Iwo Jima es un fracaso para las agencias de turismo norteamericanas. Hace tiempo que desistieron de promover entre ex veteranos de guerra visitas a esa pequeña isla de suelo volcánico con ocho kilómetros de largo por cuatro de ancho. Un grano de arroz en el inmenso Pacífico.
Los veteranos de la Segunda Guerra prefieren volver a Normandía y mostrarles a sus nietos la playa de Omaha, que aquel 6 de junio del ’44 cambió su color arena por el rojo sangre de cientos de soldados.
O visitar El Alamein.
O ir a los bosques cerrados de Las Ardenas, ahí donde en noviembre-diciembre Hitler contraatacó en procura de torcer el rumbo de una guerra en la que ya estaba derrotado.
El itinerario de aquellos veteranos siempre computa también a Pearl Harbor. Es sitio de gloria efímera para Japón, que ahí, en ese ataque, creyó cubrirse de gloria pero en realidad comenzó a perder la guerra.
–Sólo puedo ofrecer seis meses de victorias –había sentenciado semanas antes de ese 7 de diciembre del ’41 ante el fanático militarismo japonés el enigmático, timbero y reflexivo estratega que fue el almirante Yamamoto.
Pero volver a Iwo Jima, no.
–Aún hoy debe oler a muerte... en el fondo de las cuevas aún hay muerte –recordó en los ’60 en Tokio Rene Gagnon, uno de los marines que Joe Rosenthal fotografió clavando la bandera de las barras y estrellas en una de las faldas de monte Suribachi.
Rene Gagnon lo dijo con lágrimas en los ojos. Lágrimas compartidas por la viejita que tenía ante sí. Era la esposa del general Kuribayashi, jefe de las tropas japonesas que combatieron y se inmolaron en la isla.
–Señora, no tengo odios. Tengo dolor por tanta muerte –le dijo Gagnon a la pequeña mujer y le entregó un pedazo de roca de ese monte que en aquel febrero- marzo del ’45 chorreaba sangre.
Iwo Jima fue la batalla más dura de la Segunda Guerra en el Pacífico. Aún hoy se debate si fue una batalla necesaria.
Toda una biblioteca dice que Estados Unidos pudo sortear la isla. Dejarla a sus espaldas y seguir apretando hacia el norte, hacia las islas mayores que dan forma a Japón.
Y otra biblioteca sostiene que Iwo Jima fue necesaria por ser símbolo de la última línea de resistencia japonesa.
Pero la batalla se dio.
Se luchó metro por metro. Cueva por cueva. Cuerpo a cuerpo.
Sin munición, los japoneses se arrojaban al mar y las quebradas. Muerte y más muerte durante un largo mes.
Tanta muerte, que los “marines dormían entre los cadáveres ya que no había espacio libre de ellos”, dice el historiador Michael Russell en su “Iwo Jima”.
El hallazgo de Eastwood
Clint Eastwood dice que descubrió que los veteranos que combatieron en 1945 en Iwo Jima tenían curiosidad por conocer el lado japonés de la historia, narrado en su película nominada al Oscar “Letters from Iwo Jima” (Cartas de Iwo Jima).
Eastwood, de 76 años, presentó esta semana “Letters’’ –creación que acompaña a “Flags of our fathers’’ (La bandera de nuestros padres), que relató el combate desde la perspectiva estadounidense– como un filme que fue exhibido fuera de competencia en el festival anual de Berlín.
“Me preguntaba lo que veteranos estadounidenses de la batalla de Iwo Jima pensarían de ‘Letters from Iwo Jima’, porque la mayoría de ellos probablemente tuvo muy malas experiencias en esa isla”, expresó Eastwood.
“Ahora, 62 años más tarde, es fácil pensar de manera diferente sobre cosas que uno hizo, digamos, quizá cuando era joven y luchaba por su vida. Cuando esos veteranos comenzaron a hablarme sobre su curiosidad acerca del asunto, y de que estaban disfrutando la cinta, eso me dejó muy satisfecho”, remató. Aproximadamente 7.000 estadounidenses murieron durante la captura de la isla y menos de 1.000 de los japoneses lograron sobrevivir.
Los filmes “no son historias a favor de la guerra –expresó Eastwood–. Son historias sobre la condición humana de la guerra y cuán dura es para la gente, y la futilidad de la guerra’’.