| Enarbolan un epígrafe de la intelectual Monique Wittig, que, aseguran, sintetiza su pensamiento. Wittig les habla y habla a una comunidad que no las entiende: “Dicen que han aprendido a contar con sus propias fuerzas. Dicen que saben lo que en conjunto significan. Dicen que las que reivindican un nuevo lenguaje aprenden primero la violencia... Dicen que ellas parten de cero. Dicen que empieza un nuevo mundo”. Esa síntesis eligieron las Fugitivas del Desierto para presentar, en octubre pasado, cuando el Centro de Estudios Culturales Contemporáneos realizó su encuentro sobre “representaciones y prácticas culturales” en la Universidad Nacional del Comahue, un ensayo titulado “Poéticas de la subjetividad; nuestros cuerpos como itinerarios del activismo lésbico-feminista”. Las Fugitivas... están integradas por Ayelén Brunet –artista y estudiante de bellas artes–, Valeria Flores –escritora y docente–, Cristina Martínez –docente– y Macky Corbalán –poeta y periodista–. Confluyeron en el grupo “luego de muchas luchas, de actividad sindical y estudiantil, pero buscábamos nuevas formas que complejizaran nuestra visión”, indicó Corbalán. Las diferentes experiencias políticas aconsejaron “resistir a las formas tradicionales” de representatividad. Valeria Flores dijo que “no se trata de representar a las lesbianas”, sino de activar políticamente para lograr “la visibilización y la denuncia del patriarcado con un discurso propio”. Es que la representatividad “es un modelo político que se agotó en diciembre de 2001”. En su búsqueda hay un entrecruzamiento de aportes teóricos y políticos “de los diversos feminismos, aunque siempre especificando nuestra diferencia”. Sobre la base de la reflexión acerca de sus vidas y experiencias realizan producciones teóricas con aportes del pensamiento lésbico y feminista, que coincide con simultáneas acciones políticas que “ponen en debate en el espacio público temáticas silenciadas como la heterosexualidad obligatoria, la discriminación por la orientación sexual, la visibilidad lésbica, el derecho al aborto, la violencia contra las mujeres y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, entre otras”. En consecuencia, el feminismo supone “una serie de prácticas diversas, dispares y a menudo contradictorias que dibujan un territorio de confrontación y diálogo”, explicaron, porque “no nos interesa afiliar gente, sino intervenir, irrumpir para lograr esa visibilización”. Y también distinguieron entre la tolerancia social que implica “interesarse” en el feminismo como movimiento que “no garantiza en absoluto la transformación de la mirada crítica” y la incorporación “del punto de vista de la teoría feminista como subversiva incitación a una profunda y radical reformulación del conocimiento”. El proceso de visibilización implica “la denuncia del patriarcado con un discurso propio, nuestro y, como el modelo político de representatividad está agotado, buscamos formas novedosas de activismo”. Por eso se colocan en primer plano la sexualidad y el cuerpo, que “siempre quedan rezagados, en todas las luchas”, explicó Flores. La idea es “crear otros sentidos, no centrar nuestra actividad sólo en la demanda de derechos”. Por ese motivo se vinculan el discurso político con el estético, añadió, y eso también implica la “reflexión en torno de ciertas demandas para superar formas institucionales del estilo de las uniones civiles, que fijan de nuevo la monogamia, y apuntar a otras como las sociedades de convivencia según el modelo mexicano”. Corbalán reiteró que “pretendemos hacernos visibles, inteligibles” y por eso recurren a “pintadas, instalaciones artísticas, performances lúdico-paródicas, es decir, cambiamos la mirada sobre los mismos objetos”. Y recordó cuando convirtieron la tarjeta del servicio urbano de pasajeros en un mensaje lésbico-feminista. El objetivo es “luchar contra la invisibilidad institucionalizada, fruto de pensar el deseo femenino como una amenaza seria a la estabilidad del modelo de sexualidad reproductiva que siempre impone a las mujeres el mandato de la maternidad”. Y nuevamente citan a Monique Wittig, para fundamentar la elección de la denominación del grupo: “Así como los siervos en la Edad Media se escapaban del sistema de señorío, las lesbianas nos escapamos de a una de la heterosexualidad”. Respecto de esto último, explicaron que la jerarquización sexual de los cuerpos “no sólo privilegia el deseo por el sexo opuesto antes que el deseo por el propio, sino que propicia el mito de que existe una diferencia sexual ‘verdadera o natural’. Aquellos cuerpos y conductas que no se ajustan a estas normas quedan entonces condenados a la anormalidad y la discriminación. De esta manera se construye la matriz heterosexual como ‘rejilla de inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y