Cómo surgió la idea de escribir “Tierras SA”?
–Con Daniel Enz formamos parte del equipo de investigación del libro “Don Alfredo”, de Miguel Bonasso, una biografía no autorizada de Alfredo Yabrán. Durante esa investigación nos empezamos a entusiasmar al darnos cuenta de las numerosas propiedades que poseía este empresario, como también otras personas –incluso políticos–, a nombre de testaferros. Al mismo tiempo, se empezó a difundir lo relacionado con los magnates extranjeros que llegaban al sur del país para comprar grandes extensiones de tierra, entonces decidimos contar con nombre y apellido la historia de los dueños de nuestras tierras.
–¿Cuáles fueron los desafíos que debieron afrontar para investigar un tema que genera tanta polémica?
–El primero fue tratar de hacer un libro sobre la compra indiscriminada de tierras en nuestro país a nivel federal, no quedarnos sólo con lo más conocido, que es lo que pasa en el sur –que de por sí es muy grave–. Segundo, contarlo a través de las historias de los propietarios, personajes conocidos, pero también de aquellos desconocidos que sufren y padecen las consecuencias de la venta de tierras. Por último, la dificultad con la que no esperábamos encontrarnos fue darnos cuenta de que en los registros catastrales oficiales hay escasa información y la poca que hay está desactualizada respecto de quiénes son los dueños de las tierras en determinadas provincias.
–Además de la acumulación de tierras, ¿hallaron otros datos que consideraran preocupantes?
–Nos encontramos con realidades que desconocíamos. Por ejemplo, la Legislatura de Santiago del Estero votó una ley para la expropiación de tierras estableciendo que, si venía una empresa o un particular presentando un título de propiedad y demostrando que esas tierras, que las trabajaban otras personas, les pertenecían, había que litigar en los estrados judiciales, cuestionando los títulos provisorios con que cuentan muchas comunidades originarias que no tienen el dinero para litigar ni contactos con estudios jurídicos que los representen. Lo particular es que el diputado que presentó este proyecto es abogado de las grandes corporaciones sojeras de la provincia de Buenos Aires y de Santa Fe. Uno de los periodistas (Hugo Macchiavelli) que colaboraron con la investigación del libro llegó a una de estas propiedades en el preciso momento en que este diputado manifestaba que se encontraba allí no como representante de esas corporaciones sino en su carácter de abogado... mientras tanto, las topadoras volteaban las precarias viviendas.
–¿Se puede establecer un momento inicial de este proceso de extranjerización de tierras en el país?
–Por la información a la que pudimos acceder, este proceso comenzó hace, por lo menos, treinta años. Los primeros registros de importantes extensiones de tierra que pasaron a manos extranjeras están ubicados en la etapa de la dictadura militar. Según el gobernador bonaerense Felipe Solá, en los años ’90 se compró un millón de hectáreas de la provincia de Buenos Aires con dinero negro que había salido de manera irregular del país o bien entró blanqueado para comprar estos campos, que son los más ricos y productivos. También en esos años se adquirieron grandes extensiones de tierra en la Pampa Húmeda y Entre Ríos por parte de funcionarios gubernamentales, ministros de Economía y diputados. Esto quedó evidenciado a partir de las investigaciones por enriquecimiento ilícito en el caso de las coimas en el Senado de la Nación. Mucha de la información que volcamos en el libro está registrada en una causa federal que investiga el fiscal federal Paulo Starc.
–No sólo se habla de la apropiación de tierras sino también de recursos naturales tan esenciales como el agua...
