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Domingo 04 de Febrero de 2007
 
 
 
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  EL AÑO ELECTORAL EN AMERICA LATINA
  El paso de la ciudadanía electoral
Más allá de los ganadores, los comicios en una decena de países de Latinoamérica dejaron como saldo una alta participación, la generalización de las coaliciones, la “norteamericanización” de las campañas, viejos vicios y la incógnita de nuevos liderazgos.
 
 

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El año que finalizó fue de comicios decisivos para el escenario político continental, mayormente por tratarse de elecciones presidenciales. Una decena de estados latinoamericanos fueron los protagonistas aunque, si nos remontáramos a dos meses antes de que expirara el 2005, sumarían un total de doce. Sólo la región del Plata quedó fuera de esta oleada de reafirmación de presidencialismo electoral: la Argentina debe esperar al 2007, mientras que los presidentes de Uruguay y de Paraguay tendrán a su favor un tiempo mayor.
Fueron millones los electores que concurrieron a las urnas. Brasil, la mayor democracia electrónica del planeta, permitió que sus cien millones de votantes participaran en dos turnos electorales. México le siguió en importancia, por su enorme cuerpo electoral, con algo más de cuarenta millones. Perú, Venezuela y Colombia volcaron a las casillas electorales más de doce millones de ciudadanos cada uno. Los votantes chilenos y ecuatorianos acercaron en total otros quince millones al ruedo electoral. Igual que en Brasil y en Perú, los electorados de estos últimos concurrieron en dos ocasiones. Hubo sí cuerpos de electores de menores dimensiones: Haití, Costa Rica y Nicaragua ofrecieron algo menos de diez millones de votantes.
En general, la participación fue alta y se incrementó cuando hubo segundas vueltas. La tasa de abstención se mantuvo en sus niveles históricos en los países en los que no es obligatorio concurrir a las urnas y en aquellos donde las amenazas de una guerra civil desalientan la participación electoral. Por esta causa Colombia encabezó la lista, con el 55% de abstencionismo; le siguieron México y Costa Rica, con un 41 y un 35% respectivamente.
Sin duda, las elecciones llevadas a cabo en la región andina y también las de México y, en menor medida, las desarrolladas en Nicaragua recibieron mayor atención de los especialistas y analistas. Suponían éstos que en esos escenarios estaban en juego el papel activo de las oposiciones y, consecuentemente, las posibilidades de poner en práctica la alternancia presidencial. También, la continuidad de procesos puestos en marcha hacia los años noventa y a principios del milenio, además de que en ellos se ratificaría el corrimiento de sus respectivos cuerpos electorales hacia un nuevo rumbo, la izquierda, aunque ésta se trataría de variantes a veces meramente declamativas en voces de sus candidatos.
En este balance, los electorados de Chile, Venezuela, Colombia y Brasil apostaron a la continuidad de sus proyectos, dando lugar a la reelección de sus gobiernos. Sólo en uno de ellos hubo cambio de equipo presidencial. Para ello, la socialista Michelle Bachelet tuvo que esperar un segundo turno electoral y así darle el cuarto mandato consecutivo a la Concertación chilena de una era pospinochetista que, a partir de diciembre, contaría sólo con el fantasma de quien marcó los inicios de aquel tiempo con sus diecisiete años de dictadura. En Brasil, Lula tuvo que arriesgar también su permanencia en un ballottage que pareció más una elección de medio tiempo de mandato que la competencia por uno nuevo. Sin segunda ronda electoral, lo mismo le sucedió al colombiano Alvaro Uribe. De esa manera, tanto Lula como Uribe permanecerán en sus respectivos palacios presidenciales hasta que expire la década, obligados a retirarse inmediatamente después, agotadas las oportunidades que les brindan su respectivas cartas constitucionales.
