aparecerá el tema del liderazgo. Pero todavía no está puesto sobre la mesa en Brasil sino más bien en la región.
–¿Cuál de los dos bandos de este debate interno se está imponiendo?
–El hecho de que Lula fuera reelecto significa un voto a favor de una política regional activa. Pero el debate no ha desaparecido, sigue habiendo controversias y el sistema se va a ir politizando cada vez más. En las últimas elecciones, la política exterior fue incluida en el debate político interno. Es deber de la oposición mantener la discusión.
–¿Cree que el tema de la seguridad ciudadana y la lucha contra la delincuencia organizada va a pasar a ser una cuestión de peso en la relación bilateral?
–No sé si será de peso en cuanto a energía o voluntad política. Este es un tema que depende mucho de lo que ocurre internamente y sabemos que no es un asunto fácil, ya que no se condice con grandes éxitos en ninguno de los dos países. La diferencia entre la Argentina y Brasil, además de que los temas de seguridad pública no son tan dramáticos aquí tanto en términos cuantitativos como cualitativos, es que en la Argentina existe todavía una vinculación fuerte entre la agenda económica-social y la de seguridad pública. Entonces, si hay crecimiento económico, disminuye la violencia. Esto en Brasil no sucede.
–La violencia tiene vida propia.
–Creo que sí. Es un sistema ya armado con capacidad de movilización de recursos y de mano de obra y está muy anclado en los grandes problemas sociales de Brasil. Por ello se necesitan soluciones de largo plazo y en este sentido es más dramática la agenda de seguridad de Brasil que de la Argentina
LA ELEGIDA
Mónica Hirst es máster en Ciencia Política por el Instituto Universitario de Pesquisas de Río de Janeiro. Desde hace varios años trabaja en la Argentina como investigadora y docente universitaria. Entre sus trabajos y publicaciones se destacan “Argentina-Brasil: perspectivas comparativas y ejes de integración”, The United States and Brazil, series Contemporary Inter-American Relations, “La seguridad regional en las Américas: enfoques críticos y conceptos alternativos” y “Mercosul. Politics: between Fragmentation and integration”.
Actualmente es profesora en el Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN).
Evo, EE. UU. y el futuro del PT
–¿Cómo se vive en los sectores de decisión pública y privada de Brasil el proceso político y social de Bolivia?
–La sociedad brasileña no está atenta a los desarrollos políticos y sociales en Bolivia. El problema aparece hoy día por el tema energético y la capacidad, mayor o menor, del gobierno brasileño de lidiar con el tema de la nacionalización iniciada por el gobierno de Evo Morales. Pero Brasil no está movilizado por la cuestión boliviana.
–¿Cómo ve el vínculo de Brasilia con Washington y qué impacto pueden tener en esta relación histórica las recientes elecciones en EE. UU.?
–Las relaciones están muy bien desde el punto de vista político. El único problema que se tenía en la agenda bilateral era el del ALCA y ya desapareció. En ese sentido, el gobierno de Lula fue muy eficaz. Históricamente, Brasil se ha relacionado mejor con gobiernos republicanos que con los demócratas. Estos últimos son más intervencionistas, actúan más afirmativamente en cuanto a la defensa de sus valores y sus banderas. Mi país siempre tuvo una reacción muy defensiva al respecto. Por otro lado, las relaciones comerciales demócratas lastiman más los intereses económicos brasileños. Por eso creo que hoy hay más empatía por parte de los argentinos que por parte de los brasileños en relación con los ganadores de las últimas elecciones.
–¿Hay vida en el PT después de Lula?
–Sí, pero una vida distinta, una vida con menos triunfalismo. La idea de que Lula llegó al poder y por ende el proyecto del PT llegó al poder, ya no existe. Aun así, el partido trabajador seguirá siendo un actor político importante porque hay una nueva dirigencia petista con capacidad de gestión, aunque haya sido mucho menos transformadora de lo que se imaginaba.