La diva del pop Madonna, su hijo adoptivo David y una casa de huérfanos en Malawi ocupan desde hace meses la primera plana de los diarios en todo el mundo. Multitudes de periodistas viajan desde todos los puntos del planeta al pequeño país en el sur de Africa. Quieren ver el lugar del encuentro entre la mujer rica y el niño pobre.
Elizabeth vive en Malawi. No sabe quién o qué es Madonna. En su aldea, Thawani, no hay electricidad ni televisión ni diarios. Y niños como el pequeño David, que perdió a su madre por el sida, hay demasiados.
Alguien le contó a esta mujer de 29 años la historia de Madonna, que llevó a David a su mundo agitado. En este sitio polvoriento entre personas descalzas que visten ropas gastadas, suena como un cuento de hadas con la reina de buen corazón. Elizabeth no se obnubila, su mundo es demasiado real. “Es bueno si alguien se ocupa del niño”, dice sin efusión. “Cuando el niño crezca, conocerá su propia cultura. Y entonces decidirá cómo quiere vivir”, añade la mujer que es conocida como “maestra” en el pueblo. Elizabeth no estudió, pero sabe hacer cuentas, leer y escribir. Eso la hace especial. A los niños y niñas que se acercan a su centro infantil les enseña el abecedario. Son 130 niños, de los cuales 100 son huérfanos. El sida mató a sus padres.
Thawani se encuentra a alrededor de una hora y media de viaje en automóvil desde la ciudad de Blantyre, en el sur del país. Las personas viven en pequeñas casas de ladrillos con ventanas sin vidrios. Cuando comienza la temporada de lluvias realizan mejoras en los techos de paja. El maíz es el cultivo dominante en los campos.
La malaria sigue siendo la primera causa de muerte en Africa. Pero cuando las personas hablan de la “enfermedad asesina”, se refieren al sida.
Según el informe mundial sobre sida, el Africa subsahariana es la región más afectada por esta enfermedad. Aquí viven dos tercios de los infectados del mundo. En Malawi, alrededor del 16% de las personas entre 15 y 49 años son seropositivos. Según una estimación reciente, el número de huérfanos debido al sida en el sur de Africa ascenderá a 18 millones para el 2010. “El sida destruye la vida en los pueblos”, comenta Josef Smith. Este hombre es el “jefe” de Mphuka, la máxima autoridad tradicional de la región, que goza del más alto prestigio.
“Los sanos deben ocuparse de los enfermos. Para ello necesitan mucho tiempo. Ese tiempo les falta para trabajar”, agrega el hombre de 47 años. Los campos no se cultivan y quedan improductivos. Las reservas desaparecen. Junto con el sida llega el hambre. Esta situación cambió a las personas jóvenes. “Mi juventud fue mucho mejor. No teníamos miedo”, señala. La población creció y con ella también la pobreza. Para Smith la pobreza es el cómplice más cercano del sida. La pobreza expulsa a las personas de los pueblos a las ciudades cercanas con la esperanza de conseguir trabajo. “Las mujeres jóvenes no tienen formación. Igualmente migran. Ellas tocan cada tallo de paja para ganar algo de dinero”, explicó. La prostitución es un término tabú. Los hombres tienen un papel decisivo en la propagación del sida. Pero, al llegar a este tema, el “jefe” comienza a dar respuestas monosilábicas.
Lydia Onega está deprimida. Se encuentra en un centro de salud en el pueblo vecino de Dzimbiri y espera el resultado del análisis del sida. Está sentada en un banco de madera en una sala de espera vacía. Lydia necesitó valentía para acercarse a este centro.
“Me volví desconfiada. Mi marido estuvo poco en casa en el último tiempo”, relata. Ella sospechaba que había otra mujer. Entonces él enfermó, reiteradamente. Para ella no era una enfermedad clara, la imagen era difusa. Entonces, de pronto apareció la peor sospecha: el sida. En mayo la organización de ayuda World Vision abrió un centro de salud. Allí fue, en secreto.
Kingsley conoce estos secretos. El es la figura visible de la campaña de educación por el sida. En su camiseta se lee en la lengua chichewa: “Haz el análisis de sida, entonces podrás conocer tu futuro”. Kingsley informa a las personas, las alienta a realizar los análisis y toma las muestras de sangre.
En general vienen más hombres que mujeres. Para Kingsley esto tiene una explicación sencilla: “Las mujeres necesitan la autorización de sus maridos”, observa. Como Lydia, algunas mujeres son lo suficientemente fuertes como para venir en secreto. En algún momento ella le confesó a su marido que había realizado el análisis. Entonces hubo discusiones y enojo. El también se hizo el análisis. “El dijo que el test dio negativo”, señala la madre de cuatro hijos sin disimular su desconfianza. Y tampoco puede ocultar su preocupación por los cuatro niños.
En el hogar infantil de día, la “maestra” Elizabeth practica con los niños el alfabeto. Los pequeños están sentados en bancos de madera sobre el suelo desnudo. El techo es de chapa. Elizabeth escribe letras sobre un pizarrón. No hay papel. A viva voz y con gran entusiasmo, los niños repiten las letras que muestra la mujer. En Malawi, cerca del 40% de las personas no sabe leer ni escribir. Todo indica que esta cifra aumentará por el sida.
Rex Mphante es algo así como un consejero escolar en la región y observa con preocupación las consecuencias: “Las personas jóvenes son el futuro del país. Pero, en realidad, no lo pueden ser, porque no van a la escuela”.
Cuando los padres mueren, los niños son criados en general por otras personas, en lo posible por familiares. Estos asumen una gran carga: con frecuencia tienen pocos recursos y, con los niños, sus ingresos disminuyen aún más.
Ropa para ir a la escuela, lápices y cuadernos son artículos de lujo que casi nadie puede comprar. “Ocurre que una clase de 40 alumnos tiene sólo la mitad de los estudiantes después de cuatro años”, dice Mphante. El país es muy pobre. Al hablar de la ayuda nacional para los huérfanos del sida, su rostro revela que el apoyo es como una gota de agua sobre una piedra caliente.
Las “clases” en los centros infantiles de día de World Vision son una especie de educación preescolar. Con escasos medios, niñas y niños aprenden jugando. Para ellos la escuela debería ser algo más natural. Para los niños que acuden al austero edificio, también cumple la función de segundo hogar. Una vez al día reciben una papilla, una mezcla de maíz, soja y maní equilibrada con proteínas y vitaminas. Entre la multitud de niños alegres, la pequeña Messe se ve triste. Hace cinco años murió su madre. “Ella sufrió durante años por una enfermedad crónica”, explica Elizabeth. En marzo falleció también su padre. El también estaba enfermo desde hacía tiempo. Posiblemente ambos tenían sida. “Los padres no se realizaron análisis, no se sabe”, añade.
Messe vive ahora con sus abuelos. Durante el día va al centro infantil. “Al principio estaba muy triste, pero ahora ha vuelto a jugar con los otros niños”, comenta Elizabeth. Los pequeños a su alrededor cantan y juegan. Pero Messe sólo está sentada y mira con ojos tristes.