–En el libro presentamos dos visiones respecto de este punto: una es la de Elisa Carrió, quien sostiene que hay una mirada estratégica de mediano y largo plazos para quedarse con algunas tierras. En más de una oportunidad, la líder del ARI advirtió: “vinieron por las tierras, ahora vienen por el agua”. La otra visión es la de Osvaldo Bayer, contraria a la de Carrió, quien repite los rumores que hay sobre Tompkins, de quien se dice que es la cabeza visible de organizaciones estadounidenses que se quieren adueñar de las aguas y los paraísos de Chile y la Argentina y que es agente de un organismo de inteligencia estadounidense que cuenta con un presupuesto superior al de la CIA... tierras que, por otra parte, las adquieren a precios irrisorios, no sólo por la diferencia del cambio sino porque están realmente a precios de remate. Hay zonas del país en las que una hectárea de tierra cuesta lo que sale una hamburguesa en McDonald’s o un par de zapatillas Adidas, especialmente las tierras fiscales que salen a la venta de forma irregular o desprolija.
–¿Qué superficie del territorio nacional está en manos de extranjeros y de argentinos?
–Según la Federación Agraria Argentina, aproximadamente el 10% del territorio nacional (alrededor de 270.000 kilómetros cuadrados) se encuentra en posesión de extranjeros. Hasta setiembre del 2006, 40 millones y medio de hectáreas estaban en venta o en proceso de ser vendidas.
–Además de recursos económicos, ¿hay astucias jurídicas u otras metodologías para comprar tierras?
–En el 90% de las cosas que contamos en el libro todo eso es perfectamente legal porque no está penado por la legislación argentina, si bien hay más de treinta proyectos de ley “cajoneados” en el Congreso y en varias provincias para ponerle freno a la compra indiscriminada de tierras.
–Entre estos proyectos está el del jefe de la bancada del Partido Justicialista, José María Díaz Bancalari, uno de los diputados que más han trabajado sobre esta cuestión.
–El de Díaz Bancalari es uno de los mejores proyectos para prohibir la venta de inmuebles rurales a extranjeros, argentinos y corporaciones de las que no se sabe quiénes son sus dueños, que también pueden ser sociedades mixtas amparadas en sociedades anónimas. A pesar de contar con el apoyo de muchos de sus pares, el proyecto de Díaz Bancalari está parado desde hace muchos años en el Congreso, y eso que se trata de un diputado oficialista. Esto viene ocurriendo desde hace más de treinta años en el país porque no existe ningún tipo de política para la protección de tierras nacionales...
–...que sí existe, por ejemplo, en México...
–Así es. En México la legislación es tajante: sólo los mexicanos por nacimiento o naturalización y las sociedades mexicanas tienen derecho a adquirir el dominio de las tierras, aguas y sus accesorios o para obtener concesiones de explotación de minas o aguas. En el país azteca, cuando un extranjero quiere adquirir tierras debe pedir permiso a la Cancillería y ajustarse a las leyes mexicanas. Y algo más: tampoco puede comprar en la zona de seguridad o de frontera. Claro que esto no ocurre en la Argentina, donde existen las excepciones... por ejemplo, Luciano Benetton, el mayor terrateniente privado de nuestro país, adquirió casi 272.000 hectáreas en zonas de frontera.
–¿Es posible que estos proyectos se promulguen?
–Por ahora pareciera que no. Pero se encuentran excepciones como el caso de Río Negro, donde hay legisladores que están trabajando en impulsar proyectos para respaldar los recursos naturales, sobre todo con el tema de la minería. No ocurre lo mismo en Catamarca o en San Luis.
–De la inacción en el Congreso a la reacción del ex piquetero Luis D’Elía, quien llegó hasta la tranquera de los esteros de Douglas Tompkins en Corrientes para romper el candado...
–Esa exaltada acción de D’Elía de alguna manera instaló el tema a nivel nacional y agitó la discusión que desde años mantienen autoridades, productores agrícolas, ganaderos, ecologistas y legisladores correntinos: el rechazo de la mayoría de las fuerzas vivas de Corrientes al proyecto de las Naciones Unidas que intenta preservar más de un millón de hectáreas de la Reserva Natural del Iberá, emprendimiento que llegó de la mano del multimillonario estadounidense Douglas Tompkins. Sin estar a favor de la metodología implementada por D’Elía, me parece que su accionar fue efectista, para instalar el tema, porque no se pueden cortar los caminos de servidumbre.