 El caso venezolano, con la reelección de Hugo Chávez, parece haber brindado la particularidad de reencontrar a la oposición dentro del escenario electoral, tomando distancia de lo hecho en las parlamentarias del 2005 con su jugada abstencionista.
Hubo cuatro realidades electorales signadas por la falta de certezas: México, Perú, Ecuador y Nicaragua. Tanto Perú, con Ollanta Humala, como Ecuador, con la novedad de Rafael Correa, mostraron la emergencia de liderazgos diferentes. Fueron notas frescas que, a pesar de ello, siguen sin ajustarse al colapso de sus sistemas de partidos. Es cierto que en Perú ese nuevo liderazgo emergió relanzando un nacionalismo socializante que por su nota indigenista –la defensa de los “cobrizos” como señalaba el padre de los Humala– y su faceta autoritaria parecía confundir tanto a los analistas que resultaba incalificable dentro de la clásica díada izquierda-derecha. De los nuevos líderes, sólo Rafael Correa logró su meta, dejando atrás por tercera vez a su competidor Alvaro Noboa.
A pesar del aire nuevo que supuso la experiencia peruana, un viejo conocido se alzó con la presidencia. Alan García retornaba después de un mandato que pulverizó, entre tantas cosas, el sistema político peruano dando lugar al ascenso del olvidado Fujimori. Otros tres hombres políticos regresaron a los palacios que los habían tenido de ocupantes transitorios. El haitiano René Préval, mandatario entre 1996 y el 2001, ganó la contienda electoral del 7 de febrero para así volver a la presidencia. En Costa Rica, Oscar Arias Sánchez retornó por segunda vez al palacio de San José, que había ocupado entre 1986 y 1990. Por último, Daniel Ortega accedió a la presidencia después de despojar a su sandinismo electoral de todos los temores a un retorno revolucionario.
Tanto Nicaragua como Costa Rica pusieron en juego su particular sistema electoral, que en la última década y media fue reinventando su ingeniería para hacer impracticable la realidad del ballottage. Fue así que el costarricense Arias Sánchez pudo imponerse a su inmediato contendor por haber superado la barrera del 40% de los sufragios, aunque lo hiciera sólo por un 1%: apenas 17.000 votos. En Nicaragua sucedió algo similar, otorgándole una decisiva ventaja a Daniel Ortega al superar el límite del 35% del caudal exigido por la Constitución reformada a gusto de los propios sandinistas un año antes de las cruciales elecciones. Sin ballottage, la suerte electoral del país azteca resultó un reto para todos al dejar a Fernando Calderón con la presidencia por unos millares de votos a su favor y fuera de juego al favorito por meses Andrés López Obrador.
También la realidad electoral mexicana dejó a la vista que es posible combinar los restos del viejo sistema de partidos con la posmoderna realidad de partidos o alianzas electorales “líquidas”. El PRD de López Obrador creó la Coalición por el Bien de Todos, mientras que el viejo PRI encabezó la Alianza por México. Parece que esa nota unionista –Unión por Perú, Alianza PAIS de Rafael Correa en Ecuador, entre otros– con sabor a vacuo nacionalismo fue la nota común entre quienes aspiraron a la presidencia de sus respectivos países, lo mismo que la “norteamericanización” de sus campañas electorales, que insumió ingentes recursos en trabajo de asesoramiento, marketing y la ya clásica “encuestamanía”. Otra vez México encabeza el ranking, con los millones de dólares gastados en la campaña de los tres candidatos con chances. Y fue también en el país azteca donde se llegó a realizar un relevo de opinión impensado en otros tiempos, con una macroencuesta de 120.000 casos.
El balance no se detiene en estos aspectos. Queda por ver si la emergencia de liderazgos nuevos y las adaptaciones de otros antiguos, igual que los partidos y alianzas emergentes, transformarán la realidad latinoamericana no sólo en el sentido de democracias sino, como bien pretenden muchos, de una ciudadanía que, además de electoral, esté más integrada social y culturalmente. Este es el gran desafío.

   
GABRIEL RAFART
 Especial para “Río Negro”
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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