| A muchos rionegrinos les choca ser gobernados por una figura como la de Miguel Saiz. Son también muchos los que piensan que deberíamos elegir legisladores de mayor envergadura política. Figuras como las de Julio Arriaga o de Hugo “Cacho” Cuevas nos hacen dudar sobre la performance legislativa de los mismos. Cuesta, sinceramente, imaginárselos jugando un papel importante en la Cámara de Diputados de la Nación. El análisis histórico y político puede decir algunas cosas sobre esto. En primer lugar, debe señalarse que ciertas características de las leyes electorales y de los partidos han aumentado el impacto del federalismo en la Argentina. Durante la mayor parte de la historia de nuestro país fueron las maquinarias electorales provinciales las que eligieron a los legisladores nacionales. Esto hizo que tanto senadores como diputados nacionales, en los diferentes distritos, tuvieran una fuerte dependencia de la maquinaria política del partido al que pertenecían y, en forma particular, del líder provincial del mismo. Por lo tanto, los grandes partidos de la Argentina del siglo XX, el radicalismo y el peronismo, fueron de alguna manera confederaciones de partidos provinciales. Sólo cuando encontraron ciertos liderazgos, que tomaron una dimensión nacional, pudieron superar esta situación. Liderazgos como los de Hipólito Yrigoyen y Raúl Alfonsín dentro del radicalismo y los de Juan Domingo Perón, Carlos Menem y Néstor Kirchner dentro del peronismo posibilitaron que estas fuerzas políticas alcanzaran una dimensión nacional. ¿Cuál es entonces la situación del presente? Vivimos en un mundo político donde el peronismo tiene una posición hegemónica. La emergencia del liderazgo de Néstor Kirchner después de la crisis política de diciembre de 2001 posibilitó que el peronismo, a pesar de constituir una confederación de partidos provinciales con definiciones ideológicas disímiles en sus diferentes integrantes, siga siendo una fuerza de alcance nacional. Esto fue ratificado en las últimas elecciones, especialmente a partir de la derrota del peronismo de la provincia de Buenos Aires, el partido provincial de Duhalde. En el caso del radicalismo, en cambio, la crisis puso de manifiesto la debilidad del partido como fuerza nacional. Hoy, el radicalismo no posee un líder de envergadura nacional capaz de asegurar la subsistencia del partido. Raúl Alfonsín ya no puede cumplir esta función y no se vislumbra, en el horizonte, una figura alternativa. Así las cosas, el radicalismo recorre en el presente un camino muy cercano al desmembramiento. Dividido como está en dos sectores que pese a sus diferencias tienen en común encolumnarse detrás de candidaturas peronistas, el radicalismo ya no puede ser pensado siquiera como una confederación de partidos provinciales. Los radicalismos de las diferencias provincias, el rionegrino entre ellos, de seguir este derrotero no parecen tener otro destino que el de convertirse en partidos provinciales. En segundo lugar, quisiera decir algo sobre la historia del radicalismo. Después de la reforma política de 1912 que estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio, el radicalismo mostró una eficacia sorprendente para adaptarse a las nuevas reglas del juego político. Se convirtió a partir del genio organizador de Yrigoyen en una maquinaria política electoral imbatible. La política de masas, Yrigoyen pudo intuirlo con sagacidad, requería que los partidos se convirtieran en maquinarias electorales. Esto hizo el radicalismo con mucho éxito, por cierto. Pero el radicalismo hizo algo más que los conservadores no podían dejar de ver con una profunda perplejidad y frente a lo que reaccionaron con un agrio espíritu de clase: conformó la dirigencia del partido y cubrió los cargos públicos con hombres ignotos, con escasa preparación para ocuparse de las cuestiones públicas, hombres que provenían de los sectores medios de la sociedad. En 1918, a dos años de asumir Yrigoyen, ya se podían escuchar voces que llamaban la atención sobre este tema. Decía Alberto Gerchunoff, en su libro “El nuevo régimen”: “Lo grave es que los ejecutores de la política del señor Yrigoyen son lo mismo por dentro que por fuera. No se ha revelado un solo espíritu estimable, no ha aparecido un solo hombre inteligente en quien pudiéramos saludar una fuerza prometedora. Todos los suyos son pequeños escribanos rurales, con el corazón y las maneras del escribano rural, orondo en su rúbrica, solemne en su cómica vaciedad, ínfimo y arrogante en su pomposa insignificancia”. Desde entonces, el radicalismo también contó con esa dimensión. En términos sociales, de alguna manera, el radicalismo fue “el partido de los pequeños escribanos rurales”. Algo de eso, por ejemplo, podemos encontrar en una figura como la de Alfonsín, quien pese a poseer una formación intelectual que lo distinguió dentro de las filas partidarias nunca dejó de ser, en cierta forma, un abogado de Chascomús que hacía sucesiones. Concluyo, figuras como las de Miguel Saiz y de Hugo Cuevas, en consecuencia, no son excepcionales en el marco de la historia del radicalismo. Muchos de sus integrantes poseen un perfil similar. Ahora, también quiero decir que figuras como éstas son las que han hecho de manera solitaria la política de Río Negro de las últimas décadas. Durante todos estos años, nunca ha faltado gente en los comités radicales de la provincia. Evidentemente, estos dirigentes han tenido la capacidad para ponerse en contacto con los hombres del llano, Gramsci diría con los simples. Por fin, que la sociedad rionegrina no haya encontrado durante estos últimos veinte años otros dirigentes que la gobiernen pone de manifiesto su debilidad y su escaso pluralismo. Está muy claro que una democracia sin alternancia de partidos políticos en el gobierno es una democracia frágil. Por eso, si bien sería deseable que el radicalismo recupere su fortaleza perdida como partido nacional, al radicalismo de Río Negro, tal vez, no le vendría nada mal perder las próximas elecciones de gobernador. Eso posibilitaría no sólo una renovación ideológica del partido sino también una renovación de su dirigencia, algo que los más jóvenes del radicalismo ya se atreven a plantear en voz alta. (*) Historiador. Ha publicado “Jesús, el templo y los viles mercaderes. Un examen de la discursividad yrigoyenista”, Universidad Nacional de Quilmes, 2002. |