–De hecho, después la Justicia falló en ese sentido.
–Exactamente. La compra de grandes extensiones de tierra en cualquier punto del país lleva al cierre de los llamados “caminos de servidumbre”, que son los senderos que usan los habitantes de la zona para pasar de un campo a otro acortando distancias. En el caso de los esteros del Iberá, y según los registros oficiales, Tompkins interrumpió el acceso a los espejos de agua que forman el Sistema del Iberá y lo siguió haciendo a pesar del fallo de la Justicia correntina que ordenaba abrir una serie de tranqueras que este millonario mantenía cerradas con la absurda excusa de que se le escaparían algunos animales. No sabemos si Tompkins tiene malas o buenas intenciones cuando habla de las áreas protegidas, pero prácticamente destierra todo vestigio de vida en las tierras que compra. Esto origina que éstas sean infértiles y expulsa la mano de obra.
–El libro también se ocupa de personas que debieron abandonar las tierras en las que vivían y trabajaban.
–El ejemplo más claro es el de Tompkins, quien al adquirir las tierras en los esteros del Iberá lo primero que hizo fue despojarlas de todo vestigio humano, lo que generó que muchas personas perdieran sus puestos de trabajo y, con ello, el único recurso del que disponían para mantener a su familia. Incluso en esa zona funcionaba una escuela rural que también desapareció.
–¿Cuál fue el caso que más le llamó la atención?
–Lo que mayor impacto me causó fue descubrir que en Santiago del Estero se están vendiendo tierras a precios módicos, como sucede también con las tierras fiscales, con el objetivo de desmontar y sembrar soja, el “oro verde”.
–¿Les quedó material que no incluyeron en la edición?
–Por supuesto. Sobre todo, lo que llamamos “las tierras del narcotráfico”. En la actualidad existen causas judiciales abiertas en varias provincias del país, por ejemplo en Misiones y en Santiago del Estero, donde los jueces están investigando quiénes son los verdaderos dueños de grandes extensiones de campo donde en forma frecuente aterrizan aviones cargados de cocaína. Nos parece que es tema para una próxima investigación y que no hemos incluido en este libro porque las causas penales siguen abiertas.
PABLO MONTANARO
Especial para “Río Negro”
EL ELEGIDO
A comienzos de los años ’90, Andrés Klipphan repartía su jornada haciendo análisis de laboratorio en un hospital de la ciudad de Buenos Aires y control de calidad en la fábrica de jabón Federal. Se acercó al periodismo cuando unos amigos que tenían un programa de radio en una desconocida FM del oeste de la provincia de Buenos Aires le dieron un espacio para que hiciera sus comentarios literarios. Junto a la periodista Susana Viau participó en la investigación sobre el escándalo de la “mala leche” de Carlos Spadone y Miguel Angel Vicco, asesor presidencial y secretario privado de Carlos Menem respectivamente.
Se destacó por sus investigaciones en el diario “Página 12” y “Veintitrés” y, especialmente, en los programas televisivos “Día D”, “Día D aburrido” y “Detrás de las noticias”, conducidos por Jorge Lanata. Actualmente es columnista en “Telenueve. Segunda Edición”, que se emite por Canal 9, donde realiza y presenta informes especiales.
En el 2004 publicó el libro “Asuntos internos, las mafias policiales contadas desde adentro”, una investigación periodística sobre la Policía bonaerense y sus vínculos con el poder político y judicial y con el delito, en cuyas páginas consiguió “que varios comisarios en actividad y retirados contaran sus puntos de vista sobre la corrupción policial”.