deseos’ (Judith Butler). Esto incluye la determinación de qué cuerpos resultan pensables; cuáles son los cuerpos deseables y por quiénes, qué prácticas son ajenas a qué cuerpos y, por supuesto, qué regímenes político-económicos de los cuerpos son permitidos o prohibidos”. Por último, expresaron su convicción acerca de que “la presentación y los discursos que circulan a nuestro alrededor a través de los grupos y de las posiciones políticas más tradicionales no nos convocan, sino que nos obturan imaginativamente, provocando que nuestros cuerpos y deseos se diluyan fácilmente en un lenguaje universalizador. Nuestra estrategia, entonces, no es hacer política tradicional; se trata de incidir con nuestro trabajo en un espacio amplio, y sobre todo en nuestras propias vidas, como una necesidad política y un deseo vital”. Textuales • Son nuestros cuerpos los que queremos marcar de forma diferente, para que se hagan visibles y, en la medida en que se hacen visibles, puedan nombrar realidades ocultadas, silenciadas e ignoradas. Sin embargo, una parte importante de esta lucha está en nuestra propia subjetividad, en batallar contra el odio hacia nosotras mismas, el que hemos aprendido en los gestos minúsculos de la vida. “La batalla real contra la opresión empieza para nosotras debajo de nuestra piel”, dice Cherrie Moraga. • Utilizamos, como una forma más de nombrar, estrategias políticas de neto corte artístico, con dosis de ironía y parodia, especialmente con las “trolas” –un grupo que realizó pintadas en las paredes de las calles céntricas de Neuquén–. Esta autodesignación resulta agresiva para mucha gente, sin embargo, para nosotras corporiza nuestro aspecto más reivindicativo, lejos de la respetabilidad y la asimilación. • Seguimos reivindicando el término lesbiana porque en nuestra realidad es un término que sigue generando resistencias, y lo seguiremos usando en tanto sea una identidad negada, repudiada, desautorizada. Sabemos que las categorías son históricas y provisorias, pero elegimos el sitio de nuestra resistencia, con la contingencia y parcialidad que esto supone. Sabemos que no hay identidades auténticas, pero tampoco buscamos la liberación de la identidad. El término lesbiana significa para nosotras una posición política que no sólo expresa una identidad, sino más bien una suerte de encarnación de situaciones y personificaciones claramente vulnerables. Reflexiones disidentes NEUQUEN.- Linaje, tradición y norma en materia sexual son máscaras del silencio, del ocultamiento y del escamoteo de los cuerpos –del cuerpo– de la mujer y las mujeres más allá de la contemplación que le asigna la cultura oficial vigente, denominada de manera genérica “patriarcado”. Por primera vez en Neuquén, en junio de 2005, el día del orgullo gay se recordó en forma pública, y no es casual que una de sus principales organizadoras haya sido Valeria Flores, autora del libro “Notas lesbianas. Reflexiones desde la disidencia sexual” y activa militante del movimiento lésbico en esta provincia. Flores plantea una discusión más cerca de lo ideológico que de lo reivindicativo. Es decir, propone una especie de “per saltum” a eso que denomina “tolerancia cínica”, una actitud social que consiste en la aceptación de la lesbiana “mientras no se note, mientras no se exhiba abiertamente”. Esta condición de “minoría” le exige levantar la voz –su voz, la de todas las mujeres– contra “una forma de sexualidad que se impone silenciosa y compulsivamente como obligatoria”. Entonces denuncia la “asimetría” explícita en la idea de tolerancia que supone la “conducta ejemplar e intachable (de la lesbiana) en todo lo demás” sin siquiera rozar las categorías sexuales dominantes. Los ensayos que Flores recopila en este libro apuntan precisamente a lo contrario: nada de minorías, nada de tolerancias culposas sino visibilidad total y palabra plena. En el fondo y desde el principio, el planteo es “contra la opresión heterosexual, racial, sexual y clasista”. Asegura que, para la sociedad, “la palabra ‘lesbiana’ es una palabra infectada, obscena, por lo que el lesbianismo no se nombra, se omite, se desliza al interior de otros nombres. En este sentido, el silencio es traspuesto por la escritura, rastreando las líneas borradas, los puntos de fuga que recorren el afuera, desenterrando los nombres de una tradición oculta”. Desde la lucidez de Virginia Woolf –“los ojos de los otros son nuestras prisiones; sus pensamientos, nuestras jaulas”– hasta la insurrección de la palabra a que convoca la contemporánea Jeanette Winterson, Flores traza un panorama del pensamiento lésbico y no patriarcal. El libro es el primero de la serie que publicará la editorial, con asiento en Rosario. Hipólita, uno de los siete locos arltianos, es un emprendimiento editorial de Irene Ocampo y Gabriela de Cicco. |