| | Abruma. Por momentos tanto, que pareciera amagar con atraparnos. Meternos dentro de su trama. Comprometernos al punto de quitarnos la existencia de espectador y batirnos en la trama de sus personajes y el drama que expresan.
Ciega. “Esa es la primera impresión” que deja el cuadro, escribe Joseph Palau i Fabre en su persuasivo “El Guernica de Picasso” (Edt. Blume, pág. 40).
Y cuenta que ésa fue la sensación que tuvo incluso André Breton cuando se plantó ante el cuadro.
Y remata Fabre: “No lo vemos. No sabemos hacia dónde llevar la vista. Hacia dónde dirigir nuestra atención, porque todo nos solicita al mismo tiempo. Cabe decir que los blancos de la tela son fulgurantes y que ayudan intencionalmente a provocar esa ceguera. ‘Guernica’ produce la misma ceguera que nos produce un relámpago en medio de la noche. Creemos haberlo visto todo, excesivamente iluminado, pero no el suficiente tiempo”.
Cuando por pedido de la Editorial Macmillan Norman Mailer pasó dos de los meses en la biblioteca del Museo de Arte Moderno de Nueva York “tirando apuntes” para una biografía de Pablo Picasso que escribiría más de 30 años después, llegó a una conclusión:
–Puedo hablar mucho de este señor, pero no me atrevo a meterme con “Guernica” –sentenció el contestatario autor de “Los ejércitos de la noche”.
Eran las 16.30 del 26 de abril de 1937 cuando oleada tras oleada, la Legión Cóndor de la Luftwaffe comenzó a bombardear la serena y desguarnecida Guernica. En plena Guerra Civil Española, Adolf Hitler le daba una mano a su amigo el fascista Francisco Franco. Durante más de tres horas los Junkers y Heinkel, machacan con bombas de 500 kilos a los 10.000 habitantes de la villa.
La más veterana del País Vasco. Símbolo de cultura. Cuna de la densa tradición de ese pueblo cargado de un pasado cuyo origen se pierde en la noche larga de la historia.
Desde julio del ’36 dos Españas se matan a todo o nada. Una, republicana. Liberal. Izquierda. Abierta. Un contradictorio canto a la libertad. Pasión. Entrega. La otra, conservadora. Derecha. Católica. “Cerrao y sacristía”, escribirá Machado. Miedosa de las mudanzas y vientos que traen los tiempos. Dogmática. Ganará y devendrá en dictadura de largos 40 años.
Sangre y muerte. León Bernanos hablará de los grandes “cementerios bajo la luna”.
En aquel abril del ’37 Pablo Picasso vive en un París que poco falta para que la bota nazi desfile junto al Arco del Triunfo. Vía un corresponsal de “Times” se entera de la crueldad desplomada sobre Guernica.
No se demora. El 1 de mayo comienza los primeros bocetos de lo que será “Guernica”. Desde enero del ’37 tenía en su estudio un pedido de la República Española: un mural para el Pabellón Internacional de Picasso. España se mataba, pero los republicanos se daban espacio para trascender por algo más que los balazos.
Y ahí estará “Guernica”. Más que una pintura, un acontecimiento que impresiona por su totalidad.
“El argumento corre a cargo de las mujeres. El único hombre, medio escultura y medio humano, no es más que un fragmento, una base inmóvil. Igualmente inmóvil está el toro –un monumento más bien que un actor– mientras las mujeres gritan, empujan, corren y caen”, escribe Arnheim en “Génesis de una pintura” (Edt. Colección Comunicación Visual, pág. 31).
“Las mujeres –acota– hacen en ‘Guernica’ la imagen de una humanidad inocente e indefensa convertida en víctima”.
Claro, Guernica estaba desprovista de hombres. Habían partido rumbo a la pelea. Vascos y republicanos.
La Guerra Civil Española, la guerra de varias generaciones.
Ahora, España se prepara para recordar los 70 años del “Guernica” de Picasso.
Es una sola España. |