La otra inmigración, signo de los tiempos
Por Claudio Andrade
Mi casa, en el lejano sur de Chile, queda tan sólo a unos metros de la plaza de armas del pueblo. Justo al lado vive un suizo que se vino a trabajar en turismo hace unos diez años. Sólo lo conozco de vista. En diagonal, hay otra hostería que le pertenece a un francés, una persona amable y educada que la adquirió y la convirtió en un lugar aún más atractivo de lo que era originalmente. A cien metros de allí, justo enfrente de la plaza, vive Briggitta, una amiga suiza que se casó con José, un típico hombre de campo. Ambos viven y trabajan entre Puerto Natales y el Parque Nacional Torres del Paine. Cruzando la misma plaza, un chico inglés y su esposa pusieron un café llamado “El living” y, a metros de ese local, unos franceses instalaron una pizzería. Ahora que lo pienso, en mi pueblo el fundador del cable, hace ya unos quince años o más, fue un argentino.
Aunque éste puede ser considerado un fenómeno propio de los pueblos turísticos, es también una evidencia de que un nuevo tipo de inmigración se está gestando en esta parte del continente. Otro tanto ocurre en Río Gallegos, El Calafate, El Chaltén, El Bolsón, Puerto Madryn. Hace unos meses vi un documental en Televisión Nacional de Chile acerca de los extranjeros que están comprando porciones de tierra en la XI región de Chile –para que se ubiquen, cerca de Coyhaique, a la altura de Chubut–. Son tierras vírgenes, muchas de ellas inexploradas. Pero los compradores no pertenecen al club de los millonarios o al de los conservacionistas sino que representan al cada vez menos selecto grupo de particulares que deciden dejar Europa o EE. UU. para iniciar una nueva vida.
En casa de mi madre, tres meses por año vive un amigo alemán. Es un ex ejecutivo retirado que dedica su tiempo a vivir en una especie de eterna estación primavera-verano. Entre mayo y agosto se la pasa en Alemania y el resto del año, entre Santiago de Chile y Puerto Natales, donde se dedica a lo que más ama: pescar. Este hombre me decía que uno de sus principales pruritos a la hora de pensar en quedarse definitivamente en Chile era la salud. Recordemos que se trata de un alemán de clase media alta acostumbrado a ciertos beneficios. Y es cierto: la salud pública, sobre todo la salud impartida de un modo más justo, es allí un tema pendiente. Me pregunto cuáles serán las quejas de los cientos, tal vez miles, de extranjeros que están llegando al sur del mundo con la idea de formar un emprendimiento y una nueva vida y de qué manera terminarán influyendo para que ciertas carencias se modifiquen a favor, por supuesto.
Cierta vez Pepe Ribas, el director de la revista española “Ajoblanco”, me dijo que los patagónicos deberíamos ver con buenos ojos la llegada de las inversiones extranjeras. Finalmente, estos habitantes iban a dar un nuevo impulso y a proteger una tierra tan privilegiada como accesible. La regulación del sistema de compraventa de propiedades en la Patagonia es un punto a discutir por los gobiernos de Chile y de Argentina. Sin embargo, el traslado de extranjeros hacia la Patagonia (y otras tantas geografías que ofrezcan bellezas naturales a bajo precio) debe ser entendida como un signo de los tiempos que además posee su propia lógica de mercado. Recuerdo lo que me dijo Charles Lewis: que le salía más económico –y prefería– comprarse miles de hectáreas en la Patagonia que una manzana en Nueva York.
Durante años les he recordado a ciertos editores que la tendencia de los millonarios comprando grandes extensiones de territorio en el sur del planeta es hoy por hoy menos interesante que la de los miles de particulares que están buscando refugio en la Patagonia. Muchos han venido con sus parejas, con el sueño de iniciar un familia; otros tantos ya tienen hijos que empiezan a descubrir el misterio de la doble y hasta la triple nacionalidad. Todos cargan en sus mochilas con una cultura que se expande en costumbres y sueños. Esta confluencia, creo, resultará en algo inesperado pero, al fin, fantástico. Debemos darles una oportunidad a las personas.